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Biblioteca Evoliana

José Antonio Primo de Rivera y Julius Evola

José Antonio Primo de Rivera y Julius Evola

Biblioteca Evoliana.- Julius Evola no conocio personalmente a José Antonio Primo de Rivera, ni seguramente éste tuvo conocimiento de la obra de Evola. Sin embargo, existen entre ambas formas de pensamiento, ciertas similitudes que nuestro amigo Eduard Alcántara se encarga de exponer en este artículo.  En los años 80, la revista Totalité publicó algunos comentarios delbido a Antonio Medrano sobre las relaciones entre el pensamiento y la simbología falangista y el pensamiento tradicional. Eduard Alcántara completa aquellos primeros trabajos y cierra la cuestión.

 

 

JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA Y JULIUS EVOLA

Eduard Alcántara

    

Los innumerables trabajos que, a lo largo de tantas décadas, se han realizado alrededor del pensamiento de José Antonio Primo de Rivera, primer Jefe Nacional de la F.E. de las J.O.N.S., han solido analizar los planteamientos que, el que fuera uno de los fundadores de Falange Española, defendía a propósito de cuestiones relacionadas con las esferas de lo político (así, en minúsculas), de lo social y de lo económico. No han faltado tampoco ensayos –eso sí, en menor número- sobre sus posicionamientos en materias cuyo abanico podría oscilar entre lo, digámoslo así, filosóficocultural y lo religioso.

     A nuestro entender prácticamente todos estos trabajos adolecen de algo esencial, pues no han sabido, o no han podido, atisbar que todo el pensamiento de José Antonio tiene como base unos fundamentos y unas raíces que van mucho más allá del

momento histórico y político en el que fue formulado e incluso mucho más allá de las etapas históricas en las que empiezan a aparecer los primeros conatos serios de lo que acabarían siendo los pilares de nuestro actual mundo moderno; pilares en forma de contravalores y de instituciones y corrientes ideológicoculturales antitradicionales. Sí, contrarios a la Tradición, así, con mayúsculas. Esto es, contrarios a una manera de vivir y percibir el mundo y la existencia que entiende de Realidades que superan el plano meramente material (1).

     No sólo constatamos el hecho de que “el pensamiento de José Antonio tiene como base unos fundamentos y unas raíces que van mucho más allá del momento histórico y político en el que fue formulado…” sino que incluso afirmamos que no tan sólo “van mucho más allá” retrocediendo en el tiempo, sino que se encuentran por encima del tiempo, por encima del devenir, por encima del fluir continuo de lo perecedero, del mundo manifestado y condicionado, por encima –según el decir de los textos sagrados del hinduismo- del samsara. Y esto ocurre porque al estar en sintonía con la esencia de la Tradición atesoran una naturaleza intemporal, eterna e imperecedera.

    

     Como hemos encontrado una ingente y, quizás para algunos, sorprendente similitud entre el pensamiento de José Antonio y la manera en que el italiano Julius Evola entiende y nos transmite cuál es el núcleo y cuáles son los entresijos de la Tradición, no estará de más que sea el propio autor transalpino el que nos aclare qué es lo que debemos de entender por Tradición. Así en “Los hombres y las ruinas” -1.954- (2) escribe que:

      "En su significado verdadero y vivo, tradición no es un supino conformismo a todo lo que ha sido, o una inerte persistencia del pasado en el presente. La Tradición es, en su esencia, algo metahistórico y, al mismo tiempo, dinámico: es una fuerza general ordenadora en función de principios poseedores del carisma de una legitimidad superior -si se quiere, puede decirse también: de principios de lo alto- fuerza que actúa a lo largo de generaciones, en continuidad de espíritu y de inspiración, a través de instituciones, leyes, ordenamientos que pueden también presentar una notable variedad y diversidad".

     La adhesión de Evola a la cosmovisión inherente a la Tradición responde a un impulso hacia lo Trascendente que ya desde temprana edad sintió en su interior. Este impulso le corrió paralelo a otro que le adhería a una manera activa de entender la existencia. Él habla en “El camino del cinabrio” -1.974- (3) de esta doble ecuación personal que desde buen principio le marcó las pautas de lo que acabaría siendo su manera de percibir y de vivir el mundo. Ecuación personal que le haría defender ´la vía de la acción´ como el más óptimo camino a elegir para transitar por el sendero del descondicionamiento y del desapego del yo previo para aspirar a su transfiguración o palingénesis interior y a su identificación con el Principio Supremo, con lo Absoluto incondicionado.

     ´Vía de la acción´, ´vía del guerrero´ o (volviendo a echar mano de la terminología del hinduismo) ´vía del shatriya´ que más que entenderla desde la óptica de la acción exterior hay que entenderla bajo el prisma de la acción interior. Hay que entenderla como ascesis, como trabajo interno metódico, riguroso, como ejercicios constantes tendentes a conseguir la autarquía del practicante con respecto al mundo de las pasiones, de las aprensiones, de los sentimientos, de los impulsos, de los instintos y de los sentidos. Trabajo interno que, tras este disciplinado proceso de –permítasenos la expresión- profilaxis del alma y, por tanto, de autodominio y autocontrol tendrá como siguiente objetivo el conocimiento de realidades cada vez más sutiles y alejadas de la realidad física que perciben nuestros sentidos y como fin último la Gnosis de la Realidad Suprema, incondicionada y eterna que se halla en el origen de todo el mundo manifestado, a la par que también tendrá como fin último la identificación total de la Persona con dicha Realidad Suprema; esto es, la Iluminación o Despertar de la que nos habla el budismo.

