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Biblioteca Evoliana

Cabalgar el Tigre (04) De los precursores a la "juventud perdida"

Cabalgar el Tigre (04) De los precursores a la "juventud perdida"

Biblioteca Evoliana.- La "muerte de Dios" y lo que siguió no fue un fenómeno puramente especulativo, sino vivido con mucha intensidad no solo por Nietzsche o Dovstoyesky, sino por algunos movimientos estéticos anteriores y posteriores a ellos. Evola, que en el fondo, desde su juventud había sido atraido por la expresión artística, ve en los poetas "malditos" del siglo XIX a los precursores de la doctrina de la "muerte de Dios", de la misma forma que considerará a la "juventud airada", y a los beatniks  norteamericanos posteriores a la segunda guerra mundial, como representantes de la misma corriente. 

 

4.- De los precursores a la "juventud perdida"

Es necesario constatar desde ahora que existe una corriente de pensamiento y una "historiografia" cuya característica ha consistido en presentar este proceso, al menos en sus primeras fases, como algo positivo, como una conquista. Esto es otro aspecto del nihilismo contemporáneo, con el trasfondo de una especie de "euforia del naufragado" inconfesada. Se sabe que desde el siglo de las luces y el liberalismo, hasta el historicismo inmanentista, primero "idealista", luego materialista y marxista, esas fases de disolución han sido interpretadas y exaltadas como las de la emancipación y de la reafirmación del hombre, del progreso del espíritu, del verdadero "humanismo". Veremos más lejos en qué medida la temática de Nietzsche relativa al período post-nihilista padece en sus peores aspectos de esta mentalidad. Por el momento es conveniente precisar el punto siguiente.

Ningún Dios ha atado jamás al hombre; no solo el despotismo divino es una invención fantasioso, sino también, en amplia medida, aquel que según las interpretaciones iluministas habría proporcionado al mundo de la Tradición su organización, recibida de lo alto y dirigida hacia lo alto, su sistema jerárquico, sus diferentes formas de autoridad legítima y de potencia sagrada. Todo este sistema, por el contrario, hallaba su fundamento verdadero y esencial en la estructura interna particular, las capacidades de recognición y los diversos intereses congénitos de un tipo de hombre ya casi completamente extinguido. El hombre, en un momento dado, ha querido "ser libre". Se le ha dejado hacer, incluso se le ha dejado sacar todas las consecuencias de su liberación; según una concatenación rigurosa, hasta que ha desembocado en la situación actual donde "Dios ha muerto" (Bernanos dice: "Dios se ha retirado") y donde la existencia se vuelve el dominio de lo absurdo, en donde todo es posible y todo es lícito. En todo ello sólo ha actuado lo que en Extremo Oriente se llama la ley de causa y efecto concordantes, objetivamente "más allá del bien y del mal", más allá de todas las moralinas.

En estos últimos tiempos la ruptura se ha extendido del plano moral al plano ontol6gico y existencias. Los valores que habían sido cuestionados ayer que solamente conmovían la critica de algunos precursores relativamente aislados, pierden hoy toda consistencia, en la vida cotidiana, para la conciencia general. Ya no se trata de "problemas", sino de un hecho consumado que hace aparecer al pozos inmoralista de los rebeldes de ayer como anticuado y anacrónico. Desde hace cierto tiempo, una buena parte de la humanidad occidental encuentra normal que la existencia esté desprovista de todo verdadero significado y que no deba ser ligada a ningún principio superior, aunque se ha arreglado para vivirla de la forma más soportable y menos desagradable posible. Sin embargo esto tiene como contrapartida y consecuencia inevitable una vida interior cada vez más reducida, informe, precaria, inestable y huidiza, así como la desaparición de toda rectitud y de toda fuerza moral.

