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Revuelta contra el Mundo Moderno (II Parte) 1. La doctrina de las cuatro edades

Revuelta contra el Mundo Moderno (II Parte) 1. La doctrina de las cuatro edades

Biblioteca Julius Evola.- La metafísica de la historia es incomprensible si no se accede a ella a través de la doctrina de las cuatro edades. Tal es la temática que aborda Evola en este primer capítulo de la segunda parte. Lo más sorprendente no es la teoría en sí, sino el hecho de que se repita, invariablemente, a lo largo de la geografía en pueblos que jamás han podido estar en contacto físico. Desde los pueblos nórdicos a los indígenas norteamericanos, desde los judíos hasta los persas, de los griegos a los taoistas, esta temática se repite universalmente.

 

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LA DOCTRINA DE LAS CUATRO EDADES

Mientras que el hombre moderno, en una época reciente ha concebido el sentido de la historia como una evolución y la ha exaltado como tal, el hombre de la Tradición tuvo conciencia de una verdad diametralmente opuesta. En todos los testimonios antiguos de la humanidad tradicional, se encuentra siempre, bajo una u otra forma, la idea de una regresión, de una "caída": de estados originarios superiores, los seres habrían descendido a estados cada vez más condicionados por el elemento humano, mortal y contingente. Este proceso involutivo habría tenido su origen en una época muy lejana. El vocablo ragna‑rökkr, de la tradición nórdica, "obscurecimiento de los dioses", es quizás el que caracteriza mejor este proceso. Se trata de una enseñanza que no se ha expresado en el mundo tradicional, de una manera vaga y general, sino que, por el contrario, ha sido definida en una doctrina orgánica, cuyas diversas expresiones presentan, en amplia medida, un carácter de uniformidad: la doctrina de las cuatro edades. Un proceso de decadencia progresiva a lo largo de cuatro ciclos o "generaciones", tal es, tradicionalmente, el sentido efectivo de la historia y en consecuencia el sentido de la génesis de lo que hemos llamado, en un sentido universal, el "mundo moderno". Esta doctrina puede pues servir de base a los desarrollos que seguirán.

La forma más conocida de la doctrina de las cuatro edades es la que reviste en la tradición greco‑romana. Hesíodo habla de cuatro edades que sucesivamente están marcadas por el oro, la plata, el bronce y el hierro. A continuación inserta entre las dos últimas una quinta edad, la edad de los "héroes", que, tal como la contemplamos no tiene otro significado que el de una restauración parcial y especial de un estado primordial([1]). La misma doctrina se expresa, en la tradición hindú, bajo la forma de cuatro ciclos llamados respectivamente satyâ‑yuga, (o kortâ‑yuga), tetrâ‑yuga, vâpara‑yuga y kali‑yuga (es decir "edad sombría)([2]), al mismo tiempo que mediante la imagen de la desaparición progresiva, en el curso de estos ciclos, de las cuatro patas o fundamentos del toro símbolo del dharma, la ley tradicional. La enseñanza irania es similar a la helénica: cuatro edades marcadas por el oro, la plata, el acero y una "aleación de hierro"([3]). La misma concepción, presentada en términos prácticamente idénticos, se encuentra en la enseñanza caldea.

En una época más reciente, aparece la imagen del carro del universo, cuádriga conducida por el dios supremo y arrastrada en una carrera circular por cuatro caballos representantes de los elementos. Cada edad está marcada por la superioridad de uno de estos caballos que arrastra a los otros, según la naturaleza simbólica más o menos luminosa y rápida del elemento que representa([4]).

