El Misterio del Grial - Presentación
Biblioteca Evoliana.- El Misterio del Grial fue el primer libro de Evola traducido y publicado en España, por Plaza&Janés. Posteriormente ha sido reeditado por Olañeta. Se trata, sin duda, del análisis más profundizado sobre el tema del Grial desde el punto de vista de la Tradición. Se trata de una de las grandes obras "técnicas" de Evol, a leer necesariamente. En esta introducción, Evola alude a las cuatro premisas a tener en cuenta para considerar su análisis. Se trata de una serie de superar una serie de prejuicios (el "literario" y el "antropológico") y de presentar su método de trabajo ("el método tradicional"). Finalmente, sitúa el tema del Grial dentro de la perspectiva tradicionalista.
PREMISAS
I. EL PREJUICIO LITERARIO
Quien desee comprender lo esencial del conjunto de las leyendas caballerescas y de los escritos épicos a los que -juntamente con otros muchos afines y que en cierta medida le están vinculados - pertenece el ciclo del Grial, debe superar una serie de prejuicios, el primero de los cuales es el que llamaremos literario.
Se trata de la actitud de quien, en la saga y la leyenda, se niega a ver otra cosa que una producción fantástica y poética, individual o colectiva, pero, en todo caso, sencillamente humana, ignorando por tanto lo que en ella puede tener valor simbólico
superior y que no puede acompañar a una creación arbitraria. En cambio, ese elemento simbólico, que a su modo es objetivo y supraindividual, precisamente constituye el elemento esencial en las sagas. En las leyendas, en los mitos, en los cantos de gesta y en las epopeyas del mundo tradicional. Lo que cabe y debe admitirse es que, en el conjunto de las composiciones, ese elemento simbólico no siempre procede de una intención perfectamente consciente. Sobre todo cuando se trata de creaciones de carácter semicolectivo, no era raro el caso de que los elementos más importantes y significativos se expresasen casi sin saberlo sus autores, quienes apenas se daban cuenta de que obedecían a ciertas influencias que en un momento determinado se valían de las intenciones directas y de la espontaneidad creadora de personalidades o grupos particulares como medio para conseguir sus fines. Así, también cuando lo que es composición poética o quimera espontánea parece estar, y está materialmente, en primer plano, este tipo de elemento no tiene en absoluto valor de revestimiento contingente o de vehículo de expresión al que sólo haya que conceder
consideración superficial. Incluso puede admitirse que algunos autores tan sólo tratasen de «hacer arte», y que lo consiguieron hasta el extremo de que sus producciones van en contra de quienes únicamente conocen y admiten el punto de vista estético. No obstante, eso no quita que en su «hacer sólo arte», tanto más cuanto que obedecen a la espontaneidad, o sea a un proceso imaginativo no controlado, hiciesen también lo otro: conservar, o transmitir, o hacer intervenir un contenido superior que el ojo experto siempre sabrá reconocer y del que algunos de sus autores tal vez hubieran sido los primeros en asombrarse si se lo hubiesen señalado claramente.
Pese a ello, en las composiciones legendarias tradicionales es mucho más frecuente el caso de autores que no creían estar creando tan sólo arte o fantasía, aunque casi siempre estaban próximos a una sensación bastante confusa del alcance de los temas que ponían en el centro de sus creaciones. Podemos extender al terreno de las sagas y leyendas lo que hoy se ha terminado atribuyendo a la psicología individual, es decir, que existe una conciencia periférica, y que por debajo de ella hay una zona de influencias más sutiles, más profundas y más decisivas. Psicoanalíticamente, el sueño es un estado en el que las influencias de este tipo, reprimidas o excluidas de la zona de la conciencia externa de vigilia, se adueñan directamente de la facultad fantástica y se traducen en imágenes simbólicas que la conciencia experimenta sin saber casi nada de su verdadero contenido: y cuanto más extravagantes e incoherentes aparecen esas imágenes o fantasmas, tanto más hay que sospechar un contenido latente inteligente y significativo, y ello precisamente porque necesita disfrazarse más para tener vía libre a la semiconsciencia. Eso mismo puede pensarse también en muchos casos de la saga, la leyenda, la narración de aventuras, el mito e incluso la fábula. Suele suceder que precisamente el lado más fantasioso y estrambótico, menos evidente o menos coherente, menos susceptible de tener valor estético o histórico, y por ello generalmente descartado, es el que brinda el mejor camino para captar el elemento central que proporciona al conjunto de composiciones del género su verdadero sentido y a veces incluso su significado histórico superior.
