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Biblioteca Evoliana

Síntesis de la Doctrina de la Raza (05) Raza y Nación

Síntesis de la Doctrina de la Raza (05) Raza y Nación

Biblioteca Julius Evola.-  Si los anteriores capítulos de esta obra de Evola habían estado dedicados a establecer las pautas y los objetivos del trabajo y a definir la importancia de una doctrina de la raza para establecer los rasgos interiroes de la personalidad, a partir de este capítulo, Evola asume un análisis de la raza en tanto que fenómeno comunitario. En este primer capítulo recuerda que el concepto de EStado-Nación es esencialmente moderno (formado entre la Paz de Westfalia y la Revolución Francesa) y que una raza, muy frecuentemente, supera el ámbito de una frontera nacional.

 

5. RAZA Y NACION

No hay racista, incluso el más extremista que no esté presto a reconocer que expresiones tales como "raza blanca", "raza alemana", "raza anglosajona", e incluso "raza hebraica", son científicamente incorrectas pues, en este ámbito, conviene hablar de pueblos o de naciones, sabiendo perfectamente que e nuestra época ningún pueblo ni nación pueden pre tender corresponder a una raza única, pura y homogénea. Lo demostraremos rápidamente teniendo presente que, hoy cuando se habla de raza, no s recurre a las grandes categorías generales de la antropología de ayer (la cual se contenta con hablar de raza blanca, negra, roja, amarilla, etc.), sino a la unidades étnicas más individualizadas y más originales que de una cierta manera, se podrían comparar a cuerpos simples (o elementos) que son la ideas de base de la química en su estudio de lo compuestos. Las naciones y los pueblos serían consecuentemente compuestos (más o menos estable y homogénea) de tales elementos. Para Deniker, por ejemplo, la palabra "raza" se refiere a un conjunto de características que se encontraban en el origen en un conjunto de individuos, pero que hoy están desparramadas en proporciones variables en diversos grupos étnicos que son precisamente los pueblos y las naciones modernas, grupos que se distinguen unos de los otros principalmente por la lengua, el modo de vida, los hábitos etc.

¿Cuáles son entonces las relaciones que subsisten entre la idea nacional y la idea racial? ¿Dónde reside el elemento preponderante? ¿en la nación o en la raza? Por delicado que sea este problema, debe ser abordado, pues si muestra posición adoleciera de falta de claridad, sería imposible penetrar en el sentido y el fundamento de todos los aspectos prácticos y "operacionales" del racismo y sobre todo del racismo selectivo. Al igual que los pueblos, las naciones son síntesis. Se puede coincidir en que los elementos que figuran en tal síntesis no son exclusivamente raciales cuando se concibe la raza como una entidad puramente ética y antropológica. Pero esta concepción no es la nuestra. Para nosotros la raza es una entidad que se manifiesta tanto en el cuerpo como en el espíritu. Las diferentes formas de cultura, arte, religión, etc. son manifestaciones de la raza del alma y del espíritu. De este modo los elementos no étnicos, ni antropológicos que permiten definir una nación pueden también convertirse en objetos de investigaciones "racistas".

Ahora conviene decir algunas palabras a cerca de las consecuencias del mestizaje. Revelemos, ante todo, que cuando razas heterogéneas se mezclan el resultado no es solamente la desnaturalización en sus descendientes, de los rasgos característicos propios a los tipos puros correspondientes. En efecto, se observa una hibridación mucho más grave en cuanto a sus efectos, es decir una descendencia en la que la raza del cuerpo de un tipo dado no corresponde con la "raza del alma" ni con la "raza del espíritu" que de modo normal deberían corresponder y a las cuales, en el origen estaban unidas: unas desavenencias e incluso frecuentemente, un desgarramiento interior que se deriva necesariamente.

En segundo lugar, es necesario detenerse sobre la generalización de los conceptos propios a las teorías de Mendel concernientes a la herencia de los caracteres "dominantes" y "recesivos". En un cruce, se puede dar que en los descendientes, durante una o varias generaciones, lleguen a predominar solamente las características de uno de los dos tipos, hasta el punto de hacer nacer la ilusión de que ninguna mezcla, ninguna bastardización o hibridismo tiene lugar. Esto no es más que simple apariencia. Las potencialidades hereditarias (comprendidas las de otro tipo) se transmiten y actúan en los descendientes, pero bajo una forma latente; son por así decirlo, "emboscadas" por el hecho de que durante un ciclo dado, sólo ha predominado la influencia de las potencialidades hereditarias propias al primer tipo. Pero en uno o en otro nacimiento reaparecerán, se afirmarán de modo visible y determinarán una forma correspondiente. Son esas características latentes las que definen la cualidad recesiva en oposición a la otra llamada "dominante".

Mientras que en el ámbito estrictamente biológico y en el de las especies naturales (vegetales o animales) la función "recesiva" y la función "dominante" están en su alternancia, sometidas a leyes objetivas e impersonales, su aplicación a las razas humanas hace de nuevo intervenir el factor espiritual. Una cualidad permanece como "dominante" más allá de los cruzamientos que quedan encerrados en ciertos límites, en tanto que subsiste una cierta tensión, una cierta presencia de sí mismo, por así decir, de la raza. Cuando esta tensión disminuye, la cualidad "dominante" deja de ser tal y las influencias externas (obligadas hasta entonces a permanecer recesivas, es decir presentes únicamente de forma latente) se manifiestan a su alrededor.