Por lo demás, un sistema de compensaciones y de anestésicos actúa en la misma dirección y el hecho de no haber sido reconocido como tal por la mayoría de la gente, no le quita, por ello, este carácter. Un personaje de E. Hemingway hace el balance de hoy cuando dice; "Opio del pueblo, la religión... hoy también la economía es el opio del pueblo, como el patriotismo... Y las relaciones sexuales ¿no son acaso un opio para el pueblo?. Pero entregarse a la bebida, es el mejor de los opios: excelente, aun cuando los hay que prefieren la radio, este opio barato".

Sin embargo, cuando se presiente esta verdad la fachada tambalea, el entramado se disloca y, tras la disolución de los valores, llega un momento en que se denuncian todos los sucedáneos a los que se recurría para suplir la ausencia de significado de una vida abandonada a sí misma. Entonces aparece el tema existencias de la náusea, del asco, del vacío sentido tras todo el sistema del mundo burgués, el tema del absurdo de toda la nueva "civilización" impuesta a la tierra. En aquellos cuya sensibilidad es más aguda, se constatan diversas formas de traumatismos existenciales, se ven aparecer estados que se han calificado de "espectralidad del devenir", de "degradación de la realidad objetiva", de "alienación existencias". Aquí igualmente conviene observar que se pasa de experiencias esporádicas de algunos intelectuales y artistas de antaño, a formas de comportamiento que caracterizan, de una forma habitual, ciertas tendencias de las últimas generaciones en su conjunto.

Ayer aún se trataba de escritores, pintores y 11 poetas malditos" que vivían la desbandada, frecuentemente eran alcohólicos y mezclaban el genio con un clima de disolución existencias y con una revuelta irracional contra los valores establecidos. El caso de un Rimbaud es típico, su suprema forma de revuelta fue la renuncia a su propio genio, el silencio, el zambullirse en la actividad práctica llegando incluso hasta a buscar el lucro. Otro caso es el de Lautreamont, que fue empujado a la exaltación morbosa del mal, del horror, de la elementalidad informe por el traumatismo existencias (Maldoror, el héroe de sus cantos, dice: "He recibido la vida lomo una herida y he prohibido al suicidio sanar la cicatriz"). Como Jack London y otros más, comprendido el Ernst Junger de sus primeros tiempos, individualidades aisladas se volcaron a la aventura, a la búsqueda de nuevos horizontes, sobre tierras y mares lejanos, mientras que para el resto de los hombres, todo parecía estar en orden, seguro y sólido, bajo el signo de la ciencia se celebraba la marcha triunfal del progreso apenas turbado por el estallido de las bombas anarquistas.

Tras la primera guerra mundial, procesos aparecidos habían comenzado a desarrollarse, anunciando las formas extremas del nihilismo. En un primer momento, estos fenómenos precursores continuaron quedando al margen de la vida, en la frontera del arte. El más significativo y radical fue el dadaísmo, conclusión de los impulsos más profundos de los que se habían alimentado los diversos movimientos artísticos de vanguardia. Pero el dadaísmo niega las categorías artísticas mismas. Aspira a traducir en formas caóticas una vida desprovista de toda racionalidad, de todo lazo, de toda coherencia, tiende a aceptar, incluso a exaltar lo absurdo, lo contradictorio, lo que no tiene sentido ni fin y a asumirlos como tales.

Temas análogos fueron inmediatamente recuperados, en parte, por el surrealismo cuando éste rechazó adaptarse a la vida "en las condiciones irrisorias de toda existencia aquí abajo". Esta vía fue seguida algunas veces consecuentemente hasta el final por algunos surrealistas como Vaché, Crevel y Rigault, que se suicidaron, el último además había reprochado a los otros no saber hacer nada más que literatura y poesía. Por último cuando A. Brcton, aún muy joven, declara que el acto surrealista más sencillo seria bajar a la calle y disparar a los transeúntes al azar, anticipaba sólo lo que algunos representantes de las últimas generaciones debían realizar más de una vez tras la segunda guerra mundial, pasando así de la teoría a la práctica, y buscando alcanzar, a través de la acción absurda y destructivo, el único sentido posible de la existencia tras haber rehusado ver en el suicidio una solución radical para el individuo metafísicamente solo.