Es la advertencia propia de una tradición, que más adelante veremos que no carece de relación con la del propio Grial: «Donde más clara y abiertamente he hablado de nuestra ciencia, allí lo he hecho de forma más ininteligible y allí la he ocultado», mientras que el emperador Juliano, por su parte, había escrito ya: «Lo que en los mitos parece inverosímil es precisamente lo que nos abre el camino a la verdad. Efectivamente, cuanto más paradójico y extraordinario es el enigma, tanto más parece advertirnos de que no nos fiemos de la palabra desnuda, sino que nos esforcemos en buscar la verdad escondida».
Esto por lo que se refiere al primer prejuicio que hay que superar, prejuicio que con frecuencia afecta a la consideración de los textos poético-legendarios medievales y que se manifestó particulannente enérgico, por ejemplo, para con la literatura de los denominados «Fieles de Amor», donde, a causa de la preponderancia del elemento artístico y poético de cobertura, a muchos autores les ha parecido iconoclasta toda tentativa de exégesis extraliteraria. O sea de tratar de comprender el «misterio», misterio del que en muchos casos ha sido portadora la literatura «poética» de que hablamos y que, como veremos, no carece de relación con las mismas influencias que han dado fonna al ciclo del Grial, además de con ciertas organizaciones que actuaban tras los bastidores de la historia conocida.
II. EL PREJUICIO ETNOLÓGICO
Otro prejuicio que hay que superar es el etnológico. Se refiere esencialmente a un tipo de estudios que han comenzado a descubrir en el ciclo de leyendas en las que aparece el Grial varias raíces subterráneas, pero que no han sabido ver en ellas más que fragmentos de folklore, de antiguas creencias populares primitivas. Precisar este aspecto es importante, en relación específica con la materia que trataremos, porque la presencia de esos elementos en la tradición del Grial es bien real, y constituyen además el hilo conductor para que en el aspecto suprahistórico e iniciático de la leyenda del Grial podamos reconocer también el aspecto histórico referente a la presencia y la eficacia de una tradición particular.
En primer lugar, aquí se extiende a lo colectivo la relatividad del aspecto «creación» que acabamos de señalar en el caso de las producciones individuales, dado que la mayoría ven en el folklore una producción popular espontánea, un producto fantástico colectivo mezclado con supersticiones que en sí y por sí hay que considerar más o menos una curiosidad. Siguiendo un prejuicio similar, las denominadas escuelas etnológicas, igual que las psicoanalíticas pasadas al estudio del «subconsciente colectivo», se han entregado a distintos estudios que siempre equivalen a una sistemática y contaminadora reducción de lo superior a lo inferior.
Debemos ceñirnos aquí a un solo enunciado y discutir el principio mismo del «primitivismo» que actualmente se les supone a ciertas tradiciones populares. Muy al contrario de ser «primitivas», en el sentido de originarias, en la mayor parte de los casos las tradiciones en cuestión no son más que restos degenerados en los que podemos reconocer antiquísimos ciclos de civilización. Así, estamos totalmente de acuerdo con Guénon en que, en el supuesto folklore, «en casi todos los casos se trata de elementos tradicionales en el verdadero sentido del término, aunque a veces deformados, mermados o fragmentarios, y de cosas que poseen un valor simbólico real, cuando todo ello, en vez de ser de origen popular, a fin de cuentas ni siquiera es de origen humano. Lo que puede ser popular es únicamente el hecho de su “supervivencia”, cuando estos elementos pertenecen a formas tradicionales desaparecidas... que quizá se remontan a un pasado tan lejano que sería imposible determinarlo, y que por eso nos contentamos con relegar al oscuro ámbito de la prehistoria. A este respecto, sin embargo, elpueblo ejerce la función de una especie de memoria colectiva más o menos subconsciente cuyo contenido procede sin duda de otra parte».
