Julius Evola y la Masoneria. Marcos Ghio
Biblioteca Evoliana.- El texto de esta conferencia del profesor Marcos Ghio, fue dictado el 10 de octubre de 2001, en el Centro de Estudios Evolianos de Buenos Aires y la hemos recogido de su web. Evola, a pesar de haber colaborado con algunos masones pitagóricos dentro del Grupo de Ur, por él impulsado, fue siempre contraria a la masonería a la que no reconocía ningún valor iniciático, sino como máximo el ser residuo de las antiguas corporaciones. La conferencia del profesor Ghio apura hasta el extremo el análisis del punto de vista de Evola en relación a la masonería.
JULIUS EVOLA Y LA MASONERÍA
Por Marcos Ghio
Hoy nos toca hablar de una obra clave en el pensamiento de Julius Evola al que nuestro Centro ha calificado como el pensador alternativo arquetípico para el milenio que recién comienza. Justamente es la masonería, tal como lo han venido desarrollando con verdadera solvencia intelectual todos los oradores que me precedieran, una institución esencial para la comprensión de la historia de la humanidad, en especial en los últimos tres decisivos siglos, pero aun para comprender la tónica existente en épocas gloriosas para nuestra civilización como fuera la Edad Media.
Además es bueno resaltar que para J. E. la Masonería para él debía ser una realidad conflictiva, pues será justamente en el momento en que investigaba en Viena un archivo secreto de tal organización que un extraño bombardeo lo dejará lisiado de por vida, sin saberse nunca más respecto de los contenidos de tal archivo ni del destino que habrá tenido el mismo. Y es bueno resaltar aquí, corroborando una apreciación formulada por el anterior expositor, que no por ello Evola se manifestará como un autor antimasónico a ultranza, de aquellos que ven a masones por doquier en todos los hechos negativos existentes, de la misma manera que otros ven el accionar avieso de los judíos. Al respecto él también piensa que es verdad, tal como se ha dicho, que la Masonería no ha sido siempre así como es ahora, que no siempre fue un agente de la subversión y que por el contrario ha sido en un tiempo pasado una institución defensora del orden y de la tradición. Que es cierto pues que ha habido en la historia dos tipos de masonería antitéticas, la operativa y la especulativa. Y ante ello, como un agregado a nuestro entender importante, podemos decir que, abonando más aun en tal antagonismo, es necesario remontarse a una clasificación que E. hace entre dos diferentes formas de ser en el hombre, las que son las que en el fondo se expresan en esta contraposición entre masonerías, y que de manera aguda se estereotipan a través de dos tipos de religiosidad antitéticas: una es la religiosidad lunar y otra la solar, entendiendo aquí por religiosidad la manera más cabal en que se expresan los dos modos diferentes de ser en el hombre. La primera era aquella en la cual el hombre era concebido y actuaba consecuentemente como un producto o mera parte de un todo que lo trasciende. Producto de un Dios que lo crea desde la nada, de un Dios que lo salva en manera absolutamente soberana a través de una gracia o de la exigencia de cumplimento de una ley de carácter coercitivo y obligatorio a la cual éste debe someterse a riesgo de recibir un castigo ejemplar o, si ya descendemos a formas más secularizadas de esta manera de ser, nos hallamos con deidades impersonales que, de acuerdo a las diferentes preferencias o tipologías escogidas, se llamarán, la Naturaleza, la Madre Tierra, la Historia, la Sociedad, la Economía o incluso el impulso sexual inconsciente, si es que ya descendemos a la dimensión patológica del freudismo. De acuerdo a esta multiplicidad de expresiones, a pesar de las diferencias a veces polémicas en que todas ellas se dividen y confrontan entre sí, el individuo queda subordinado a la especie y se disuelve en ella como una simple parte en el todo, privilegiándose en las mismas, y ya de manera expresa y franca en las sociedades primitivas, a la figura de la madre, en tanto dadora del ser. De allí provendrá el materialismo (de mater=madre) en su forma primigenia, significando pues el materialismo en su sentido originario el estado de pasividad y de mera potencia en que se encuentra el hombre.
