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Biblioteca Evoliana

El fascismo visto desde la derecha (IX) El corporativismo fascista

El fascismo visto desde la derecha (IX) El corporativismo fascista

Biblioteca Evoliana.- Evola percibe en la doctrina corporativa del fascismo un elemento positivo en tanto que aspira a superar uno de los elementos más importantes en la lucha de clases: el sindicalismo. Harina de otro costal es si el fascismo apuró hasta las últimas consecuencias esta tendencia. Es discutible que así fuera y que se lograra superar la contradicción entre capital y trabajo. Pero lo importante del corporativismo es que ancla sus raices en unas estructuras propias de la sociedad tradicional y, especialmente, de las sociedades indoeuropeas, en la que los representantes de la "función productiva" se organizaban en gremios y corporaciones que, incluso, eran propietarios de los medios de producción. 

 

 CAPITULO IX

EL CORPORATIVISMO FASCISTA

 

Vamos a estudiar ahora el principio corporativismo bajo el ángulo socio‑económico y no político. A este respecto igualmente el fascismo recupera, en cierta medida, un principio de la herencia tradicional, del de la "corporación", comprendida como una unidad de producción orgánica, no rota por el espíritu de clase y la lucha de clases. En efecto, la corporación, tal como ha existido en el marco del artesano y ante la industrialización a ultranza y tal como, partiendo del mejor período de la Edad Media, se había continuado en el tiempo (es significativo que su abolición fuese una de las primeras iniciativas de la Revolución Francesa), ofrece un esquema que, a condición de ser corregido de manera adecuada, podía servir ‑pudiendo servir aun hoy‑ de modelo para una acción general de reconstrucción apoyándose sobre el principio orgánico. De hecho, en el fascismo no juega este papel más que hasta cierto punto, en razón sobre todo de los residuos de los orígenes que se habían mantenido en el Ventennio. Se trata aquí esencialmente del sindicalismo, que continúa ejerciendo en Mussolini una fuerte influencia y sobre los elementos próximos a él.

Bajo su aspecto típico de organización superadora del marco de la empresa, el sindicato es efectivamente inseparable de la concepción marxista de lucha de clases y, por consecuencia, de la visión materialista global de la sociedad. Es una especie de Estado en el Estado y corresponde pues a uno de los aspectos de un sistema donde la autoridad del Estado está disminuida. La "clase" que se organiza en sindicato es una parte de la nación que intenta hacerse justicia y que pasa a la acción directa bajo formas que revelan a menudo chantaje,  a pesar del reconocimiento que esta acción puede extraer: el "derecho sindical" en el fondo no es otra cosa que un derecho substraído de la esfera del derecho verdadero que solo el estado soberano debería administrar. Se sabe que en Sorel, al cual Mussolini había admirado mucho en los inicios, el sindicalismo toma un valor directamente revolucionario y se refiere a un "mito" o a una idea‑fuerza general.

De otra parte, se sabe que en algún régimen no íntegramente socialista o en cada régimen donde el capitalismo y la inicitativa privada no están abolidos, el sindicalismo provoca una situación caótica, inorgánica e inestable. La lucha entre las categorías de trabajadores y los empleados por el arma de la huelga y otras formas de chantaje de parte de estos ‑con las defensas, convertidas cada vez en más raras y débiles, por parte de los segundos, y los LOCK OUT‑ se fracciona en presiones y enfrentamientos parciales, cada asociación categorial no se ocupa más que de intereses, no queriendo saber nada de los desequilibrios que sus reivindicaciones particulares puedan entrañar en el conjunto y menos aún del interés general; el todo, habitualmente, está cargado sobre el Estado y el gobierno que se encuentra así forzado a correr aquí y allí para tapar agujeros y poner en pie, golpe a golpe, la estructura tambaleante e inestable. A menos de creer en el milagro de alguna "armonía prestablecida" de tipo leibnitziano, no puede concebirse que en una sociedad donde el Estado ha cedido siempre más adelante del sindicalismo como fuerza auto‑organizada, la economía pueda sobrevivir un curso normal; puede pensarse, por el contrario, que en razón de la multiplicidad de los problemas y de los conflictos, la situación se volverá tal que al fin la única solución razonable será hacer tabla rasa y aceptar la solución íntegramente socialista como la única capaz de instaurar, a través de una planificación total, un principio de orden y disciplina. La situación de Italia en el momento en que escribimos estas líneas puede servir de ejemplo más elocuente a esta verdad.