Con el traumatismo más violento provocado por la segunda guerra mundial y lo que siguió, con el hundimiento de un nuevo conjunto de valores de fachada, esta corriente se ha extendido efectivamente de una forma característica y casi endémica en la juventud que se ha llamado "quemada" o "perdida" y cuyo trasfondo, a pesar de un frecuente y amplio margen de inautenticidad, de pose y caricatura, tiene a menudo el valor de un signo de los tiempos.

Son, por un lado, los " rebeldes sin bandera" los young angry men, con su furor y agresividad contra un mundo en el que tienen la impresión de ser extranjeros, de] que no advierten el sentido o donde no perciben ningún valor que merezca que se luche o entusiasme por él. Como hemos dicho es la conclusión de un mundo en el que Dios ha muerto, de las formas anteriores de revuelta en el fondo de las cuales subsistía, a pesar de todo -como en el mismo anarquismo utópico- la convicción de tener una causa justa para defender, al precio de no importa qué destrucción y de¡ sacrificio de la propia vida; el nihilismo implicaba la negación de los valores del mundo y de la sociedad contra los que se sublevaba, pero no los que empujaban a esta revuelta. En las formas actuales no queda más que la revuelta en estado puro, la revuelta irracional, la revuelta "sin bandera".

Los teddy boys pertenecen a esta tendencia, así como el fenómeno de los halbstarken alemanes, de la "generación de las ruinas". Se sabe que unos y otros adoptan una forma de protesta agresiva, que se expresa también a través de explosiones vandálicas y fuera de la ley, exaltadas como "actos puros", como un frío testimonio de su diferencia de naturaleza. En los países eslavos son los holigans. Más significativa aún es la contrapartida americana, representada por los hipsters y la beat generation. Se trata igualmente aquí, antes de que actitudes intelectuales, de posiciones existenciales vividas por jóvenes, posiciones de las que un cierto tipo de novelas no da más que el reflejo: formas frías, más descarnadas, más corrosivas que las del equivalente británico, en su oposición a todo lo que es seudo-orden, racionalidad, coherencia, a todo lo que es square, que parece "cuadrado", sólido, justificado, seguro: "cólera de estructura sin voz" como ha dicho alguien, desprecio por la "ralea incomprensible que consigue apasionarse seriamente por una mujer, un trabajo o una casa" (Norman Phodoretz). El absurdo de lo que es considerado como normal, "la locura organizada del mundo normal", parecen a los hipsters particularmente evidentes en el clima de la industrialización y en el ambiente de activismo insensato que reina a pesar de todas las conquistas de la ciencia. Rechazo a identificarse con el medio, rechazo absoluto a colaborar, a tener un puesto definido en la sociedad. tales son las consignas de estos medios que, por lo demás, no comprenden exclusivamente a jóvenes, sino que agrupan a elementos surgidos de los bajos fondos, las capas sociales más afectadas, pero también a todas las clases. incluso de las más ricas. Al nuevo nomadismo de algunos se añaden, en otros, el hípsterism, el alcohol, el sexo, las drogas, la música negra del jazz, la velocidad, e incluso los actos que tienen un carácter de crímenes gratuítos, tales como los que había propuesto A. Breton, han servido como medios para soportar, gracias a sensaciones exasperadas, el vacío de la existencia. No se teme nada, se aspira, por el contrario, a  recibir terribles golpes del propio Yo" en experiencias de todo tipo (Norman Mailer . Los libros de Jack Kerouac y la poesía de Allen Ginsberg se inspiran también, en cierta medida, en este clima).