Igualmente exacta es la siguiente explicación del hecho singular de que precisamente el pueblo sea en esos casos portador de una cantidad considerable de elementos preferidos a un plano superior, por ejemplo iniciático, o sea propio de lo que por definición puede haber de menos «popular» : «Cuando una forma tradicional está a punto de extinguirse, sus últimos representantes pueden confiar voluntariamente a esa memoria colectiva de la que hemos hablado todo cuanto de otro modo se perdería irremisiblemente.
Ese, en suma, es el único modo de salvar lo que en cierta medida puede salvarse todavía. Y, al propio tiempo, la incomprensión de las masas es una garantía suficiente de que todo cuanto tiene carácter esotérico no va a perderlo, sino que subsistirá como una especie de testimonio del pasado para quienes en otras épocas sean capaces de comprenderlo».
Esta última observación es particularmente aplicable a los elementos del supuesto folklore nórdico-occidental «pagano» presentes en los ciclos del Grial y del rey Arturo, elementos que, completados, o sea devueltos a su primitivo significado simbólico mediante referencias tradicionales y hasta intertradicionales, nos darán el verdadero sentido de las sagas y epopeyas en las que diremos que se fundieron, apareciendo en la cúspide del mundo caballeresco medieval y guardando también una relación con el ideal gibelino de Imperium y con distintas tradiciones y corrientes secretas que de una u otra forma recibieron la herencia espiritual de ese ideal.
Así, también resulta clara la diferencia entre el punto de vista que sustentamos y las citadas teorías psicoanalíticas sobre el subconsciente o inconsciente colectivo, en las que este último se ha convertido en una especie de cajón de sastre que acoge las cosas más dispares, todas ellas consideradas más o menos desde el punto de vista de la «Vida», del atavismo, de lo irracional. Lo que estas recientes teorías de modo tan uniforme consideran «inconsciente», a menudo hay que relacionarlo con una auténtica supraconciencia; sólo puede considerarse una broma que alguien diga que los mitos y los símbolos son manifestaciones de la «Vida», cuando en verdad su naturaleza es esencialmente metafísica, y no tienen nada que ver con la «Vida», a menos que se trate de la que perfectamente podemos llamar los «cadáveres» que quedan de esos mitos y símbolos. Tampoco vale objetar, como han querido hacer algunos, que toda consideración positiva debe limitarse a estudiar las manifestaciones de lo «inconsciente» como puras experiencias, sin introducir elementos trascendentales: donde falten puntos de referencia sólidos, no hay modo de orientarse entre la diversidad de las experiencias, no hay modo de comprenderlas ni de valorarlas, sobre todo si después se identifica abusivamente la experiencia en general con lo que son algunas de sus modalidades particulares, incluso condicionadas por factores patológicos. Eso está suficientemente probado por el resultado de todas las tentativas de interpretación psicoanalítica, que no sólo no alcanzan el plano del espíritu, sino que
además, al caer en aberraciones del tipo de Tótem y Tabú de Freud, cuando no conducen a un mundo subnormal de neuróticos e histéricos, desembocan - como ocurre en la teoría de los «arquetipos» de Jung - en confusas concepciones muy influidas por el nuevo culto supersticioso de lo «vital» y de lo «irracional», demostrando así, no que carezcan de «hipótesis», sino que las tienen falsas.
III. SOBRE EL MÉTODO «TRADICIONAL»
Queda por eliminar la limitación metodológica propia de la tendencia que, suponiendo una transmisión totalmente exterior, casual y empírica, quiere hacer derivar unilateralmente de una particular corriente histórica los motivos fundamentales del Grial, y también los del mito imperial. Así vemos por ejemplo que, conforme a una opinión muy difundida, la leyenda del Grial es en el fondo una leyenda supuestamente cristiana. Otros, por el contrario, han formulado la hipótesis céltico-pagana, a la que otros han contrapuesto la hipótesis indo-oriental o la siríaca. La han comparado con la alquimia y, en otro plano, el Grial no sólo ha sido atribuido a las doctrinas de los cátaros o a la de los persas, sino que en algunos personajes característicos y en ciertos pasajes de la leyenda se ha tratado también de reconocer a personajes y lugares históricos, provenzales para unos y persas para otros.