Frente a dicha manera de ser nos encontramos con la otra que le resulta antagónica, la solar, la que en cambio concibe al ser humano no como una mera parte de un todo que se le sobrepone: la especie biológica, la historia, el sexo o la economía; que si bien acepta que tales dimensiones son él condicionantes, en modo alguno las considera como determinantes de sus acciones. La misma concibe al hombre como un dios en formación y considera que lo que lo caracteriza es que, a diferencia de lo animal, más que ser parte de un todo superior o “social”, más que agotarse en una especie, es el de ser un individuo que se distingue de otros en tanto más es autosuficiente y libre en tanto ser que cada vez es más capaz de vivir sin condicionamientos, lo cual se establece por grados diferentes de acuerdo a las distintas personas y posibilidades que éstas presenten existencialmente, en un orden jerárquico que va desde el siervo, que es quien posee el grado más bajo e ínfimo de libertad (pero que es paradojal y comparativamente más libre que el emancipado y evolucionado hombre moderno), hasta arribar a la figura más alta del Emperador (en sentido clásico y tradicional) comprendido como el individuo absolutamente libre por excelencia. ( véase Imperialismo Pagano)
Estas dos religiosidades son, lo repetimos nuevamente, las formas más francas y estereotipadas en que se manifiestan los dos modos diferentes de humanidad. En Occidente, que es el ámbito histórico que más conocemos en razón de nuestra pertenencia, aunque también ello aconteciera en otras civilizaciones y espacios geográficos, tales religiosidades lucharon entre sí con resultados diferentes y es la edad de oro precisamente cuando la religión solar gobierna, siendo en cambio la era nocturna y oscura, en un declive cada vez más pronunciado, aquella en que prima la religión lunar: 1) en la Grecia clásica cuando los aqueos y los dorios doblegaron a la antigua civilización minoica, 2) en la Roma pagana con el sometimiento de la civilización etrusca y la cartaginense luego. 3) Más tarde esta segunda religiosidad, a través del cristianismo primitivo y del judaísmo, en los cuales el hombre es reducido a la categoría de ser pecaminoso, a la merced de un Dios soberano proveedor de una gracia absolutamente determinante o de una ley externa e intangible, sobreviene la decadencia del ideal viril y solar en nuestra civilización.
Como una verdadera señal de disolución extrema, al decir de Nietzsche, una verdadera revuelta de esclavos, de individuos quebrados y dolientes recubre en su era final al Occidente y preanuncia, con la aparición del judeo-cristianismo, una crisis milenaria de mater-ialismo; es pues el comienzo de la era de un derrumbe extremo que, en un lento declive primero, y más tarde en manera cada vez más acelerada en cuanto se aproxime a su final, irá invadiendo todas las esferas de la existencia. Pero la primera religiosidad, la viril y solar, no desaparecerá en los primeros tiempos, a pesar de la derrota que sobreviene tras la caída de la Roma pagana y aria. La última manifestación de la misma a la luz del día se la tendrá con el gibelinismo en plena Edad Media y con su más elevada expresión, el Sacro Imperio Romano Germánico, forma última de la figura imperial arquetípica que abarcará desde Carlomagno hasta Felipe II de Hohenstauffen, en donde el emperador, en tanto individuo absoluto y pontífice, irradiaba su libertad a las partes permitiéndoles su participación en la misma de acuerdo a los diferentes grados en que éstas podían manifestarse en función de su naturaleza propia. La quiebra de esta etapa sobrevendrá con el fenómeno conocido como el conflicto por las investiduras y con la disolución de la orden de los Templarios. Y esto es justamente el inicio de la última fase de Edad del Hierro, el comienzo de la era del materialismo (de mater=madre) pues lo que aquí rige es la materia en su sentido más estricto en tanto actitud de pasividad en sentido cualitativo; luego vendrá, ya en la etapa final, el materialismo cuantitativo (el reino de la cantidad, tan bien relatado por Guénon) que es cuando se valoran prioritariamente los cuerpos extensos que ocupan un lugar en el espacio, en detrimento de cualquier realidad inextensa y espiritual, reduciéndose así el conocimiento humano a la sola posibilidad de captar cosas corporales.