     Todos los valores y atributos consustanciales al tipo humano del guerrero lo hace más propicio que cualquier otro para transitar por este arduo camino, por el cual pocos pasos (o ninguno) se podrán dar sin esas buenas dosis (tan indisociables al shatriya) de espíritu de sacrificio, de voluntad, de marginación del yo en aras de la consecución de un objetivo no particular, de heroísmo y de una valentía que comporta la superación de miedos, pavores y complejos; miedos que irán apareciendo en algunos estadios de este proceso iniciático de descondicionamiento y desapego por cuanto dicho proceso implica el ir desligándose de los soportes existenciales en los que el hombre vulgar suele apoyar su condicionado discurrir por la vida.

     Es por todo esto por lo que la ´vía de la acción´ ha sido asociada al arquetipo del guerrero y por todo esto por lo que la consideramos como la única viable para emprender la empresa consistente en lograr la autonomía del alma -o mente- con respecto a todo lo que la puede mediatizar; autonomía que convertirá al iniciado en estas lides en Autarca o Señor de sí mismo.

     El camino opuesto a éste no puede, por oposición, ser otro que el de la ´vía pasiva´ (quizás confusamente muchos han llamado a este camino opuesto como ´vía contemplativa´) y que no puede nunca aspirar a nada más que no sea la simple fe, creencia o devoción en la divinidad o, a lo sumo, a estados de arrebato y arrobamiento extático-místico en los que el alma, lejos de ser Señora de sí misma, es objeto de perturbador enceguecimiento.

     La preeminencia de la dimensión interior de la ´vía del guerrero´ comentada algunos párrafos más arriba no nos debe hacer ignorar su dimensión exterior y no nos debe, por tanto, hacer olvidar aquellas sagas en las que el guerrero y/o el caballero iban pasando por todo tipo de aventuras y superando una serie de pruebas que no eran ni más ni menos que el reflejo externo de aquellos cambios descondicionadores y transmutadotes que en su interior iba experimentando; a la vez que estas pruebas externas le servían de apoyo para facilitarle dichos cambios internos. No podemos, en consecuencia, olvidarnos, por ejemplo, del ciclo artúrico y del Grial y no podemos, tampoco, olvidarnos de aquellos caballeros monjes que en órdenes religiosomilitares del Medievo, como lo fueron la del Temple, optaron por la ´vía de la acción´ como camino a seguir en aras a la consecución de la transustanciación del yo condicionado en Ser descondicionado.

     Y en consonancia con este modelo humano del caballero a la búsqueda del Espíritu que podemos ver profundamente tratado por Evola en su obra “La leyenda del Grial y la tradición gibelina del Imperio” -1.937- (4) podemos tener bien presente aquella definición hecha por José Antonio a propósito del hombre nuevo que se pretendía forjar como “mitad monje, mitad soldado” o reproducir otras sentencias suyas como la efectuada el 6 de noviembre en el Parlamento español en la que afirmaba que “Es cierto; no hay más que dos maneras serias de vivir: la manera religiosa y la manera militar –o, si queréis, una sola, porque no hay religión que no sea una milicia ni milicia que no esté caldeada por un sentimiento religioso-“ (5).

     José Antonio, al igual que Evola, pareció haber sentido en su interior la misma doble fuerza formativa: la de la acción y la de la espiritualidad. Así, por lo que respecta a la acción y en relación directa con el arquetipo del guerrero, reza el punto 26 de la Norma Programática de la Falange que “Su estilo (el de la Falange) preferirá lo directo, ardiente y combativo. La vida es milicia y ha de vivirse con espíritu acendrado de servicio y sacrificio.” (Norma programática firmada por José Antonio y que transpira su personal estilo.) Y por lo que hace referencia a la espiritualidad ya en el discurso de fundación (29 de octubre de 1.933) del movimiento político que acabaría liderando decía que “…sólo se respeta la libertad del hombre cuando se le estima, como nosotros les estimamos, portador de valores eternos; cuando se le estima envoltura corporal de un alma que es capaz de condenarse y de salvarse” (6). Y, en la misma tónica, se puede leer en los llamados “Puntos Iniciales” de la Falange, publicados el 7 de diciembre de 1.933 y que también rezuman del estilo y del pensamiento de José Antonio, se puede leer, decíamos, que “Falange Española considera al hombre como conjunto de un cuerpo y un alma; es decir, como capaz de un destino eterno, como portador de valores eternos.”