Pero esta corriente se había dejado ya presentir en algunos autores llamados con razón los Walt Witman de un mundo que se hunde y no de¡ mundo optimista, lleno de esperanza y de vida, de la juventud democrática americana. A parte de un Dos Pasos y de algunos otros de¡ mismo grupo, es el Henry Miller del primer período quien puede considerarse con más derecho como el padre espiritual de estas corrientes. Se ha podido decir de él que era "más que un escritor o que un artista, una especie de fenómeno colectivo de la época; un fenómeno encarnado y vociferante como manifestación brutal y absurda de la desesperanza furiosa y de¡ horror infinito que se instalaban tras la fachada ruinosa" (prefacio de "Trópico de Capricornio", Ediciones du Chine, Pairís, 1946). Es el sentimiento de una tabula rasa, del silencio cósmico, de la negación de la liquidación de toda una época, "es un profeta que anuncia el fin del mundo en el momento en que este mundo florece y está radiante, en el apogeo de su grandeza y de su infección pestilente". Es del mismo Miller de quien son estas palabras características: "Desde el inicio, no he conocido más que el caos, como un fluido en el que se estaba envuelto, algo que inhalaba por las branquias". "Un bosque de piedra en cuyo centro está el caos", tal es la sensación que da el ambiente donde se mueve el hombre de hoy. "En ocasiones, en este punto muerto y central, en el corazón mismo del caos, danzaba y bebía hasta estar completamente atontado, hacía el amor o me envolvía con la amistad de alguien, hacía planes para una vida nueva, pero todo no era más que caos, piedra, desesperanza, extravío".

Testimonio que coincide en parte con este, aunque de otro origen H. Hesse había ya puesto en la boca de uno de sus personajes: "Prefiero sentirme quemado por un dolor diabólico antes que vivir en este ambiente de sana temperatura. Mientras se inflama en mí un deseo salva e de emociones intensas, de sensaciones, una rabia contra esta vida trivial, vulgar, normal, y esterilizada y un deseo de romper algo, no sé, un almacén o una catedral, o a mí mismo; de cometer locuras temerarias...   Es, de hecho, lo que siempre he detestado, aborrecido y maldecido; esta satisfacción, esta salud pacífica, este graso optimismo del burgués, esta disciplina del hombre mediocre, normal, vulgar". Paul van den Bosch escribe en "Los hijos del absurdo ": "Somos fantasmas de una guerra que no hemos hecho... de haber abierto los ojos sobre un mundo desencantado, somos, más que cualquier otra cosa, hijos del absurdo. Algunos días el sin sentido nos pesa como una tara.  Parece que Dios ha muerto de vejez y que nosotros existamos sin fin... no estamos amargados: partimos de cero. Hemos nacido entre las ruinas. Cuando hemos nacido, el oro se ha transformado en piedra".

La herencia de los precursores del nihilismo europeo, en las actuales corrientes de la juventud quemada se ha traducido pues, en buena medida, en las formas crudas de una vida vivida. Un rasgo importante aquí es la ausencia de cualquier reivindicación revolucionario-social, el no creer que una acción organizada pueda cambiar las cosas; es toda la diferencia que separa a estos movimientos, tanto de los nihilistas de ayer como de los intelectuales de izquierda que hacen el proceso a la sociedad burguesa. "Trabajar, leer, prepararse en células, creer, para luego romperse el espinazo; no, gracias, esto no es para mí" dice, por ejemplo, uno de los personajes de J. Kerouac. Tal es el balance de los resultados que han alcanzado prácticamente la "revolución" de las fuerzas de la izquierda, cuando han triunfado, cuando han superado la fase de la mera revuelta: Camus lo ha puesto bien a las claras, después del período de sus ilusiones comunistas: la revolución ha traicionado sus orígenes, instituyendo nuevos yugos, un nuevo conformismo, más obtuso y más absurdo.

Conviene no pararse por más tiempo en estos testimonios de una existencia traumatizada, como tampoco sobre los testimonios de lo que se podría llamar "los mártires del progreso moderno". Como hemos dicho, no nos interesan más que como índices que marcan los tiempos. Las formas actuales se han degradado también el olas extravagantes y pasajeras. Pero es incontestable el nexo causa¡ necesario que los une al mundo "en que Dios ha muerto" y no ha sido aún sust']cuido. Desaparecidas estas formas, surgirán otras homólogas, según las circunstancias hasta el agotamiento del ciclo actual.

 

 

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