Concluida esta primera etapa, tras la derrota del gibelinismo, la lucha entre las dos religiosidades pasará de la forma abierta a la clandestina. Desde ese momento todos aquellos que pretenderán desarrollar una religiosidad de primer tipo, viril y solar, debían hacerlo a escondidas y en secreto debido a las temibles inquisiciones existentes. La Iglesia considerará como luciférico cualquier intento por querer conocer en esta vida a Dios de frente, por querer tener una experiencia directa de la Deidad y sin la intercesión de ésta, tal como sucediera en otras épocas, de una manera esotérica y que trascendiese hacia la forma pública. De allí que tales personas se escondieran en grupos secretos iniciáticos, tales como el Hermetismo, las Sociedades Alquimistas y la Masonería. En el caso específico que aquí nos convoca la masonería originaria era operativa en tanto antigua corporación de arquitectos y constructores encargados de velar por la corrección del oficio, pero en verdad quienes allí se agrupaban lo hacían por un lado en función de cumplir con ciertos ritos y recibir la iniciación y por otro su tarea era la de lograr influir a través de los mismos sobre el resto de la comunidad. De la masonería operativa nos ha hablado ampliamente quien nos precedió por lo que nos ahorramos una serie de consideraciones. Ella, del mismo modo que el Hermetismo y la Alquimia, utilizaba un lenguaje simbólico, críptico, con la finalidad de confundir a los profanos respecto de sus fines esenciales cuales eran la búsqueda de la inmortalidad y preservar así a la organización. Pero por otro lado también esta masonería, en tanto corporación de arquitectos y constructores, de acuerdo a la máxima iniciática de analogía entre la gran y la pequeña guerra santa, llevaba hacia lo externo la función de elevación de las almas hasta la dimensión del espíritu. Tal tarea era desarrollada a través de las grandes construcciones de catedrales e iglesias góticas. El arte tenía la función de elevar en el sentido estricto del término. Es interesante al respecto volver a leer la fundamental obra de Fulcanelli, El misterio de las catedrales, en donde se expresa el sentido catártico y de elevación que tenía la catedral gótica en el seno de la sociedad. En la catedral no solamente se efectuaban los ritos religiosos, sino que también era un centro de actividad preeminentemente espiritual, un verdadero eje alrededor del cual la comunidad efectuaba sus principales actividades. Es decir que la masonería en la Edad Media y aun buena parte de la modernidad, tras la victoria del güelfismo, influyó a través del símbolo sobre los hombres de su tiempo aplicando una función que podría definirse como de sugestión anagógica, por la cual, a través de un arte plagado de simbolismo, se superaban los límites decadentes impuestos por el güelfismo que reducía la vida religiosa a la simple fe y a la obediencia. La paradoja que se nos presenta es pues que si en los tiempos actuales ha sido la institución que más decididamente promoviera el derrumbe de nuestra civilización en la ciénaga de la modernidad, anteriormente fue en cambio la encargada de preservar de la impiedad y la decadencia a la sociedad occidental durante un vasto período histórico que abarca desde la caída del imperio gibelino hasta el mismo siglo XVIII, justamente en coincidencia con la desaparición u ocultamiento de la masonería operativa y la aparición de la especulativa.