    

     Bien es sabido que el tipo de espiritualidad que reivindica Julius Evola se halla reñido con aquél que comportó el cristianismo de los orígenes y, en buena medida, con el que esta religión ha defendido en las últimas centurias. Al cristianismo primigenio lo llegó a definir como “anarquismo de los orígenes” y denostó sin paliativos su carácter de pacifismo pusilánime, de igualitarismo antijerárquico y su moral de esclavos. No obstante lo cual Evola pudo ver en el catolicismo de la Edad Media apuntes de compenetración con la esencia y con los valores de la Tradición: con la idea de jerarquía, con la ética caballeresca y con el elemento esotérico; si bien, sobre todo este último asunto, al margen y a pesar de la Iglesia oficial. La actitud no cerril de nuestro autor italiano hacia el cristianismo se puede cotejar en reflexiones suyas como las efectuadas durante su estancia en la cartuja de Hain (Alemania, febrero de 1.943), donde escribía que “…no buscando compromisos con el pensamiento ´moderno´ e incluso con las ciencias profanas de hoy en día, sino desapegándose decididamente, insistiendo tan sólo en el punto de vista de la ascesis, de la pura contemplación y de la trascendencia, que la Iglesia podría quizás, dentro de determinados límites, volver a convertirse verdaderamente en una fuerza y asegurarse así una inviolable autoridad.” (7)

     Posiciones semejantes se pueden observar también en José Antonio cuando, por un lado, se puede leer en el punto 25 de la ya aludida Norma Programática que “Nuestro movimiento incorpora el sentido católico –de gloriosa tradición y predominante en España- a la reconstrucción nacional”, pero por otro lado afirmaba, en el curso de una conferencia pronunciada el 3 de marzo de 1.935 en Valladolid, que “…el cristianismo era la negación de los principios romanos; la religión de los humildes y de los perseguidos, capaz de negar al César su divinidad y aun su dignidad sacerdotal. El cristianismo minó los cimientos de la Roma agitada…”.

    

     Coinciden igualmente Evola y José Antonio en su admiración por la Roma antigua. Para el primero en su fundación y en buena parte de su discurrir histórico concurren la fuerza y los valores formativos de la Tradición e instituciones adaptadas a esta última y servidoras de la misma. Mientras que para el segundo Roma representa medida y geometría. José Antonio es un clasicista y Roma es la encarnación de ese clasicismo en oposición a un romanticismo con respecto al cual su talante personal se encuentra en las antípodas.

     Como detalle ilustrativo de esta adhesión a la romanidad, en el seno de la Falange a éste su primer Jefe Nacional se le refiere siempre con su nombre de pila, no con su apellido. Se hace así tal cual se hacía con los césares de Roma: con Julio César, con Octavio,…

   

     Acabamos de hacer alusión al distanciamiento de José Antonio con respecto al romanticismo y aquí estriban algunas discrepancias que mantuvo con relación a los fundamentos del nacionalsocialismo, afirmando  que “El movimiento alemán es de tipo romántico; su rumbo, el de siempre; de allí partió la Reforma e incluso la Revolución Francesa, pues la declaración de los derechos del hombre es copia calcada de las Constituciones norteamericanas, hijas del pensamiento protestante alemán.” (Conferencia, ya citada, del 3 de marzo de 1.935.)

     Evola, asimismo, contempla al romanticismo como un producto más del deletéreo y disolvente mundo moderno. Esas pasiones y sentimientos que el Hombre Diferenciado de la Tradición ha conseguido dominar son exacerbados y encumbrados por el romanticismo. Como botón de muestra significativo de la oposición de Evola hacia esta corriente cultural podemos recordar la expeditiva crítica que en su libro de 1.961 “Cabalgar el tigre” (8) realiza a la música de Wagner, por, entre otras cosas, melodramática y a la de Beethoven por trágico-patética.   

    

     Sacado, como hemos hecho, el tema del nacionalsocialismo deberíamos de indicar que Evola interpreta que la gran importancia que durante el III Reich se le dio, por parte de ciertos ideólogos, al tema de la raza biológica conlleva un elemento igualitarista, por cuanto la pertenencia a determinado tipo racial es la que otorga la principal legitimidad como ciudadanos del Reich. Para Evola se debería, por el contrario, superponer a la ´raza del cuerpo´ la ´raza del alma´ y a ésta ´la raza del espíritu´. Así pues, se crearían, de este modo, otros criterios diferenciadores en el seno de la comunidad. Se crearían criterios que acabarían conformando una clara jerarquía en la que por encima de los individuos que únicamente cumplieran con los atributos y requisitos establecidos para ´la raza del cuerpo´, se encontrarían escalonadamente situados aquellos miembros de la comunidad que, en mayor o menor grado, cumplieran con los valores propios de ´la raza del alma´; como pueden serlo el heroísmo, el valor, el espíritu de servicio y de sacrificio, la abnegación, la sinceridad, la voluntad, la fortaleza de ánimo, la constancia,… Y aun por encima de aquéllos que hubieran desarrollado convenientemente los valores propios de ´la raza del alma´ se hallarían las personas que hubieran sido capaces de actualizar las potencialidades de ´la raza del espíritu´ o, dicho en otros términos, de conseguir recorrer el trayecto entero que lleva (tras el descondicionamiento con respecto a lo externo y al subconsciente y el inconsciente) al Conocimiento y a la identidad total con el Principio Supremo y eterno. Los pocos que consiguieran llegar a esta meta ocuparían la cúspide de la pirámide social en que se debería de vertebrar el Estado, tal como siempre ocurrió en el mundo Tradicional (9).

     Se tienen, pues, así, criterios antiigualitarios y diferenciadores en oposición al nivelador e igualitario que supone el de la fijación en la raza biológica o ´raza del cuerpo´. Criterio igualitario que hace que la totalidad de la comunidad se halle, repetimos, legitimada en el seno del Estado y, en consecuencia, en igual medida representada. Y criterio que, en el mismo discurso varias veces citado (y pronunciado en Valladolid), le hizo decir, en sentido crítico, a José Antonio que “Alemania vive una superdemocracia” y que a Evola hacía hablar de la prevalencia y la exaltación del demos; o lo que es lo mismo, de la masa indiferenciada.