Sea cual fuere la legitimidad de algunas de esas conexiones, lo que resulta decisivo es el espíritu con que se efectúan. Lo que caracteriza al método que llamamos «tradicional», en oposición al profano-empírico o critico-intelectualista - de los estudios modernos, es que pone de relieve el carácter universal de un símbolo o de una enseñanza relacionándolo con otros correspondientes de otras tradiciones, con lo que establece la presencia de algo que es superior y anterior a cada una de esas formulaciones, diferentes entre sí aunque equivalentes, y puesto que es posible que una tradición haya dado a un significado común a todas una expresión más completa, más típica y más transparente que otras tradiciones, resulta que el establecer correspondencias de este tipo es uno de los medios más fecundos para comprender y completar lo que en otros casos se encuentra en forma más confusa o incompleta.
Aunque aplicaremos precisamente ese método en nuestra exposición, no es eso lo que suelen hacer los eruditos modernos. Ante todo, éstos, más que verdaderas correspondencias, establecen oscuras derivaciones, es decir que buscan el hecho empírico y siempre incierto de la transmisión material de ciertas ideas o leyendas de un pueblo a otro, de una «literatura» a otra, ignorando que, allí donde actúen influencias de un plano más profundo que el de la conciencia únicamente individual, allí puede también producirse una correspondencia y una transmisión por vías totalmente distintas de las ordinarias, sin condiciones precisas de tiempo y espacio ni contactos exteriores históricos. En segundo lugar, y sobre todo, en este orden moderno de investigación cada aproximación acaba resultando en una dislocación de puntos de vista antes que en una ampliación. Por ejemplo, cuando un estudioso descubre la correspondencia de algunos motivos del ciclo del Grial con otros que, supongamos, aparecen en la tradición persa, simplemente considera esto una «búsqueda» de fuentes y el resultado es afirmar triunfalmente: «¡El Grial es un símbolo persa!». La nueva referencia no le sirve en absoluto para iluminar una tradición con ayuda de la otra, para comprender una mediante el elemento, universal, metafísico y suprahistórico, acaso más visible en el correspondiente símbolo tal como ha sido formulado en la otra tradición. En resumen, es pasar sin reflexión de uno a otro de los puntos de una perspectiva con dos dimensiones, no es la búsqueda de ese punto de vista concreto que de las dos dimensiones superficiales puede conducirnos a la tercera dimensión, a la dimensión en profundidad, para que pueda servir de centro ordenador o de hilo conductor a todo el resto.
En cuanto a la mención que hemos hecho sobre las tentativas de interpretar los motivos del Grial con arreglo a personajes y situaciones históricas, dado que esas tentativas se han realizado también con otras sagas que tienen importantes relaciones con el Grial (rey Arturo, preste Juan, etc.), esto merece alguna otra precisión.
En general, en esos intentos actúa la denominada tendencia «evemerista», recogida por los autores modernos según su irresistible impulso a hacer depender, siempre que
pueden, lo superior de lo inferior. Los personajes de los mitos y de las leyendas –piensan- son únicamente sublimaciones abstractas de personajes históricos, que han terminado ocupando el lugar de éstos y equivaliendo por sí y en sí en el plano mitológico y fantástico.