Pero ello, tal como dijéramos, finalizó en siglo XVIII en el que sucedió que la masonería operativa concluyó con su función de influir iniciáticamente con sus ritos y símbolos sobre la comunidad en su conjunto y no es de extrañar que ello también coincida con la decadencia del carácter sagrado que antes poseía el arte. Sobrevino entonces aquella otra masonería de la que nos interesa más bien hablar aquí, la que apareciera a raíz de una degradación de la primera, la conocida como especulativa, fundada en el siglo XVIII con la creación de la gran Logia de Londres. Ésta modificó sustancialmente los objetivos y metas de tal institución, pues si para la operativa la meta era alcanzar una dimensión suprahumana y si luchaba en contra de la intolerancia en tanto que la Iglesia güelfa encerraba a todos los hombres bajo la dura férula del dogma y de la fe, en tanto comprendía al intelecto como un camino para alcanzar a ver los misterios de la divinidad, ahora con la nueva masonería la razón y el entendimiento quedan recluidos en sí mismos, interesa nada más que el hombre pero en tanto mero hombre, no como dijeran el esoterismo y Nietzsche, al hombre en tanto puente hacia una realidad superior, sino lo humano reducido a su mera inmediatez la cual como tal no es nada pues, al decir de los Dióscuros, el hombre en sí mismo no puede ser nunca una meta, sino tan sólo una cuerda tendida entre dos polaridades de la existencia la de ser animal o ser dios. Fue así como se operó algo parecido a una inversión de planos. De un interés prioritariamente metafísico, se descendió a una esfera puramente moral primero, para luego arribar a la arena propiamente política: tal será el fenómeno de las tres grandes revoluciones preparadas en diferente grado por la masonería como la norteamericana primero y luego la francesa y la rusa.
De acuerdo al aserto de que la corrupción de lo mejor es lo peor, todo el bagaje milenario de la masonería, sus grados, sus secretos, etc. fueron utilizados para una finalidad deletérea opuestas a sus fines originarios, cual era la destrucción de la sociedad tradicional, la monarquía, y la Iglesia.
El poder de sugestión de la masonería, primeramente desarrollado a través de las catedrales góticas, las cuales orientaban a las almas desde este mundo hacia el otro mundo, fue luego invertido en su finalidad a través de un poder inverso de sugestión desarrollado ahora por los medios masivos de difusión encargados de dirigir a la humanidad hacia su dimensión animal más baja hasta incluso su conversión en una realidad que no supera a la de un mero ganado vacuno, tal la tarea de los medios formativos de la “opinión pública”. Si antes dicho poder superior era utilizado para elevar hacia lo alto, ahora con el pasaje a la masonería especulativa el poder de sugestión es para obtener el descenso del hombre hacia dimensiones cada vez más inferiores que arriban hasta la misma esfera infernal del inconciente.
Sin embargo acotemos también que hoy en día Evola ha hecho notar que la Masonería ha perdido su poder de influencia otrora omnipoderoso a partir del período que abarca desde la Rev. Francesa hasta el fin de la Primera Guerra Mundial. Luego de ello, es como si la misma se hubiese reducido a una mera congregación inofensiva que agrupa a individuos nostálgicos de ciertos principios pertenecientes a lo que podría denominarse como la ideología de la modernidad y del progresismo o hasta a una mera institución de beneficencia.
Pero esto de ninguna manera ha hecho perder importancia al problema de la masonería. Lo que habría que decir al respecto es que, no obstante ello, la masonería moderna no ha perdido en nada su valor pues a pesar de que la misma en cuanto institución pueda haber caído en un estado de decadencia, su éxito principal estriba en que ha hecho ingresar en la historia una serie de principios esenciales para comprender los tiempos actuales tales como el de la tridimensionalidad y el de la guerra oculta. Nosotros diremos por lo tanto que, al hablar de Masonería, obviamente no nos queremos referir ni a la masonería operativa de carácter tradicional e