     En armonía con esta posición, digámoslo así, antidemocrática mantenida por José Antonio y en consonancia con las pretensiones de querer articular el tejido social de manera jerárquica, desde lo alto de la pirámide y teniendo como punto de referencia los más altos valores, al igual que de acuerdo con la mentalidad clasicista de la que ya hemos hablado, éste que fue uno de los fundadores de la Falange asevera, en dicha misma conferencia, refiriéndose a la Italia del período fascista que “Roma pasa por la experiencia de poseer un genio de mente clásica, que quiere configurar un pueblo desde arriba”.

     Lo que se ha venido comentando en los últimos párrafos no queremos que se interprete como pinceladas que denotarían por parte de nuestros dos autores una oposición integral al mundo cultural y político que dirigió y/o que se desarrolló en el seno del III Reich y/o formó parte de su amplio entramado. Y no pretendemos que se puedan extraer estas conclusiones de rechazo general puesto que tanto Evola como José Antonio supieron encontrar elementos, intenciones, objetivos e instituciones válidos en la Alemania nacionalsocialista. Pero si hemos analizado deteminados factores que resultan conflictivos en la opinión de los dos autores ha sido, básicamente, para resaltar nuevos puntos en común en la cosmovisión que ambos compartían.(10)

     Sin dejar el hilo del clasicismo afín a José Antonio y definido por lo exacto, por lo severo, por la línea o por lo recto, bien debemos de hablar del concepto de Patria que él defiende, pues se trata de un concepto alejado de lo sensual y del apego a la tierra (alejado, por ende, de cualquier veleidad afín al romanticismo) y cercano a la idea clásica del Imperium. Lo podemos comprobar en un artículo por él escrito bajo el título de “La gaita y la lira” y publicado el 11 de enero de 1.934 en el que podemos leer: “…¿no hay en esa succión de la tierra una venenosa sensualidad? (…) Es la clase de amor que invita a disolverse. A ablandarse. A llorar. El que se diluye en melancolía cuando plañe la gaita. (…) Es elemental impregnación en lo telúrico. (…) (El patriotismo) tiene que ser lo más difícil; lo más depurado de gangas terrenas; lo más agudo y limpio de contornos; lo más invariable. Es decir, tiene que clavar sus puntales, no en lo sensible, sino en lo intelectual. (…) Veamos (en la patria) un destino, una empresa… Sin empresa no hay patria. (…) Calla la lira y suena la gaita (…:) Enmudecen los números de los imperios –geometría y arquitectura- para que silben su llamada los genios de la disgregación, que se esconden bajo los hongos de cada aldea”.

      Asimismo afirmaba José Antonio en un “Ensayo sobre el nacionalismo” datado el 16 de abril de 1.934 que “(para el romanticismo) lo que determinaba una nación eran sus caracteres étnicos, lingüísticos, topográficos, climatológicos.”

     Evola escribía en el capítulo titulado “El espacio. El tiempo. La tierra” de “Rebelión contra el mundo moderno” que “En tales seres (entiéndanse los hombres vulgares) predomina lo colectivo, sea como ley de la sangre y de la estirpe, sea como ley del suelo. Aunque se despierte sin embargo en ellos el sentido místico de la región a la cual pertenecen, tal sentido no irá más allá del nivel del mero ´telurismo´.”

     Hay otra cuestión que Evola nos presenta en “Los hombres y las ruinas” y que él denomina como ´elección de las tradiciones´ de cuya tesis podemos ver un buen ejemplo en uno de los considerados como ´papeles póstumos´ (escritos en prisión) de José Antonio, cuya cabecera es la de “germanos contra bereberes”. Habla el Tradicionalista italiano de que en la extensa historia de los países se suelen hallar hechos, momentos y períodos históricos que vienen marcados por el sello de una concepción del mundo y de la existencia determinada o bajo el sello de otra de índole diametralmente opuesta. Habla de que, en ocasiones, es lo que él denomina como ´luz del norte´ lo que impregna el tejido social, las instituciones, los valores, los hechos y, en definitiva, la cosmovisión en una comunidad dada y, por el contrario, en otros casos y períodos históricos es la ´luz del sur´ la que deja su impronta en el seno de dicha comunidad. Habla de que la denominada como ´luz del norte´ vendría asociada a conceptos como el de la jerarquía, la diferencia, lo vertical, lo solar, lo estable, lo inmutable, lo eterno, lo imperecedero, lo patriarcal y a valores como el honor, el valor, la disciplina, el heroísmo, la fidelidad,… Y de que la denominada como ´luz del sur´ abanderaría conceptos como el del igualitarismo, lo uniforme y amorfo, lo horizontal, lo lunar, lo inestable, lo mutable, lo caduco, lo perecedero, lo matriarcal, lo sensual, lo instintivo, lo hedonista, lo concupiscente,… Y habla de que una de las funciones de un verdadero Estado debe de ser la de efectuar una acertada ´elección de las tradiciones´ que sirva de referente constructivo y de fuerza formativa para los seres a los que dirige y vertebra. Es decir, que el Estado debe saber discriminar qué períodos, hechos o personajes de su historia deben de ser reivindicados y cuáles han de ser descartados; no cabe aclarar que se debe optar por aquéllos marcados por la ´luz del norte´.