La misma concepción reaparece, aunque modificada, en la tradición hebraica. En los Profetas, se habla de una estatua espléndida, cuya cabeza es de oro, el torso y los brazos de plata, el vientre y los muslos de cobre, y finalmente las piernas y los pies de hierro y arcilla: estatua cuyas diferentes partes, así divididas, representan cuatro "reinos" que se suceden a partir del reino del oro del "rey de reyes" que ha recibido "del dios del cielo, poder, fuerza y gloria"([5]). En Egipto, es posible que la tradición, referida por Eusebio, relativa a tres dinastías distintas, constituidas respectivamente por dioses, semidioses y manes([6]), corresponda a las tres primeras eras, las de oro, plata y bronce. Se puede considerar como una variante de la misma enseñanza las antiguas tradiciones aztecas relativas a los cinco soles o ciclos solares, de los que los cuatro primeros corresponden a los elementos y donde aparece, como en las tradiciones euro-asiáticas, las catástrofes del fuego y del agua (diluvio) y las luchas contra los gigantes que caracterizan, como veremos, el ciclo de los "héroes", añadido por Hesiodo a las otros cuatro([7]). Bajo formas diferentes, y de una forma más o menos fragmentaria, el recuerdo de esta tradición se encuentra igualmente entre otros pueblos.

Algunas consideraciones generales no serán del todo inútiles antes de abordar el examen del sentido particular de cada período. La concepción tradicional contrasta en efecto de la manera más neta con los puntos de vista modernos relativos a la prehistoria y al mundo de los orígenes. sostener, como se debe tradicionalmente hacer, que haya existido, en el origen, no el hombre animalesco de las cavernas, sino un "más que hombre", sostener que haya existido, desde la más alta prehistoria, no solo una "civilización", sino también una 2era de los dioses"([8]), es, para muchos, que, de una forma u otra, creen en la buena nueva del darwinismo, caer en la mera "mitología". Esta mitología, sin embargo, no somos nosotros quienes la hemos inventado hoy. Sería preciso explicar su existencia, explicar porque, en los testimonios más antiguos de los mitos y escritos de la antigüedad, no se encuentra nada que confirme el "evolucionismo", y porqué por el contrario se encuentra, la ideaconstante de un pasado mejor, más luminoso y suprahumano ("divino"); sería preciso explicarf porque se ha hablado tan poco de los "orígenes animales", por que uniformemente se ha tratado, por el contrario, del parentesco originario entre hombres y dioses y porque ha persistido el recuerdo de un estado primordial de inmortalidad, ligado a la idea  de que la ley de la muerte ha aparecido en un momento determinado y, a decir verdad, como un hecho contranatura o una anatema. Según dos testimonios característicos, la "caída" ha sido provocada por la mezcla de la raza "divina" con la raza humana en sentido estricto, concebida como una raza inferior, algunos textos llegan incluso hasta comparar la "falta" con la sodomia, con la unión carnal con animales. Existió primeramente el mito de los Ben-Elohim, o "hijos de los dioses", que se unieron a las hijas de los "hombres" de forma que finalmente "toda carne hubo corrompido su vía sobre la tierra"([9]). Hay, por otra parte, el mito platónico de los Atlantes, concebidos igualmente como descendientes y disc´ñipulos de los dioses, quienes, mediante la unión repetida con los humanos, perdieron su elemento divino, y terminaron por dejar predominar en ellos a la naturaleza humana sensible([10]). A propósito de épocas más recientes, la tradición, en sus mitos, se refiere frecuentemente a razas civilizadoras y a luchas entre las razass divinas y razas animalescas, ciclópeas o demoníacas. Son los Ases en lucha contra los Elementarwessen; son los olímpicos y los "Héroes" en lucha contra los gigantes y los monstruos de la noche, de la tierra o del agua; son los Deva arios lanzados contra los Asura, "enemigos de los héroes divinos"; son los Incas, los dominadores que imponen su ley solar a los aborígenes de la "Madre Tierra"; son los Tuatha de Danann que, según la historia legendaria de Irlanda, se afirmaron contra las razas monstruosas de los Fomores. Y se podrían citar otros muchos ejemplos. Podemos depues pues que la enseñanza tradicional conserva perfectamente el recuerdo 'en tanto que sustrato anterior a las civilizaciones creadas por las razas superiores- de linajes que pudieran corresponder a los tipos animalescos e inferiores del evolucionismo; pero el error característico de éste es considerar estos linajes animalescos como absolutamente originales, mientras que no lo son más que de una manera relativa, y concebir como formas "evolucionadas" a formas de cruce que presuponen la aparición de otras razas, superiores biológicamente y en tanto que civilización, originarias de otras regiones y que, sea en razón de su antigüedad (como es el caso de las razas "hiperbóreas" y "atlántica"), sea por motivos goefísicos, no dejaron más que huellas difíciles de encontrar cuando el investigador no se apoya más que sobre testimonios arqueológicos y paleontológicos, los únicos que son accesibles a la investigación profana.