Una vez precisadas esas nociones elementales en materia de doctrina de la raza, se puede afrontar el problema de las relaciones existentes entre raza y "nación" y entre raza y "pueblo". Hemos dicho que las naciones como los pueblos son hoy, rigurosamente hablando, entidades étnicas mixtas que, bajo su forma actual proceden de diversas vicisitudes históricas. Las unas y las otras son puntos de succión no sólo de diversas "razas del cuerpo" sino también de diversas "razas de espíritu" las cuales constituyen el substrato más profundamente escondido de los elementos de civilizaciones y de influencias culturales variadas. El punto de vista que prevalece en la era democrática, en lo que concierne a las naciones, era de orden historicista y agnóstico: se evitaba el problema del origen y de la formación de las naciones aceptando la situación como "hechos consumados", de una comunidad dada y esforzado simplemente en mantener según un cierto equilibrio, las diversas fuerzas que actúan en su seno, a veces incluso de forma contradictoria.

Con el racismo, los nuevos conceptos de Estado y de nación definidos por el fascismo cambian. El problema de los orígenes no pueden ser eludido en la medida en que se reconoce que la línea de conducta política no puede ser un "sistema de equilibrio" sino de firme dirección del Estado y de la nación por una élite, por un núcleo que representa el elemento más válido y más digno en relación a cualquier otro. Es entonces cuando el problema de la formación de las naciones exige que se le replantee en un marco bien diferente del antiguo, y desde una perspectiva exclusivamente historicista. En el origen de toda verdadera tradición nacional, vemos una raza relativamente pura y homogénea al menos en tanto que raza dominadora con respecto a otras razas que se le someten. Se constata así que en el curso de los siglos, esta raza original ha atravesado vicisitudes en las ue ha perdido su vigor, o en que influencias extrañas han causado por formar parte de unidades político-sociales creadas por ellas en las que las leyes naturales y espirituales, se manifiesta un mestizaje por ese mismo hecho de haber sido acogidos elementos propios de otras razas -con lo cual lo que había conservado hasta entonces un carácter "dominante" no persistía más que bajo una forma sofocada, "recesiva". Por otra parte, se constatan igualmente resurgimientos esporádicos de la raza y de la tradición originales, una tendencia a mantenerse pese a todo, a liberarse, a dar lugar de nuevo a formas y a creaciones fieles a su propia naturaleza.

Conforme a este nuevo modo de ver debe ser escrita y enseñada toda nuestra "historia nacional", no en vistas a un conocimiento abstracto o de estériles recriminaciones, sino a promover decisiones de orden interior y una formación de la voluntad bien precisa. Es preciso, consecuentemente, impregnarse de esta idea de que en la tal "nación" ha existido y existe siempre una "raza superior”. Todo lo que viniendo del exterior, de razas diferentes, se añade a la tradición nacional unida de esta raza, no tiene, ni tendría en principio, un valor positivo sino en la exacta medida en que los orígenes raciales de los que ésta procede sean similares, y cuando prevalezcan condiciones gracias a las cuales el núcleo original pueda mantener, ante todo en el ámbito espiritual, su cualidad "dominante". Si éste no es el caso, ese añadido es pues algo inútil, paralizante o incluso disolvente.

En lo que concierne al futuro, si evidentemente se debe tender a mantener la cohesión y la integridad de los sistemas correspondientes a un pueblo dado, se debe igualmente ser coscientes del peligro consistente en "dejar hacer la historia". Es necesario, por el contrario, actuar a fin de que la parte racialmente más válida de la nación se conserve e, incluso, se desarrolle a lo largo de las generaciones futuras y que universalmente los componentes menos válidas (o simplemente secundarias) no se extiendan y se refuerzan hasta el punto de prevalecer.

Es en las diversas vicisitudes y en las diversas épocas de la historia nacional donde un ojo despierto deberá precisamente habituarse a reconocer los aspectos ocultos y sobre el plano racial, a descubrir la alternativa de influencias de elementos que de recesivas se consienten en "dominantes" (y viceversa), y del cual proceden períodos o ciclos que no son solo las etapas de un proceso homogéneo y continuo sino sistemas y manifestaciones de una u otra de esos componentes que por consentimiento son asociadas al curso de la historia.

Desde este punto de vista, "la raza" significa sin duda alguna, algo más que la simple nación, es el elemento dirigente y formador de la nación y de su civilización dominante. Y esto es perfectamente con forme con las ideas fascistas. El fascismo (diferent en esto del nacional-socialismo y superándolo) rechaza de hecho, el concebir la "nación" fuera del Estado. Para el fascismo es el Estado el que da forma y conciencia a la Nación. Pero el Estado, no es una entidad abstracta e impersonal, según la idea fascista, el Estado es también el instrumento de una élite política de los mejores elementos de la nación. Con el racismo, se da un paso adelante; esta élite está destinada a retomar la antorcha de la raza y de su tradición más elevada, presente en la componente nacional. Y cuando Mussolini decía en 1923: "Roma es siempre, como mañana y en los siglos venideros, el potente corazón de nuestra raza; es el símbolo imperecedero de nuestra vitalidad" indicaba ya sin inequívoco la dirección de una decisión ineluctable: la raza ideal de la nación italiana, es la raza de Roma, esa que hemos justamente calificado de añoromana.

Recordemos igualmente lo que decía Mussolini en 1923 dirigiéndose a la élite fascista: "Vosotros representáis realmente el prodigio de esta vieja y maravillosa raza que ciertamente conoció horas sombrías, pero jamás las tinieblas de la decadencia. Sí pareció por momentos eclipsada, fue siempre para renacer con más claridad aún". Todo esto corresponde exactamente, a lo que hace poco habíamos expuesto en términos de "racismo" contemplando la persistencia hereditaria de la raza primordial y de las vicisitudes nacidas de la alternancia de las formas "dominantes" y "recesivas" en el curso del desarrollo de las historias "nacionales".

 

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