     Evola reivindica para la historia de Italia buena parte de la antigua Roma y, por ejemplo, descarta, por liberal y antitradicional, el período decimonónico del Risorgimento que acabará con la unificación de la Península Trasalpina. Además achaca a la hegemonía y reaparición del espíritu consustancial al substrato preindoeuropeo existente en tierras italianas antes de la aparición y triunfo de Roma, le achaca, señalábamos, los momentos crepusculares de la misma Roma y el resto de etapas históricas y episodios negativos -desde la óptica de la Tradición- para Italia.

     José Antonio, en el citado escrito “Germanos contra bereberes” coloca detrás de las grandes gestas de la historia de España el espíritu germánico (´luz del norte´) presente en ella y, en esta línea, a él atribuye la Reconquista de una Península Ibérica que había caído bajo la égida musulmana y a él atribuye, también, la conquista de América. Mientras que otros períodos nefastos de la histórica hispánica (coincidentes con su decadencia como potencia mundial) y ciertas decadentes tendencias políticoculturales las atribuye al influjo preponderante de cierto substrato de mentalidad levantina; impregnado, por tanto, por la ´luz del sur´.

     En este orden de cosas, y como fiel reflejo de ´la luz del sur´, Evola, en el capítulo XIV de “Los hombres y las ruinas”, habla de “la Italita de las mandolinas, (…), del ´sole mio´…” Con la misma intención que cuando José Antonio critica la “España zarzuelera” o la “ de charanga y pandereta”, al igual como “aquel provincialismo de tute y achicoria y ese cante flamenco que se pronuncia en andaluz y ha sido inventado entre Madrid y San Martín de Valdeiglesias ”, de lo cual, en forma de brindis, escribía un 25 de febrero de 1.935 homenajeando al poeta Eugenio Montes.

     Frente a esto se alza un tipo humano reivindicado por ambos y que reúne los atributos afectos a la ´luz del norte´, siempre, como no podía ser de otro modo, acordes con la filiación clásica de nuestros dos autores. Así, mientras José Antonio en la “Carta a los militares de España” –de fecha 4 de mayo de 1.936- nos recuerda al “antiguo pueblo español (severo, valeroso, generoso)”, o en un discurso pronunciado en Sevilla, el 22 de diciembre de 1.935, nos alude a “esa vena inextinguible del heroísmo individual que conquistó América”, así como en un escrito (“El sentido heroico de la milicia”) de 15 de julio de 1.935 habla “del corazón, ansioso de lucha y de sacrificio”, al igual que en otras ocasiones ensalza “el laconismo militar de nuestro estilo” o “el espíritu de servicio y de sacrificio” (discurso fundacional del 29 de octubre de 1.933), o aclara que el estilo de la Falange “preferirá lo directo, ardiente y combativo” (“Norma Programática”, de noviembre de 1.934), así, por otro lado, en la misma tónica y siempre como atributos de ´la raza del alma´, podemos leer en Evola que el antiguo tipo romano de raza nórdico-aria se caracterizaba por “la audacia constante, el dominio de sí mismo, el gesto conciso y ordenado, la resolución tranquila y meditada, el sentido del mando audaz”, cultivaba “la ´virtus´ como virilidad intrépida y fuerza, la constancia, la sabia reflexión, la disciplina, la dignidad y serenidad interior, la fidelidad, el gusto por la acción precisa y sin ostentación,…” (“Orientaciones para una educación racial”, capítulo “El arquetipo de nuestra raza ´ideal´”). (11)

     Muchas de las posturas angulares expuestas, de manera constante, en el corpus doctrinal presentado por Evola como lo son el basamento metafísico del mismo o su rechazo a excrecencias del mundo moderno como el positivismo, el dogma de la ´voluntad popular´ o la idea de progreso, las podemos encontrar en José Antonio sin tener que dispersarnos en la búsqueda de diferentes textos, pues en pocas líneas aserta que en el siglo XIX “hasta menospreciaban, por obra del positivismo, a la Metafísica. Así fueron elevados a absolutos los valores relativos, instrumentales: la libertad –que antes sólo era respetada cuando se encaminaba al bien-, la voluntad popular –a la que siempre se suponía dotada de razón, quisiera lo que quisiera-, el progreso –entendido en su manifestación material técnica.” (discurso celebrado el 21 de enero de 1.935 en Valladolid.)

     Y ya que acaba de aparecer la idea de ´libertad´ podríamos apuntar otra, que tal vez puede resultar curiosa, coincidencia que, a propósito del liberalismo, vuelve a unir los pensamientos expuestos por nuestros dos hombres. Y es que partiendo de la base del rechazo frontal, por parte de los dos, del liberalismo como uno de los subproductos más disolventes que ha generado el mundo moderno y que en las revoluciones americana y francesa encuentra su consolidación y empuje definitivos, partiendo, escribíamos, de ese rechazo puede llegar a llamar la atención el hecho de que ambos autores considerasen la existencia de un primer liberalismo que tuvo su justa razón de ser. Podemos comprobar este extremo cuando José Antonio defiende que aquel inicial liberalismo aspiraba “no a otra cosa que a levantar una barrera contra la tiranía ” (conferencia pronunciada en Madrid, el 9 de abril de 1.935) y cuando Evola explica que “Es sabido que tales orígenes hay que buscarlos en Inglaterra, y puede decirse que los antecedentes del liberalismo fueron feudales y aristocráticos: hay que hacer referencia a una nobleza local celosa de sus privilegios y de sus libertades, la cual, desde el Parlamento, trató de defenderse de cualquier abuso de la Corona.”  (artículo aparecido en la publicación Il Borghese, con fecha 10-10-1968 y titulado “Los dos rostros del liberalismo”; del cual existe una traducción al castellano facilitada por el Centro de Estudios Evolianos).