iniciático, la cual lamentablemente a nuestro entender y también al de Evola ha quedado reducida a ser inoperativa dado su carácter extremadamente cerrado y minúsculo (Guénon, ante un requerimiento de Evola de querer ingresar a alguno de estas supervivencias le manifiesta que sabe tan sólo de una que acepta únicamente a 12 miembros y que al parecer el cupo ya estaba completo, por lo cual sólo restaba hacerse musulmán) ni tampoco queremos referirnos a las logias especulativas que en mayor o menor medida hicieran la revolución francesa y gestaran la rusa. Pensamos que por masonería debemos entender dos cosas: en primer lugar un principio que es el que se refiere al accionar oculto de cierta o ciertas organizaciones poderosas que poseen la capacidad de actuar por detrás de los bastidores de la historia y de determinar de alguna manera los acontecimientos. Y luego también una forma organizativa, la que no tiene porque ser la masonería del mandil y de la escuadra, tal como la conocemos históricamente pero que ha tomado del principio de la masonería su carácter secreto y oculto, la que tiene la capacidad de actuar siempre a través de otros y su medio principal de acción es, como el de toda masonería, la sugestión. Y en tal caso la sugestión es la capacidad de actuar sobre las conciencias de las personas dirigiendo su accionar hacia determinados fines. En pocas palabras se trata de un mecanismo sofisticado y aceitado que hoy podría calificarse como de guerra oculta. Y entendemos por tal a la guerra secreta que se dirige en contra de la sociedad tradicional en sus distintas manifestaciones históricas, sea orientales como occidentales, en contra de sus valores arraigados, en aras de la constitución de un organismo denominado mundo moderno el cual en su última etapa se expresaría a través del fenómeno de la globalización o mundo uno, o como se lo quiera denominar. Es pues el instrumento o modalidad en que se conduce hoy en día esa forma religiosa que quiere reducir al hombre a la condición de producto de un todo que lo trasciende y por lo tanto, ya en su faz más decadente, constituir un mundo de masas y de máquinas, tal como paradigmáticamente hoy en día es la sociedad norteamericana, no casualmente fundada en sus orígenes por la masonería. Es meta de esta institución, a la cual es hasta factible atribuirle incluso caracteres no humanos, en tanto niegan la esencia última y superior del hombre, la de constituir pues un mundo materialista en el sentido cuantitativo del término, en donde todos los hombres sean productos y partes de una realidad que totalitariamente dirige nuestros gustos y acciones a través de una organización social ficticia la que, fingiendo a los hombres libres, en la práctica los convierte en esclavos. Este poder oculto, esta masonería en el sentido que hemos hablado, tiene la capacidad esencial de actuar a través de otros en la consecución de sus fines, aunque en determinadas circunstancias muy precisas y excepcionales, casi como para dar un rumbo esencial mágico y evocativo a los acontecimientos, es posible que actúe de manera directa. Pero éste es ya un tema para otra conferencia.
Es por ello que para nosotros esta exposición debe caracterizarse por relatar y resaltar aquello que principalmente le interesa a Evola de la masonería, es decir lo referente a sus diferentes tácticas sugestivas de guerra oculta. En su esencial obra Los hombres y las ruinas que es de alguna manera la que por su orientación podría preceder a la que aquí presentamos, E. nos proporciona una serie de tácticas utilizadas por tal enemigo oculto, algunas de las cuales reseñaremos aquí tratando de adaptarlas a los tiempos actuales. Veamos algunas de las que nosotros consideramos como las más importantes.
