Revuelta contra el Mundo Moderno (II Parte) 2. La Edad de Oro
2.
LA EDAD DE ORO
Nos dispondremos ahora a definir, primero sobre el plano ideal y morfológico, y luego sobre el plano histórico, en el tiempo y en el espacio, los ciclos correspondientes a las cuatro edades tradicionales. Empezaremos por la edad de oro.
Esta edad corresponde a una civilización de los orígenes, cuya concordancia con lo que hemos llamado espíritu tradicional era tan natural como absoluta. Por ello frecuentemente se encuentran para designar tanto el "lugar" como la raza a la que la edad de oro está histórica y supra‑históricamente relacionada, los símbolos y los atributos que convienen a la función suprema de la realeza divina (símbolos de polaridad, solaridad, altitud, estabilidad, gloria, "vida" en sentido eminente). Durante las épocas ulteriores y en el seno de tradiciones particulares, ya mezcladas y dispersas. Este hecho permite ‑en un tránsito, por decirlo así, de la derivada a la integral‑ deducir los títulos mismos y los atributos de estas capas dominadoras, los elementos propios que caracterizan la naturaleza de la primera edad.
Esta edad es esencialmente la edad del ser, es decir de la verdad en sentido trascendente (1). Esto es lo que se desprende no solo del término hindú satya‑yuga que lo designa, en donde sat quiere decir ser, o satya, la verdad, sino probablemente también de la palabra Saturno, que designa en latín al rey o dios de la edad de oro. Saturnus, corresponde al Kronos helénico, y evoca oscuramente la misma idea; su nombre está formado por la raíz aria sat, que quiere decir ser, unida a la desinencia atributiva urnus, (como en nocturnus, etc.) (2). Para expresar la edad de lo que es, es decir de la estabilidad espiritual, se verá más adelante que, en algunas representaciones del lugar original en donde este ciclo se desarrolla, se utilizan frecuentemente los símbolos de la "tierra firme" en medio de las aguas, la "isla", el monte o de la "tierra media". El atributo olímpico es pues aquel que mejor le conviene.
En tanto que edad del ser, la primera edad es también, en sentido eminente, la edad de los vivientes. Según Hesíodo, la muerte ‑ esta muerte que es verdaderamente un fin y no deja tras ella sino el Hades (2a)‑ no habría aparecido más que en el curso de las dos últimas edades (de hierro y de bronce). En la edad de Kronos, la vida era "similar a la de dos dioses". Existía una "eterna juventud de fuerza". El ciclo se cerró, "pero los hombres permanecieron" en una forma invisible (3), alusión a la doctrina ya mencionada de la ocultación de los representantes de la tradición primordial y de su centro. En el reino del iranio Yima, rey de la edad de oro, no se habría conocido ni la enfermedad ni la muerte, hasta que nuevas condiciones cósmicas hubieran forzado la retirada a un refugio "subterráneo" en el que sus habitantes escapan al sombrío y doloroso destino de las nuevas generaciones (4), (5). Yima, "el Espléndido, el Glorioso, el que entre los hombres es semejante al sol", hizo de forma que, en su reino, la muerte no existiera (6). Según los helenos y romanos, en el reino de oro de Saturno, los hombres y los dioses inmortales habrían vivido una misma vida; igualmente, los dominadores de la primera de las dinastías míticas egipcias son llamados dioses, seres divinos y, según el mito caldeo, la muerte no habría reinado universalmente más que el la época postdiluviana, cuando los "dioses" hubieron dejado a los hombres la muerte y conservado solo para ellos la vida (7). Las tradiciones célticas, por su parte, utilizan, el término Tir na mBeo, la "Tierra de los Vivientes" y Tir na hOge, la "Tierra de la Juventud" (9) para designar una isla o tierra atlántica misteriosa que, según la enseñanza druídica, fue el lugar de origen de los hombres (8). En la leyenda de Echtra Condra Cain, este se identifica con el "País del Victorioso" ‑Tir na Boadag‑ al que se le llama "el País de los Vivientes, donde no se conoce ni la muerte ni la vejez" (10).