Gracias al corporativismo, el fascismo quiere pues superar el estado creado por el sindicalismo y la lucha de clases. Se trataría de restablecer la unidad de los diferentes elementos de la actividad productiva, unidad comprometida, de un lado por las desviaciones y las prevaricaciones del capitalismo tardío, de otra por la intoxicación marxista difundida en las masas obreras, excluyendo la solución socialista y reafirmando, por el contrario, la autoridad del Estado como regulador y guardián de la justicia, comprendida sobre el plano económico y social. Pero, como ya hemos dicho, esta reforma inspirada en un principio orgánico se detiene a medio camino en el corporativismo fascista y en su práctica; se va no hasta las raices del mal sino a sus efectos. Esto pudo producirse por que el fascismo del Ventennio no tuvo el valor de tomar una posición netamente antisindicalista. El sistema intuyó por el contrario que, sobre el plano legislativo, sería positiva la institución de un doble frente de empleados y empresarios, dualidad que no fue superada en la medida en que habría sido preciso, es decir, en el marco de la empresa misma, en medio de una nueva estructuración orgánica de esta (en el sentido de "estructura interna"), sino en las superestructuras estatales generales, afectadas por un pesado centralismo burocrático y, en la práctica, a menudo, parasitarias e ineficaces. Los aspectos más calamitosos del sistema precedente eran bien eliminados con la prohibición de la huelga y del "lock‑ out", con una reglamentación de los contratos de trabajo y de las formas de control, impidiendo así lo que hemos llamado el anarquismo reivindicativo; ahora bien, se trató siempre de una reglamentación externa, a lo más arbitraria, que no se desarrolló en la vida concreta de la economía. Mussolini, sin embargo, indicando como hemos visto, una tensión ideal particular, y subrayando el carácter no solamente económico sino también ético de la corporación había tenido el sentimiento preciso del punto donde habría debido iniciarse la reforma corporativa: lo esencial, era un nuevo clima que actuara de forma directa y formadora en las empresas, devolviéndoles su carácter tradicional de "corporaciones". En primer lugar, una acción sobre las mentalidades entraba pues en el capítulo de las necesidades: de un lado era preciso desproletarizar al obrero y arrancarlo del marxismo; de otro, era preciso destruir la mentalidad puramente "capitalista" del empresario.

Puede anotarse que en regla general fue más bien el nacional‑ socialismo alemán quien avanzó claramente en la dirección justa, tradicional e incluso el movimiento contra‑revolucionario español (falangismo) y portugués (constitución de Salazar). En el caso de Alemania, debe también pensarse a este respecto en la influencia ejercida por el mantenimiento de estructuras más antiguas regidas por una cierta actitud y una cierta tradición, por el contrario inexistentes en Italia, influencias que debían proseguir incluso tras el hundimiento del hitlerismo y la eliminación formal de la legislación nacional‑socialista del trabajo, a la cual se debió esencialmente lo que ha sido llamado milagro "económico", el relevo rápido y la recuperación de Alemania Federal tras la gran catástrofe.