Es muy significativo, por otra parte, que las poblaciones donde predomina aun lo que se presume es el estado original, primitivo y bárbaro de la humanidad, no confirman en absoluto la hipótesis evolucionista. Se trata de linajes que, en lugar de evolucionar, tienden a extinguirse, lo que prueba que son precisamente residuos degenerados de ciclos cuyas posibilidades vitales están agotadas, o bien de elementos heterogéneos, de linajes retrasados respecto a la corriente central de la humanidad. Esto es cierto para el hombre de Neanderthal, cuya extrema brutalidad morfológica parece emparentarlo con el "hombre mono" y que desapareció misteriosamente en cierta época. Las razas que han aparecido tras él -el hombre de Aurignac y sobre todo el hombre de Cro-Magnon- cuyo tipo es hasta tal punto superior que se puede ya reconocer en él el origen de muchas razas humanas actuales, no pueden ser considerados como una "forma evolutiva" del hombre de Neanderthal. Otro tanto ocurre con la raza de Grimaldi, igualmente extinguida. En cuanto a los pueblos "salvajes" aun existentes: no evolucionan, también se extinguen; cuando se "civilizan" no se trata de una "evolución", sino casi siempre de una brusca mutación que afecta a sus posibilidades vitales. En realidad, la posibilidad de evolucionar o de decaer no puede superar ciertos límites. Algunas especies guardan sus características incluso en condiciones relativamente diferentes de las que les son naturales. En casos semejantes, otras, por el contrario, se extinguen, o bien se producen mezclas con otros elementos, que no implican, en el fondo, ni asimilación, ni verdadera evolución sino que entrañan más bien algo comparable a los procesos contemplados por las leyes de Mendel sobre al herencia: el elemento primitivo, desaparecido en tanto que unidad autónoma, se mantiene en tanto que herencia latente separada, capaz de reproducirse esporádicamente, pero siempre con un carácter de heterogeneidad en relación al tipo superior.

Los evolucionistas creen mantenerse "positivamente" en los hechos. No dudan que los hechos, en sí mismos, son mudos, y que los mismos hechos, interpretados de manera diversa, atestiguan a favor de los temas más diversos. Así, alguién ha podido demostrar que, en último análisis, todos los datos considerados como pruebas de la teoría de la evolución, podrían igualmente venir en apoyo de la tesis contraria, tesis que, en más de un aspecto, corresponde a la enseñanza tradicional, a saber que no solo el hombre está lejos de ser un producto de la "evolución" de especies animales, sino que muchas especies animales deben ser consideradas como ramas laterales en las cuales ha abortado un impulso primordial, que no se ha manifestado, de forma directa y adecuada más que en las razas humanas superiores([11]). Antiguos mitos hablan de razas divinas en lucha contra entidades monstruosas o demonios animalescos antes que apareciera la raza de los mortales (es decir la humanidad en su forma más reciente). Estos mitos podrían referirse, entre otros, a la lucha del principio humano primordial contra las potencialidades animales que lleva en él y que se encuentran, por así decir, separadas y dejadas atrás, bajo la forma de razas animales. Los pretendidos "ancestros" del hombre (tales como el antropoide y el hombre glaciar), representaron a los primeros vencidos en la lucha en cuestión: elementos mezclados con ciertas potencialidades animales o arrastrados por estas. Si, en el totemismo, que se refiere a sociedades inferiores, la noción del ancestro colectivo y mítico del clan se confunde a menudo con la del demonio de una especie animal dada, es preciso ver precisamente en ello el recuerdo de un período de mezclas de este tipo.