1) Táctica de las falsificaciones. La misma consiste en sostener principios falsos a sabiendas de que lo son con la finalidad de engañar y disolver una civilización contraria. Ello lo vemos formulado expresamente en la obra Los Protocolos de los Sabios de Sión en la cual no interesa en este caso analizar su autenticidad, y ni siquiera si fueron o no obra de los judíos. Allí se dice expresamente que se difundirán teorías falsas con la finalidad expresa de destruir a la sociedad de los gentiles. Es decir que es finalidad del enemigo oculto difundir falsedades a sabiendas con la finalidad expresa de destruir una comunidad. Acá podemos mencionar expresamente dos falsedades notorias. A) La democracia, es decir el gobierno del pueblo. La misma es una falsedad en un doble sentido, en el primero porque nunca ha gobernado el pueblo en ningún lado; que allí donde se dice que es el pueblo el que decide es en verdad éste decidido a través de sutiles lavados de cerebro por los cuales de acuerdo a lo que dijera Napoleón se le hace “decidir” lo que el que dirige ya ha resuelto con antelación. Y en segundo lugar, que tampoco podría ser posible que éste gobernara, pues nunca puede ser soberano quien por naturaleza carece de voluntad propia. Entonces lo que ha sucedido es que a través del pretendido e imposible de existir gobierno del pueblo, democracia, gobiernan los mafiosos, es decir, los que dañan y aniquilan al mismo pueblo que dicen representar. Sin embargo a pesar de ser un absurdo lógico hoy en día es prácticamente imposible hablar mal de la democracia y hasta hay leyes punitivas para todo aquel que hable mal de ella o “la ponga en peligro”. B) La segunda falsificación es la relativa a la economía capitalista. Cualquiera, de acuerdo al sentido común, sabe que la tierra, la maquinaria y el trabajo son bienes económicos más importantes que ese pedazo de papel impreso que es el dinero, el cual es meramente un instrumento de intercambio de los productos. Que sin dinero le es posible sobrevivir a la humanidad y no en cambio sin ninguno de los bienes anteriormente mencionados de acuerdo sin embargo a un orden en el cual la tierra y el trabajo son siempre más importantes que la máquina. Pero hoy nos encontramos con que el sentido de la economía ha sido invertido. El dinero ha sido convertido en el factor económico más importante, de modo tal que su escasez expresamente fomentada, determina la parálisis de toda la actividad productiva y consecuentemente el estado de quiebra en que vive nuestra nación. Todas estas doctrinas han sido hechas y formuladas con la única finalidad de desarticular a un país o a una civilización, tal como lo hemos vivido de sobra en la Argentina de estos tiempos. Y esto es significativo señalarlo en relación a nuestro país. A la Argentina se la quebrado intencionalmente la economía y la política con la expresa finalidad de quebrarle el alma. Se ha tratado de crear en ella un sentimiento de impotencia que se dirija hacia la disgregación del país, y este proceso se ha ido agudizando a ritmo acelerado luego de la derrota de Malvinas. La consecuencia de ello ha sido que la Argentina se ha ido convirtiendo con el tiempo en una nación carente de sentido. Por ello, y ya lo hemos dicho repetidas veces, si la Argentina es un mero mecanismo económico y social que permite a las personas vivir mejor y no una empresa histórica y espiritual, entonces es factible pensar en un mañana, mañana que les aseguro no es tan lejano, en especial en ciertas zonas del interior del país, que la mejor forma de resolver la economía y la “vida” que hoy ha demostrado su ineficacia creciente se encuentra en la disolución de la nación. Éste es pues el paso siguiente que sobrevendrá a las disoluciones que hemos padecido los argentinos en los últimos tiempos. Primero ha venido la disolución económica, luego la moral y ahora tenemos la política, acompañada por la disolución de las fuerzas armadas. El paso siguiente será la disgregación territorial y especialmente de la Patagonia, pero ése será tema de una próxima conferencia. Pero hay que comprender que la razón última de todo esto es que la Argentina por su historia y significado oculto representa un peligro permanente –y nuevamente resaltamos el episodio Malvinas– de que se instaure un nuevo tipo de fundamentalismo, más peligroso aun que el islámico y es el fundamentalismo católico. Este fenómeno lo denunció Kissinger hace unos años y lo resaltó como un peligro siempre latente.