Por otra parte, la relación constante que existe entre la primera edad y el oro, evoca lo que es incorruptible, solar, resplandeciente, luminoso. En la tradición helénica, el oro correspondía al esplendor radiante de la luz y a todo lo que es sagrado y grande ‑tal como dice Píndaro (11); igualmente se califica al oro de luminoso, radiante, bello y regio (12). En la tradición védica el "germen primordial", el hiranya‑garbha es de oro, y más generalmente, se dice: "De oro, en verdad, es el fuego, la luz y la vida inmortal" (13). Ya hemos tenido la ocasión de mencionar la concepción según la cual, en la tradición egipcia, el rey esta "hecho de oro", en la medida en que por "oro" se entiende el "fluido solar" constitutivo del cuerpo incorruptible de los dioses celestes y de los inmortales, si bien el título "de oro" del rey ‑"Horus cuya sustancia es de oro"‑ designaba simplemente su origen divino y solar al mismo tiempo que su incorruptibilidad e indestructibilidad (14). Así mismo, Platón (15) considera el oro como el elemento diferenciador que definía la naturaleza de la raza de los dominadores. La cumbre de oro del Monte Meru, considerado como "polo", patria original de los hombres y residencia olímpica de los dioses, el oro de la "antigua Asgard", residencia de los Ases y de los reyes divinos nórdicos, situada en la "tierra del Centro" (16), el oro del "País puro" Tsing ta, y lugares equivalentes de los que se habla en las tradiciones extremo‑orientales, etc. expresan la idea según la cual el ciclo original vino a manifestar, de forma particular y eminente, su cualidad espiritual simbolizada por el oro. Y debe recordarse además que en numerosos mitos donde se trata del depósito o de la transmisión de un objeto de oro (desde el mito de las Hespérides hasta el de las Nixas nórdicas y de los tesoros de oro de las montañas dejados por los aztecas), no se trata en realidad más que del depósito y de la transmisión de algo que hace referencia a la tradición primordial. En el mito de los Eddas, cuando, tras el ragna‑rök, "el oscurecimiento de los dioses", nacen una nueva raza y un nuevo sol y los Ases se encuentran reunidos de nuevo, descubren la milagrosa tablilla de oro que habían poseído en los orígenes (17).
Las nociones equivalentes, relativas a la primera edad, de luz y esplendor, de "gloria" en el sentido específicamente triunfal ya indicado a propósito del hvarenô mazdeano (17a) precisan igualmente el simbolismo del oro. La tierra primordial habitada por la "semilla" de la raza aria y por el mismo Yima, el "Glorioso, el Resplandeciente" ‑el Airyanem Vaejô‑ aparece, en efecto, en la tradición irania, como la primera creación luminosa de Ahurá Mazda (18). El Çveta‑dvipa, la isla o tierra blanca del norte, que es una representación equivalente (al igual que el Aztlan, residencia septentrional original de los aztecas, cuyo nombre implica igualmente la isla de blancura y luminosidad)(19), es, según la tradición hindú, el lugar del tejas, es decir de una fuerza irradiante, donde habita el divino Narayana considerado como la "luz", "aquel en quien resplandece un gran fuego, irradiando en todas direcciones". En las tradiciones extremo‑orientales, según una transposición supra‑histórica, el "país puro", donde no existe más que la cualidad viril y que es "nirvana" ‑ni‑pan‑ se encuentra la residencia de Amitâbha ‑Mi‑tu‑ que significa igualmente "gloria", "luz ilimitada" (20). La Thule de los Griegos, según una idea muy extendida, tuvo el carácter de "Tierra del Sol": Thule ultima a sole nomen habens. Si esta etimología es oscura e incierta, no es menos significativa la idea que los antiguos se hacían de esta región divina (21) y corresponde al carácter solar de la "antigua Tlappallan", la Tulan o Tula (contracción de Tonalan ‑ el lugar del Sol), patria original de los Toltecas y "paraíso" de sus héroes. Evoca igualmente el país de los Hiperbóreos, que según la geografía sagrada de antiguas tradiciones, era una raza misteriosa que habitaba en la luz eterna y cuyo país habría sido la residencia y la patria del Apolo délfico, el dios dórico de la luz ‑el Puro, el Resplandeciente, representado también como un dios "de oro" y un dios de la edad de oro (22). Algunos linajes, a la vez reales y sacerdotales, como el de los Boreales, extrajeron precisamente su dignidad "solar" de la tierra apolínea de los Hiperbóreos (23). Y no costaría mucho poder multiplicar los ejemplos.
Ciclo del Ser, ciclo solar, ciclo de la Luz entendido como gloria, ciclo de los Vivientes en sentido eminente y trascendente, tales son pues, según los testimonios tradicionales, los carácteres de la primera edad, de la edad de oro, "era de los dioses".
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