         Este primigenio liberalismo positivo habría de degenerar en doctrina subversiva y destructora de cualquier resto de idea, valor o institución Tradicional que, por entonces, pudieran subsistir. Por lo cual ante los conceptos, las estructuras, el sistema político y los postulados corrosivos que de dicha doctrina deletérea se derivaron José Antonio aboga por “un sistema de autoridad, de jerarquía y de orden” (discurso fundacional datado el 29 de octubre de 1.933). Ideas, estas tres, muy recurrentes en la obra evoliana, hasta tal punto que –como botón de muestra de ello- aparecen en títulos de capítulos de libros como el de “Los hombres y las ruinas”.

     Y hablando de “un Sistema de autoridad, de jerarquía y de orden”, es en este mismo libro, en su capítulo IV, donde se nos dice que Orgánico es un Estado cuando éste posee un centro, y este centro es una idea que informa a partir de sí en modo eficaz a los diferentes dominios: es orgánico cuando el mismo ignora la escisión y la autonomización de lo particular y, en virtud de un sistema de participaciones jerárquicas, cada parte en su relativa autonomía tiene una funcionalidad y una íntima conexión con el todo”. También en defensa del Estado Orgánico José Antonio confía en que “se llegará a formas más maduras en que tampoco se resuelva la disconformidad anulando al individuo, sino en que vuelva a hermanarse el individuo en su contorno por la reconstrucción de esos valores orgánicos, libres y eternos.” (discurso pronunciado en Madrid, el 17 de noviembre de 1.935).

     En este mismo orden de cosas, en el que lo político se encuentra tan íntimamente ligado a lo metapolítico, y sin dejar “Los hombres y las ruinas” escribe Evola, en el capítulo II,  que “Las nociones de nación, patria y pueblo, no obstante el halo romántico e idealista que puede circundarlas, pertenecen en esencia al plano naturalista y biológico, no al político, y remiten a la dimensión ´materna´ y física de una determinada colectividad”. También señala que “en la romanidad antigua la idea del Estado y del ´imperium´ se vinculó estrechamente al culto simbólico de divinidades viriles del cielo, de la luz y del supramundo. (…) Más adelante en la historia tal línea conduce allí donde, si no de ´imperium´ , se habló de derecho divino de los Reyes.” José Antonio, por su lado, nos dice que “De aquí que sea superfluo poner en claro si en una nación se dan los requisitos de unidad de geografía, de raza o de lengua; lo importante es esclarecer si existe, en lo universal, la unidad de destino histórico. Los tiempos clásicos vieron esto con su claridad acostumbrada. Por eso no usaron nunca las palabras ´patria´ y nación en el sentido romántico, ni clavaron las anclas del patriotismo en el oscuro amor a la tierra. Antes bien, prefirieron las expresiones como ´Imperio´ o ´servicio del rey (“Ensayo sobre el nacionalismo”, datado el 16 de abril de 1.934). (12)

     Podríamos continuar exponiendo, hasta límites difíciles de otear, las precisas e incontestables semblanzas que existen entre el llamado pensamiento joseantoniano y la doctrina que, a lo largo de su extensa obra, Evola nos ha hecho llegar, pero pensamos que ya hemos cumplido sobradamente -y modestamente- con el objetivo que nos habíamos trazado a la hora de pensar en redactar el presente escrito. Es por ello por lo nos queda el preguntarnos sobre el origen de tanta coincidencia. ¿Llegaron a conocerse en el transcurso de la visita que José Antonio realizó, en mayo de 1.935, a Italia? José Antonio fue a Italia invitado por los C.A.U.R. (Comités de Acción por la Universalidad de Roma), a los cuales se había afiliado en el año 1.933 (año de la fundación de este organismo; el cual tenía una componente cultural muy importante que, seguramente, no era ajena a la obra que Evola había, por aquel entonces, publicado). El presidente de esta institución, el general Coselschi ejerció de anfitrión y quién sabe si una de las personas con quien le puso en contacto no pudo ser el mismo Evola; más teniendo en cuenta

que -aunque no hemos podido confirmar este extremo- en algún lugar hemos podido leer (en un artículo anónimo de desacertado título: “Julius Evola, el mago negro del fascismo”) que nuestro autor italiano fue, a partir de 1.936, director de los C.A.U.R., no así su presidente, que siempre lo fue el citado general Coselschi desde el año de la fundación de este organismo, en 1.933, hasta el de su disolución en 1.943. (13)

     Si no se llegaron a conocer personalmente no hay que descartar la posibilidad de que un hombre con las inquietudes culturales que tenía José Antonio hubiera tenido acceso a algunas de las obras que Evola había publicado antes de la trágica muerte –el 20 de noviembre de 1.936- del jefe de la Falange; obras como “Imperialismo pagano” (14), “La tradición hermética” (15), “Máscara y rostro del espiritualismo contemporáneo” (16) y, sobre todo, su fundamental “Rebelión contra el mundo moderno”.