Tal vez la cierto sea precisamente lo contrario, es decir, que existen realidades de un orden superior, arquetípico, que están diversamente representadas por los símbolos o por los mitos. Y puede ocurrir que en la historia determinadas estructuras o personalidades encarnen hasta cierto punto esas realidades. Se entrecruzan entonces historia y suprahistoria y acaban por completarse recíprocamente, y a esos personajes y a esas estructuras la fantasía puede transferirles de modo instintivo los rasgos del mito, precisamente basados en el hecho de que, en cierto modo, la realidad se ha vuelto simbólica y el símbolo se ha hecho realidad. En esos casos, la interpretación «evemerista» trastoca por completo las verdaderas relaciones. En ellas reside el «mito» que constituye el elemento primario y que debiera servir de punto de partida, mientras que el personaje histórico, o el dato histórico, es tan sólo su expresión, contingente y condicionada respecto al orden superior. Por eso en otro lugar hemos tenido ocasión de indicar el verdadero sentido de las relaciones, en apariencia absurdas y arbitrarias, que establecen estas leyendas entre personajes históricos muy distintos, basadas en el hecho de que, pese a no tener nada en común históricamente, en el tiempo y el espacio, fueron enigmáticamente consideradas manifestaciones equivalentes de un principio único o de una función única. Análoga es la razón de ser de algunas genealogías en apariencia no menos extravagantes: la descendencia legendaria expresa de modo figurado una continuidad espiritual que puede ser real aunque no tenga las condiciones propias de una continuidad sanguínea en el tiempo y el espacio. Las genealogías de los reyes del Grial, de Lohengrin, de Arturo, del preste Juan, de Helias, etc., en esencia hay que considerarlas de ese modo. Además, precisamente algunas situaciones ideales procedentes de la interferencia entre historia y suprahistoria de que hablábamos nos ofrecen la clave fundamental para comprender la génesis y el sentido del ciclo del Grial y de todo cuanto en él conduce a la idea suprahistórica no sólo de Imperio, sino también a una particular aparición de esa idea en el mundo medieval occidental.
IV. LUGAR HISTÓRICO DEL MISTERIO DEL GRIAL
Este aspecto debe esclarecerse como sigue.
Aislando los que propiamente se refieren al Grial, el conjunto de los textos nos presentan la repetición de unos pocos temas esenciales, expresados mediante el simbolismo de personajes y gestas caballerescos. Se trata esencialmente del tema de un centro misterioso, del tema de la búsqueda de una prueba y de una conquisla espirilual, del tema de una sucesión o reslauración regia, que a veces toma también el carácter de una acción curadora o vengadora. Parsifal, Galván, Galaad, Ogier, Lanzarote, Peredur, etc., no son en esencia más que diferentes nombres para un tipo único; también personajes equivalentes, representaciones diversas del mismo motivo, son el rey Arturo, José de Arimatea, el preste Juan, el Rey Pescador, etc., y también son imágenes que se complementan las de los distintos castillos misteriosos, las distintas islas, los distintos reinos, los distintos lugares inaccesibles y peligrosos, que en los relatos desfilan ante nosotros en una secuencia que, si bien por una parte crea una atmósfera extraña y surrealista, por otra suele terminar por hacerse monótona. Hemos señalado ya que todo ello posee en primer lugar, o es susceptible de poseer, un carácter de «misterio» en sentido propio, o sea iniciático. Pero, en la forma
específica con la que todo ello está expresado en el ciclo del Grial, hemos de reconocer el punto en el que una realidad suprahistórica, por decirlo así, forzó la historia asociando del modo más estrecho los símbolos del denominado «misterio» a la sensación confusa, pero viva, de que la realización efectiva de ese misterio se imponía para solucionar la crisis espiritual de toda una época, o sea de la civilización ecuménico-imperial medieval en general.
De esta precisa situación cobró forma y vida el ciclo del Grial. La evocación de los motivos primordiales y suprahistóricos se encontró con el movimiento ascendente de una tradición histórica en un punto de equilibrio en torno al cual se precipitó y cristalizó en breve período de tiempo una materia de naturaleza y procedencia muy variada, unificada por su capacidad de servir de expresión a un motivo común. Por tanto, hay que partir de la idea de una unidad interna fundamental de distintos textos, con los distintos personajes, los distintos símbolos y las distintas aventuras propios de ellos, por lo que debemos descubrir la capacidad latente de un texto para completar o continuar otro, hasta haber precisado totalmente algunos temas fundamentales. Al margen de esto, devolver esos términos a sus significados universales intertradicionales ya una metafísica aliada de la historia, significaría sin embargo repetir lo que ya hemos expuesto en otra obra. Aquí, pues, deberemos limitarnos a exponer en forma de enunciado los puntos de referencia más indispensables para poder comprender en verdad el sentido, simultáneamente histórico y suprahistórico, del misterio del Grial.
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