Sin querer abordar los problemas, en cierta medida trascendentes, de la antropogénesis, que no entrar en el marco de esta obra, observaremos que una interpretación posible de la ausencia de fósiles humanos y de la presencia exclusiva de fósiles animales en la más alta prehistoria, sería que el hombre primordial (si se puede llamar así a un tipo de hombre muy diferente del de la humanidad histórica) ha entrado el último en este proceso de materialización, que, -después de haberse dado en los animales- ha dado a sus primeras ramas ya en fase de degeneración, desviadas, mezcladas con la animalidad un organismo susceptible de conservarse bajo la forma de fósiles. Es a esta circunstancia que conviene referir el recuerdo, guardado en algunas tradiciones, de una raza primordial "de huesos débiles" o "blandos". Por ejemplo Li-tze (V), hablando de la región hiperbórea, donde toma nacimiento, como veremos, el ciclo actual, indica que "sus habitantes (asimilados a los "hombres trascendnetes") tenían los huesos "débiles". En una época menos lejana, el hecho de que las razas superiores, vanidad del Norte, no practicasen la inhumación, sino la incineración de los cadáveres, es otro factor a considerar en el problema que plantea la ausencia de osamentas.

Pero, se nos dirá, de esta fabulosa humanidad, !no existen huellas de otro tipo¡ Aparte de la ingenuidad de pensar que seres superiores hayan podido existir sin dejar huellas tales como ruinas, instrumentos detrabajo, armas, etc., conviene señalar que subsisten restos de obras ciclópeas, que no denotan siempre, ciertamente, la existencia de una alta civilización, pero se remontan a épocas bastante lejanas (los círculos de Stonehenge, las enormes piedras colocadas en equilibrios milagrosos, la ciclópea "piedra cansada"  en Perú, los colosos de Tiwanaco, etc.) y que dejan perplejos a los arqueólogos respecto a los medios empleados, en cuanto a los medios necesarios para reunir y transportar los materiales de construcción. Remontándonos más lejos en el tiempo, se tiene tendencia a olvidar lo que por otra parte se admite, o al menos, no se excluye, a saber la desaparición de antiguas tierras y la formación de territorios nuevos. Se debe preguntarse, por otra parte, si es inconcebible que una raza en relación espiritual directa con las fuerzas cósmicas, como la tradición admite para los orígenes, haya podido existir antes que se empezara a trabajar la materia, priedra o metal, como deben hacer quienes no disponen de otros medios para actuar sobre las cosas y los seres. Que "el hombre de las cavernas" es patrimonio de la fantasía parece ya hoy cierto: se empieza a suponer que las cavernas prehistóricas (muchas de las cuales muestran una orientación sagrada) no eran, para el hombre "primitivo", habitáculos de bestia, sino, por el contrairo, lugares de culto, y que permanecieron bajo esta forma incluso en épocas indudablemente "civilizadas" (por ejemplo el culto greco-minoico de las cavernas, las ceremnonias y los retiros iniciáticos sobre el Ida), que es natural no encontrar allí, en razón de la protección natural del lugar, huellas que el tiempo, los hombres y los elementos no podían que llegara hasta nosotros.

De forma general, la Tradición ha enseñado, y es esta una de sus ideas fundamentales, que el estado de conocimiento y de civilización fue el estado natural, sino del hombre en general, al menos de ciertas élites de los orígenes; que el saber no fue  en principio "construido" y adquirido, que la verdadera soberanía no extrae su origen de los bajo. Joseph de Maistre tras haber mostrado que lo que un Rousseau y  similares habían presumido era el estado natural (aludiendo a los salvajes) no es más que el último grado de embrutecimiento de algunos linajes dispersados o víctimas de consecuencias de ciertas degradaciones o prevaricaciones que alteraron su sustancia más profunda([12]), dice muy jsustamente: "Estamos ciegos sobre la naturaleza y la marcha de la ciencia por un sofisma grosero, que ha fascinado a todos: es juzgar el tiempo donde los hombres veían los efectos en las causas, por aquel donde se elevan penosamente los efectos a las causas, donde no se ocupan más que de los efectos, donde dicen que es inútil ocuparse de las causas, donde no saben ni siquiera lo que es una causa"([13]). Al principio, "no solamente los hombres han comenzado por la ciencia, sino por una ciencia diferente de la nuestra y superior a la nuestra; el hecho de que comenzara más alto la volvía más peligrosa; y esto explica porque la ciencia en su principio fue siempre misteriosa y encerrada en los templos, donde se extinguió finalmente, cuando esta llama ya no servía más que para arder"([14]). Y es entonces que poco a poco, a título de sucedáneo, empieza a formarse la otra ciencia, la ciencia puramente humana y física, de la que los modernos están tan orgullosos y con la cual han creido poder medir todo lo que, a sus ojos, es civilización, mientras que esta ciencia no representa más que un vano intento de desprenderse, gracias a sucedáneos, de un estado no natural y en absoluto original, de degradación, del que ni siquiera se tiene conciencia.