El nacional‑socialismo prohibió los sindicatos ‑tal como veremos más adelante en las NOTAS SOBRE EL TERCER REICH‑ tendiendo a superar la lucha de clases y el dualismo correspondiente EN EL INTERIOR mismo de la empresa, en el interior de CADA empresa de cierta dimensión, dándose una formación orgánica y jerárquica en vistas a una estrecha cooperación: reproduciendo incluso en la empresa el esquema que el régimen había propuesto para el estado. Una vez concebida la empresa como una "comunidad" (que podía corresponder a la comunidad de la antigua corporación), se reconocía en efecto al jefe de empresa, de forma análoga, una función de FUHRER, su título era BETRIEBS FUHRER ("Jefe de Empresa"), mientras que los obreros eran llamados su GEFOLGSCHAFT, término que podría traducirse literalmente por "continuación", es decir, un conjunto de elementos asociados que debían ser unidos por un sentimiento de solidaridad, de subordinación jerárquica y fidelidad. (Esta "reciprocidad de derechos y deberes", que según la carta del Trabajo fascista (párrafo VII) habría debido derivar de la "colaboración de las fuerzas productivas", era así referida a algo viviente que, solo podía darle un fundamento sólido; y puede decirse que podía afirmarse de esta suerte, contra la mentalidad marxista y materialista, sobre el plano amplio, ético y viril, del que hemos hablado precedentemente.

En cuanto al papel mediador y moderador y al principio político en tanto que exigencia superior posible, a este respecto igualmente se permanecía, en Alemania, en el interior de la empresa; las tareas confiadas en Italia a los órganos corporativos fascistas del estado debían ser realizados aquí, sobre una escala adecuada, por delegados políticos destacados en las empresas teniendo el poder de reglamentar los conflictos, de hacer recomendaciones y modificar eventualmente la reglamentación en vigor, haciendo valer principios superiores. El nombre mismo de la más alta instancia de este sistema, el "Tribunal del Honor Social", pone de nuevo de relieve el aspecto ético que la solidaridad en cada empresa debía esencialmente revestir. Igualmente para el sistema fascista, el principio del sistema en cuestión era la responsabilidad del empresario ante el Estado para la orientación de la producción como contrapartida del reconocimiento de su libre iniciativa. Y aquí, las consecuencias y consideraciones que hemos hecho ya sobre el antitotalitarismo y la descentralización podrían muy bien ser recordadas: la libertad y la libre empresa pueden ser concebidas tanto más ampliamente cuando el poder central es un centro de gravedad a los cuales se está ligado por un lazo inmaterial, ético ‑antes que por una norma positiva cualquiera, contractual y obligatoria‑ son más fuertes. En el ejemplo alemán, las empresas bajo su nueva forma de unidades corporativas, no unidas más que en el conjunto del "Frente del Trabajo".

Puede señalarse que una orientación del mismo género había sido seguida en España: la dirección de una reconstrucción orgánica de la empresa en el interior de esta. Aquí también, no se tenía al empresario como opuesto al trabajador en una especie de guerra fría permanente, sino la solidaridad jerárquica. En el esquema original de la corporación "vertical", el empresario tomaba el carácter de un jefe ‑EL JEFE DE EMPRESA‑ tenía a su lado a los JURADOS DE EMPRESA, como órgano consultivo y que correspondería, si se desea, a las comisiones internas, y a los sindicatos tal como existieron en un primer momento en los EEUU (sindicatos de empresa o de complejos industriales, no organización de categorías en el interior de la empresa), aquí igualmente eran puestos de relieve un principio de colaboración y de lealismo antes que de simple defensa de los intereses obreros.

Es preciso contemplar brevemente los desarrollos que el segundo fascismo, el de la República Social de Saló intentó dar a la reforma corporativa. Pueden constatarse a este respecto dos aspectos opuestos. En efecto, de un lado podría pensarse en un paso adelante realizado en la dirección señalada anteriormente, porque se da un relieve particular a la figura del jefe de empresa y en regla general se contempla la creación en las empresas de "consejos de gestión" mixtos que habrían podido estar orientados en el sentido de un régimen de cooperación orgánica, naturalmente en los terrenos donde no era absurdo pedir consejo a un profano (problemas técnicos particularmente especializados o de alta gestión). Pero el rasgo más audaz y revolucionario, en el Manifiesto de Verona que se convirtió en carta magna del nuevo fascismo, fue el ataque contra el capitalismo parasitario, pues el reforzamiento de la autoridad y de la dignidad del jefe de empresa no era reconocido por éste, quien, siendo el "primer trabajador", es decir, el empresario capitalista comprometido, no el capitalista especulador ajeno a los procesos de producción y simple beneficiario de los dividendos (no es más que en referencia a este segundo tipo que puede en efecto justificarse, al menos en parte, la polémica marxista). Se podía pensar aquí también en una recuperación del modelo de la antigua corporación, donde el "capital" y la propiedad de los medios de producción no eran un elemento ajeno o separado de la unidad de producción, sino que estaban comprometidos en esta en la persona misma de los artesanos.