     ¿Desconocía Evola, por aquel entonces, el pensamiento de José Antonio? No se puede ni afirmar ni descartar esta posibilidad. Lo que sí se sabe a ciencia cierta es que en 1.937 no era ajeno a la ideología falangista y a los fines que este movimiento perseguía, puesto que de 1.937 data un artículo suyo que lleva por título “¿Qué es lo que quiere el falangismo?” (17) en el que demuestra conocer la esencia, el programa de dicho movimiento.

     De todos modos, y al margen de las anteriores hipótesis, lo que sí se deduce de la sorprendente similitud que presentan las cosmovisiones y las posturas políticas y/o metapolíticas de ambos autores es que compartían una misma llama interior que tiene mucho de innata y que dejó una huella indeleble en sus respectivos actos, comportamientos y realizaciones externas.

                                                             NOTAS

(1) Tal como en su día aclaramos al redactar el escrito “Los fascismos y la Tradición Primordial” “no pretendemos en absoluto hablar de esta corriente (el ´tradicionalismo´) que, por ejemplo, en España como doctrina política, social y económica va, desde hace cerca de dos centurias, indisociablemente ligada al carlismo.”  De paso aprovechamos para recordar que en el citado escrito se hacen referencias al falangismo -íntimamente relacionadas con José Antonio- que se hallan en estrecha conexión con el contenido de nuestro presente texto.

(2) Publicado en castellano por Ediciones Alternativa (1.984) y por Ediciones Heracles (1.994).

(3) Existe traducción al castellano por Ediciones Heracles (1998).

(4) Obra publicada en castellano por la editorial Plaza & Janés en 1.977.

(5) Es de destacar cómo José Antonio aúna sus dos valencias personales (la guerrera y la espiritual) hasta en su misma concepción de la ultratumba. Así expone en un discurso celebrado en Madrid el 9 de mayo de 1.935 que “…queremos que la dificultad siga hasta el final y después del final; que la vida nos sea difícil antes del triunfo y después del triunfo”. Para continuar más adelante diciendo que “…el Paraíso no es el descanso. El Paraíso está contra el descanso. En el Paraíso no se puede estar tendido; se está verticalmente, como los ángeles. Pues bien: nosotros que ya hemos llevado al camino del Paraíso las vidas de nuestros mejores, queremos un Paraíso difícil, erecto, implacable; un Paraíso donde no se descanse nunca y que tenga, junto a las jambas de las puertas, ángeles con espadas.”

Se desprende de estas líneas que al Paraíso del que nos habla José Antonio no es fácil llegar: que sólo unos pocos, los mejores, lograrán acceder a él. No se parece en nada a esa eternidad que determinadas religiones prometen para prácticamente todos, con tal de que hayan practicando, en vida, una serie de ritos desprovistos de poder transmutador del interior del practicante y con tal de que hayan seguido con cierta fidelidad un cierto número de dogmas y prescripciones morales; una concepción, en suma, democrática de la eternidad, por cuanto la mayoría puede acceder a ella sin demasiados sacrificios, méritos ni cualificaciones innatas. Y sí se parece, en mucho, el Paraíso al que se refiere José Antonio a la idea que sobre la inmortalidad defiende Evola cuando habla en el capítulo titulado “Las dos vías de la ultratumba” de su obra “Rebelión contra el mundo moderno” *, de que tras la muerte física son dos las vías que se lepresentan al fallecido: una sería la ´vía de los antepasados´ o pitra-yana y la otra sería la ´vía de los dioses´ o deva-yana (términos de la tradición hindú). La primera de ellas sería el destino de la mayoría de los individuos cuya existencia no pasó nunca de ser la del hombre vulgar, esclavo del devenir y que consistiría en la disolución de las fuerzas y energías sutiles que hicieron posible la vida de dichos individuos (puesto que se hallan en el origen del funcionamiento de su  entramado psíquico-físico), la disolución, apuntábamos, en la descendencia de su mismo clan, gens, sippe o zadruga** pasando a formar parte (dichas fuerzas o energías) del genio, manes, tótem, demon o dáimon que confiere la peculiaridad y el impulso particular que caracterizan al mencionado clan. Esta vía, en realidad, no supone la inmortalidad del individuo, pues éste (o, mejor dicho, ´sus´ fuerzas o energías sutiles) vuelve a reintegrarse en la corriente del mundo manifestado,  del mundo del devenir y del continuo fluir. La segunda de las vías, la de los dioses, sí que supone la verdadera inmortalidad de la persona que en su existencia terrena supo desligarse de todo aquello que condiciona al individuo y  experimentó una auténtica transubstanciación o transfiguración que espiritualizó  su alma liberada de ataduras y la logró hacer compartir la Esencia Suprema de aquel Principio Superior, metafísico y suprasensorial que se halla en el origen del  Cosmos manifestado. Por lo que, tras el óbito, si no antes, el Yo Superior o el Alma Espiritualizada de la persona habrá conquistado la inmortalidad, la eternidad y habrá escapado de la cadena de transmutaciones y cambios que son propios de la manifestación. Sólo unos pocos, sólo una minoría conquistará el ´paraíso´; logro, pues, de carácter aristocrático y nada democrático.