Es preciso admitir, sin embargo, que indicaciones de este tipo no pueden ser más que una débil ayuda para quien no está dispuesto a cambiar su mentalidad. Cada época tiene su "mito" que refleja un estado colectivo determinado. El hecho de que a la concepción aristocrática de un origen de "lo alto", de un pasado de luz y de espíritu, se haya sustituido en nuestros días la idea democrática del evolucionismo, que hace derivar lo superior de lo inferior, el hombre del animal, la civilización de la barbarie, corresponde menos al resultado "objetivo" de una investigación científica consciente y libre, que a una de las numerosas influencias que, por vías subterráneas, al advenimiento en el mundo moderno de las capas inferiores del hombre sin tradición, ha ejercido sobre el plano intelectual,. histórico y biológico. Así, no hay que ilusionarse: algunas supersticiones "positivas" encontrarán siempre el medio de crearse coartadas para defenderse. No son "hechos" nuevos los que podrán llevar a reconocer horizontes diferentes, sino una nueva actitud ante estos hechos. Y todo intento de valorizar, sobre el plano científico lo que vamos a exponer sobre el punto de vista dogmático tradicional, no podrá triunfar más que len aquellos que están ya preparados espiritualmente para acoger conocimientos de este tipo.



([1])HESIODO, Op et Die vv. 109, sigs.

 

([2])Cf. por ejemplo Mânavadharmashastra, I, 81 y sigs.

([3])Cf. F. CUMONT, La fin du monde selon les Mages occidentaux (Rev. Hist. Relig., 1931, nn. 1‑2‑3, pags, 50 y sigs.).

([4])Cf. DION CHRYSOST., Or., XXXVI, 39 y sigs.

([5])DANIEL, II, 31, 45.

([6])Cf. E.V. WALLIS BUDGE, Egyp in the neolithic and archaic periods, London, 1902, v. I, pag. 164 y sigs.

([7])Cf. REVILLE, Relig. du Mexique, cit., pag. 196‑198.

([8])Cf. CICERON, De Leg., II, 11: "Antiquitas proxime accedit ad Deos".

([9])Genesis, VI, 4 y sigs.

([10])PLATON,ritias, 110 c; 120 d‑e, 121 a‑b. "Su participación en la naturaleza divina comenzó a disminuir en razón de múltiples y frecuentes mezclas con los mortales y la naturaleza humana prevaleció". Se dice igualmente que las obras de esta raza eran debidas, no solo a su respecto a la ley, sino "a la continuidad de la acción de la naturaleza divina en ella".

([11])Cf. E. DACQUE, Die Erdzeitalter, München, 1929; Urwelt, Sage und Menscheit, München, 1928; Leben als Symbol, München, 1929. E. MARCONI, Historia de la involución natural, Lugano, 1915 y también D. DEWAR, The transformist illusion, Tenessee, 1957.

([12])J. DE MAISTRE, Soirées de ST. Pétersbourg, Paris, 1960, pag. 59.

([13])Ibid., pag. 60.

([14])Ibid., pag. 75. Uno de los hechos que J. DE MAISTRE (ibid, pags. 96‑97 y II entretien, passim) pone de relieve es que las lenguas antiguas ofrecen un alto grado de esencialidad y de lógica superior a las madernas, haciendo presentir un principio oculto de organicidad formadora, que no es simplemente humano, sobre todo cuando, en las lenguas antiguas o "salvajes", figuran fragmentos evidentes de lenguas aun más antiguas destruidas u olvidadas. Se sabe que Platón había expresado ya ideas análogas.

 

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