2) Dijimos desde el comienzo que la contraposición entre las dos masonerías, la operativa y la especulativa, esconde un problema mayor cual es la lucha entre dos formas diferentes de religiosidad y de humanidad, la viril y solar y la pasiva y lunar, la que pretende reducir al hombre a la condición de parte de un todo o producto, y la que en cambio lo concibe como un dios en devenir, el cual justamente se obtiene a través de una conquista cada vez mayor de libertad. ¿Cuál es ante ello la táctica para ocultar tal antagonismo esencial? Aquí intervienen dos procedimientos concurrentes: uno que podría ser el de las diluciones y que consiste justamente, tal como el mismo nombre lo indica, en diluir tales diferencias y confundirlas con otras no tan esenciales, es decir consiste en cambiar los ejes del conflicto. La lucha ya no es más entre dos tipos de hombre y de religiosidad, sino en lo que ha dado en llamarse hoy en día en especial con esta guerra como “el choque de civilizaciones” y a ella se le asocia otra táctica concurrente cual es la confusión de un principio con sus representantes. Hoy en día ello lo vemos cuando se confunde ilícitamente a USA con Occidente y se considera que el antagonismo entre Bush y Bin Laden no expresa otra cosa que una lucha entre civilizaciones: entre Islam por un lado vs. Cristianismo y Judaísmo por el otro. Esta falsa oposición esconde la contradicción esencial que no es otra sino la que existe entre Tradición y Modernidad, o dicho en modo más preciso entre las dos formas de religiosidad antes mencionadas. Y aquí hay que poner de relieve que lo que determina una civilización no es en manera alguna un simple espacio geográfico, ni una lengua, ni un conjunto de normas morales, sino esencialmente un principio espiritual. Lo que debe dividirnos es la idea no la pertenencia a un determinado espacio geográfico o a una determinada raza o cultura. Por ejemplo nosotros nos sentimos más cerca de Bin Laden que de Bush a pesar de que este último sea cristiano (también podría haber sido católico y ello no habría cambiado en nada el problema) blanco, monogámico, etc., es decir con mayores semejanzas culturales con nosotros que con antagonista. Lo que nos aproxima más a Bin Laden que a Bush y que representa el factor determinante de nuestras elecciones debe ser la concepción del mundo. Y al respecto digamos que la concepción del mundo materialista que B. sostiene dista kilométricamente de ser la del Occidente tradicional que nosotros defendemos y en cambio se encuentra mucho más cerca del mismo la postura del fundamentalismo islámico que rechaza la modernidad y sostiene una vía espiritual de realización. Dicho en modo particular, las morales y costumbres entre las civilizaciones pueden ser diferentes e incluso en muchos aspectos contrapuestas, tal como lo vemos hoy en día en que se habla tanto del chador y de la opresión de la mujer afgana, pero la moral, lo mismo que la forma religiosa particular son medios y caminos diferentes por los cuales el hombre busca un fin que lo trasciende. El antagonismo principal no es entre culturas, ya que éstas en el fondo último son iguales en tanto caminos diferentes hacia un mismo fin, sino entre Tradición y Modernidad, comprendiendo a esta última como una negación esencial del principio último que ha informado a las grandes civilizaciones. Y hoy en día estamos más cerca de B.L. y de su civilización porque en ésta se ha sabido conservar aun ese fondo último espiritual. Por ello es que decimos que está más cerca de Occidente quien apoya a Bin Laden que quien apoya a Bush. Hoy en día la lucha entre las dos grandes formas de la humanidad, religión lunar y solar, debería recrearse a través de la unión entre las grandes religiones en función del enfrentamiento de un enemigo común cual es el mundo moderno, representado ejemplarmente por los Estados Unidos.
3) La tercera táctica es la que va dirigida al común de la gente pero en verdad también afecta a muchos sectores intelectuales y consiste en la se podría denominar como la de la fetichismo de los medios (nombre provisorio pues podría hallarse uno mejor). La misma consiste en hacer creer que el enemigo es tan poderoso que cualquier resistencia en contra del mismo sería prácticamente inútil, y que incluso las acciones que se puedan haberse aplicado en su contra, no sólo no lo afectan en lo más mínimo, sino que en última instancia ha sido el mismo enemigo el que las ha utilizado, ya que éste es tan omnipotente que nada es posible hacerle para dañarlo. Lo hemos visto con el reciente atentado, respecto del cual no han faltado voces delirantes que han terminado manifestando implícitamente que fueron los USA quienes atentaron en contra de sí mismos para justificar una terrible acción represiva en el Medio Oriente.
Nos quedaría aun para hablar de los medios directos que utiliza ese enemigo oculto, esa masonería, en aras de la acción disolutoria de una civilización. Pero eso ya sería tema para otra conferencia, por lo que invitamos especialmente al público aquí presente a la próxima que daremos en diciembre cuando presentemos la obra ya más comprometida de Malynski, La guerra oculta.
Señores, mientras tanto los invito a leer la obra de J. Evola que hoy presentamos a fin de poder recabar las claves para comprender las pautas en que se desarrolla en su faz final este Kaliyuga que hoy nos ha tocado vivir.
(Conferencia dictada en el Centro de Estudios Evolianos el pasado 17-10-01)
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