Pero la contrapartida negativa de esta legislación del trabajo del segundo fascismo es visible sobre dos puntos. El primero concierne a la "socialización", con la cual se va muy lejos y donde se manifiesta una tendencia demagógica, incluso si esta "socialización" partía de una exigencia orgánica. No puede excluirse aquí la posibilidad de una inflexión debida a objetivos tácticos: en la situación crítica, por no decir desesperada en que se encuentra el fascismo de Saló, Mussolini intentó quizás todos los medios para ganarse la simpatía de la clase obrera, que volvía irresistiblemente a la órbita de las ideologías de izquierda. Se podría pues hablar de un intento de apertura comprendida como un medio para prevenir a la izquierda propiamente dicha. Pero la socialización, en sí, no puede sino representar una agresión de abajo contra la empresa y, fuera de absurdos de orden técnico y funcional, sobre los cuales no podemos detenernos aquí mucho tiempo, es evidente que no responde a la exigencia legítima que podía haberla inspirado a causa de una unilateralidad manifiesta.

De hecho, la principal sugestión del sistema propuesto por este aspecto de la legislación fascista republicana se refería a la participación de trabajadores y empleados en los beneficios de la empresa, cosa que, en sí misma, dentro de ciertos límites, podía incluso ser una justa limitación de las posibilidades dejadas a un capitalismo explotador y acumulador de beneficios. Pero para hacer desaparecer estos aspectos seductores del sistema, habría bastado con poner en evidencia que, si se quería crear un régimen de solidaridad verdadera, la participación en los beneficios habría debido tener como contrapartida natural la participación de los obreros en el eventual déficit, con una reducción lógica de los salarios y de los beneficios: solidaridad en la buena y en la mala fortuna. Y esto habría ya bastado para enfriar numerosos entusiasmos. La justa solución, capaz de asegurar un verdadero compromiso y una corresponsabilidad habría sido, antes que la "socialización", un sistema de participación por acciones (con oscilación de dividendos) de los obreros y de los empleados por una cuota de las acciones (intransferibles y no pudiendo ser vendidas) que sin embargo tendría como resultado el que la propiedad de la empresa estuviera siempre en manos de los empleados. Es el sistema que, recientemente ha sido experimentado en el extranjero en algunas grandes empresas. Pero esto no es ciertamente el lugar para estudiar los problemas de este género, a los cuales no se ha hecho alusión mas que para poner en evidencia, en medio de una comparación, los límites y las debilidades de la segunda legislación fascista del trabajo.