     *Traducida al castellano bajo este título, en 1994, por Ediciones Heracles. Escrita originariamente, en 1.934, como “Rivolta contra il mondo moderno”.

     **Clan, gens, sippe o zadruga hacen referencia al mismo concepto pero referido, respectivamente, a las tradiciones celta, romana, germánica y eslava.

      (6) Esta libertad total que José Antonio le supone al hombre para decidir su propio destino, para ´condenarse´ o ´salvarse´, encuentra su paralelismo en la que  también le presupone Evola para optar por dejarse arrastrar por las fuerzas y  energías que abocan al individuo hacia lo bajo (fuerzas denominadas con el  vocablo tamas por el tantrismo) o, al contrario, para conquistar la inmortalidad, la eternidad. Libertad que se obtiene una vez el alma se ha desligado de las  ataduras que lo encadenan a los embrujos y a la existencia ciega del mundo  manifestado. Y libertad, en definitiva, que no se encuentra irremisiblemente sujeta a ningún tipo de determinismo fatalista; ya sea éste de naturaleza física, psíquica o relativo a ciclos cósmicos como los descritos por las doctrinas sagradas del hinduismo (los cuatro yugas) o del mundo grecorromano y del nórdico (las cuatro edades: de oro, plata, bronce y hierro o del lobo).

     (7) Publicado en ´La Stampa´, en febrero de 1.943 y traducido al castellano por el Centro de Estudios Evolianos de Argentina.

     (8) Publicado en castellano por Ediciones de Nuevo Arte Thor -1987- y por Ediciones Heracles.

     (9) Evola desarrolló esta doctrina de ´las tres razas´ en el libro “Síntesis de doctrina de la raza” (1.941), que ha sido traducido al castellano bajo el título “La raza de espíritu” por Ediciones Heracles en 1.996 y reeditado por esta misma editorial. Asimismo hemos tratado este tema con más amplitud en nuestro escrito “Evola y la cuestión racial”.

     (10) Julius Evola consideraba que el régimen fascista italiano no logró terminar del todo con la dinámica de clases sociales que acabó imponiéndose con la Revolución francesa, puesto que considera que el Corporativismo que se aplicó seguía considerando de manera separada a patrones y obreros, aunque existieran, con el objetivo de resolver conflictos laborales, mecanismos de enlace entre ambos. Evola sostenía que esta dinámica de clases es propia del mundo liberalcapitalista y sostenía, asimismo, que ambas clases sociales en el mundo Tradicional formaban parte de un mismo estamento o de una misma función social: la económicoproductiva y que la verdadera jerarquía no es la que pueda hallarse entre empresarios y obreros, sino la que viene determinada por la preeminencia de la función regiosacra sobre la guerrera y, más todavía, sobre la productora .(Se pueden consultar, al respecto, nuestros “Debates metafísicos (VII): jerarquía y trifuncionalidad”.) Por el contrario el gran intérprete de la Tradición italiano consideró que en el seno del III Reich sí se acabó con esta dinámica clasista; logro que se debió, en parte, a la inclusión de empresarios, técnicos y obreros, sin ningún tipo de distinción organizativa, en las filas del Frente del Trabajo Alemán. (Se puede contrastar lo dicho consultando el capitulo IX de “El fascismo visto desde la derecha” y en el capítulo III de las “Notas sobre el II Reich”, trabajos que, en un único volumen,  fueron publicados en 1.964 y de los cuales existen un par de traducciones al castellano: la publicada en Barcelona por Ediciones Alternativa y la que elaboró Ediciones Heracles, en Buenos Aires, en l.995 bajo el título “Más allá del fascismo”.)

     Pues bien, José Antonio también mantiene la misma postura que Evola acerca del corporativismo fascista al exponer, hablando del mismo, que “Existe, para procurar la armonía entre patronos y obreros, algo así como nuestros  Jurados Mixtos, agigantados: una Confederación de patronos y otra de obreros, y encima una pieza de enlace. Hoy día el Estado corporativo ni existe ni se sabe si es bueno.” (Conferencia pronunciada el 3 de marzo de 1.935 en Valladolid.)

    (11) Obra publicada en 1.941 y de la cual existe alguna traducción al castellano   como la efectuada por “S.O.S. libros”.

     (12) Las numerosas citas textuales de escritos, actos, conferencias,... de José Antonio que en este ensayo se han efectuado han sido extractadas de las “Obras de José Antonio Primo de Rivera”, según recopilación hecha por Agustín del Río Cisneros y edición de 1971.   

     (13) Sobre el tema de José Antonio y los C.A.U.R. se puede consultar el capítulo  “José Antonio, miembro fundador de los C.A.U.R.” del libro de José Luis Jerez Riesco “José Antonio, fascista”, publicado por Ediciones Nueva República el  año 2.003.

    (14) Publicado en 1.928 y traducido al castellano por Ediciones Heracles (2.001).

    (15) Publicado en 1.931 y traducido al castellano por la editorial Martínez Roca en 1.975.

    (16) Publicado en 1.932 y traducido al castellano por Ediciones Alternativa y por Ediciones Heracles.

    (17) Publicado en la revista Lo Stato y que ha sido editado en castellano, en 2.005,  por la asociación cultural Tierra y Pueblo dentro del “Cuaderno Evoliano I”.

                                                                                      Eduard Alcántara

 

 

 

 

 

 

 
 

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