El segundo punto negativo y regresivo de esta legislación, fue una intensificación del sindicalismo y del centralismo mediante la creación de una Confederación única de la que habrían dependido las organizaciones sindicales siempre reconodidas y toleradas, con la tarea de decidir "en todas las cuestiones relativas a la empresa y a su vida, a la orientación y al desarrollo de la producción en el marco del plan nacional establecido por los órganos competentes del estado". A diferencia de lo que había marcado el esquema dualista de la legislación corporativa del Ventennio, un frente de empresarios y de las fuerzas del capital no estaba previsto en esta confederación, la cual tendía a la "fusión, en un solo bloque, de todos los trabajadores, técnicos y dirigentes". Frente a este bloque, el problema esencial, según nosotros, de la reconstrucción orgánica de infraestructuras en cada empresa, considerada en su autonomía, pasaba evidentemente al segundo plano. De nuevo aparecía, sobre el plano nacional y estatal, una ambigüedad que, en general, podía dar nacimiento también tanto a uno como a otro de los desarrollos negativos que hemos indicado precedentemente: a la conquista del estado por la economía, el "trabajo" y la producción de un lado; a la estatización "totalitaria" de la economía por otro. Si en la fórmula referida anteriormente, donde se habla de un "plan nacional establecido por los órganos competentes del estado", la segunda dirección podía traducirse fácilmente, quizás se preciso notar que el "bloque" así contemplado podía entrar en la perspectiva de la "movilización total" impuesta por una situación de urgencia y por esta situación donde se encuentra el fascismo "republicano", en el clima trágico del fin de la guerra. Pero es claro que esto pertenece al dominio de la contingencia, de donde no está permitido recoger aquello solo que sea concerniente al dominio de la doctrina, de los principios normativos.

En conclusión, nuestro análisis de conjunto del intento corporativo fascista, debe constatar la presencia de exigencias cuya validez y legitimidad son tanto más evidentes si se piensa en la situación socio‑económico actual, desde el momento en que se reconocen los aspectos críticos y caóticos subsiguientes a pesar de las apariencias de un impulso productivo e incluso de una prosperidad efímera, con el endurecimiento de la lucha de clases y el debilitamiento progresivo del estado ante una demagogia legalizada que, ahora ya no parece tener límites. Pero de nuevo es preciso constatar y subrayar que lo que el sistema fascista presenta de positivo en este terreno y, aun más lo que habría podido ofrecer como desarrollos reconstructores con los límites que hemos subrayado, no se refiere tanto a algo "revolucionario" en el sentido negativo o exclusivamente innovador, sino, una vez más, a la acción, en el seno del fascismo, de formas cuyo basamento natural fueron civilizaciones más antiguas: formas de inspiración tradicional que los promotores del corporativismo fascista han seguido a veces conscientemente y otras por puro automatismo.

Como lector habrá visto, no hemos creído del todo oportuno hablar del "socialismo nacional" en el cual algunos han querido ver uno de los rasgos más esenciales y válidos del fascismo: la realización de este socialismo, según ellos, había sido la principal misión a realizar, no solo en Italia, sino también en Alemania, y la Carta del Trabajo había puesto los fundamentos de esta "civilización socialista" particular. No podemos absolutamente tomar en consideración tales ideas. Rechazamos recuperar el "socialismo" independientemente de sus contenidos, que son incompatibles con la vocación más alta del fascismo. El socialismo es el socialismo y añadirle el adjetivo "nacional" no es más que un disfraz en forma de "caballo de Troya". El "socialismo nacional" en la hipótesis de que fuera realizado (con la inevitable eliminación de todos los valores y todas las jerarquías incompatibles con él), se pasaría, casi inevitablemente, al socialismo, y así progresivamente, por que no es posible detenerse a medio camino en un plano inclinado.

En su época el fascismo italiano fue uno de los regímenes más avanzados en materia social.Pero el corporativismo del ventennio, en lo que tiene de válido, debería ser interpretado esencialmente en el marco de una idea orgánica y antimarxista, luego igualmente fuera de todo lo que puede llamarse legítimamente "socialismo". Así, y solo así, el fascismo habría podido ser una "tercera fuerza", una posibilidad ofrecida a la civilización europea, una posibilidad opuesta al capitalismo como al comunismo. Es por ello que "toda apertura a la izquierda en la interpretación del fascismo" debería ser evitada si no se quiere rebajar el fascismo: no parece gustar esto a los partidarios del"Estado Nacional del trabajo" que parecen no percibir hoy, mientras desean realizar una oposición y ser considerados "revolucionarios", que la fórmula en cuestión es precisamente la fórmula institucional proclamada en la constitución de la Italia democrática y antifascista de hoy.

 

 

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