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Biblioteca Evoliana

El fenómeno Henry Miller. Julius Evola

El fenómeno Henry Miller. Julius Evola

Biblioteca Evoliana.- Evola dedicó algunas líneas a Henry Miller en su "Metafísica del Sexo" y referencias en "Cabalgar el Tigre". El artículo que reproducimos a continuación fue publicado como Capítulo XXIX de la obra "Ricognizioni, uomini e problemi" y ha sido traducido por José Antonio Hernández García. Es seguro que, anteriormente, había sido publicado como artículo en Il Conciliatore o alguna otra revista de la época. No es que Evola aprecie en particular la obra de Miller -cuya temática gira, al menos en sus obras más conocidas, sobre la sexualidad- sino que lo considera como un "signo de los tiempos".

 

EL FENÓMENO HENRY MILLER
Julius Evola
Traducción de José Antonio Hernández García
  En la galería de las figuras representativas de nuestra época se puede  atribuir una particular significación a Henry Miller. Ha gozado de un  reconocimiento casi unánime en el mundo literario internacional, y para bien de las personas ha conservado una reputación de escritor pornográfico, escandaloso y anarquista. Nosotros mismos hemos manifestado cierto interés  por él, sobre todo en función de la lectura de sus libros del primer  período, como Trópico de Cáncer y Trópico de Capricornio, que fueron  prohibidos en numerosos países. Se podría en efecto clasificar a las obras  de este género como uno de los testimonios de un mundo en plena disolución,  desesperado y revuelto. Es también por esta razón que algunos  representantes de las recientes generaciones perdidas, sobre todo del otro  lado del Atlántico -como los hipsters, los beats y otros más- han podido  ver en Miller a uno de sus maestros y portaestandartes.
En nuestra opinión, es precisamente el aspecto negativo el que resulta  valioso en Miller; es el Miller que ataca todo lo que es la civilización moderna («bosque petrificado en cuyo seno se mueve el caos») y la especie americana (América, «que ha recibido lo más degenerado que hay en Europa»)  con todo y su cultura («que se cuela como por la abertura de las cloacas»). Es el Miller anticonformista quien escribe: «¿Quién, entre aquellos que lo  han visto con avidez y desesperación, puede tener el menor respeto por los  gobiernos existentes, por sus leyes, códigos, principios, ideales, ideas,  tabúes?», y quien también habla de situaciones existenciales tales como «ninguna solución nos parece posible, fuera del asesinato o el suicidio; rigurosamente hablando, ninguna; pero si no escogemos ni uno ni otro, nos  volveremos bufones».
 En general, los libros de Miller se presentan en gran parte como una  autobiografía interrumpida (más o menos alterada) llena de reflexiones, de  descripciones de los más variados personajes y de toda clase de episodios. 
 Encontramos también pasajes interesantes en los que, como bajo el efecto de un traumatismo, se presentan momentos de iluminación o de una lucidez  superior en medio de una historia caótica y enredada: como la claridad de  certezas más altas en el seno de un caos extremo; la percepción de la  evidencia casi mágica de una realidad de cosas consideradas en su esencia y  en su pureza («todo estaba cargado de sentido, se justificaba; todo era  eternamente real -nada que demostrar, nada que esperar-»), gracias a la  salida de esta especie de trance o inconciencia en la que habitualmente  viven los hombres modernos sin darse cuenta. En medio de la descomposición  y de las situaciones más absurdas, se manifiesta una tendencia confusa  hacia una auto-liberación, una búsqueda de «(su) propia autenticidad» 
 («Sean ustedes mismos. ¿Y si no son nada? Entonces no sean nada, pero  séanlo absolutamente», o también: «pudrirse de conocimiento, asir la  insignificancia de todo; desvelar todo, volverse desesperado, y después humillarnos para borrarnos del pizarrón negro con la finalidad de recuperar su autenticidad»). Son también los temas de cierto existencialismo. 
Pero esta orientación -a condición de que sea profundizada seriamente- podría tener alguna analogía con el Zen, antigua escuela extremo-oriental de la que Miller había tenido conocimiento (de manera confusa: leyó todo tipo de cosas) y que, por esta razón, recientemente ha atraído la atención de las generaciones «en llamas».
Pero más bien resulta arduo reencontrar esta orientación en los libros de Miller, más si afloran de manera desordenada temas divergentes, 
impresiones  contradictorias y, también, -para no decir sobre todo- digresiones un tanto  literarias, filosofantes e introspectivas. En cuanto a la reprochable  «obscenidad» de Miller, figura en realidad -desde cierta perspectiva- como  pariente pobre. Se confina casi en su totalidad a los primeros libros,  Trópico de Cáncer y Trópico de Capricornio, que parecerían desmerecen  frente a sus otros escritos. Cualquier aspecto excitante lo vuelve un  defecto; Miller se refiere a las cosas más escabrosas del sexo como si hablara de fenómenos puros sin ninguna atmósfera erotizante susceptible de  inflamar la imaginación de cualquier lector o lectora, pero tan cruelmente que es casi grotesco. Es más bien la vulgaridad de las expresiones la que  acaba por fastidiarnos. Desafortunadamente, Miller es de los que se  regodean en un lenguaje vulgar, que si ayer era prerrogativa de la plebe  hoy ha conducido a que se arraigue tanto en la literatura como en la forma  de hablar de la gente, quienes, así, se imaginan «sin prejuicios» cuando en  realidad son sólo estúpidos. El fondo de todo esto es además una  auto-contaminación que cualquier psicoanalista llevaría hasta el «complejo  de culpa» o, bien, a la compensación desviada de un «complejo de  inferioridad». Por esto también se puede decir que la «obscenidad» de Miller pierde su carácter incisivo, se vuelve banal y se reduce a un mal  gusto. Por el contrario, podemos recordar a un poeta célebre, Alfred de  Musset, quien gana una apuesta escribiendo un libro absolutamente  «pornográfico» -Gamiani- sin emplear una sola palabra trivial.
Haciendo abstracción de todo esto, no es menos cierto que el valor del  testimonio de la obra de Millar en los términos señalados anteriormente ha disminuido mucho para nosotros. Hemos comprobado, al paso de los libros, el sentido que ha adquirido hacia una orientación distinta y, a final de  cuentas, poco interesante: ya no el nihilismo y el esfuerzo por asir algo absoluto, más allá del «punto cero de los valores», sino, antes bien, una adhesión primitivista a la «vida» en todos sus aspectos, adhesión que, sin embargo, se hace sin fe ni entusiasmo (son los momentos «eufóricos» que se  alternan, en Miller, con los depresivos). Es por ello que, considerando  todo, Miller sea por mucho un tipo humano verdaderamente «en llamas». 
Sus libros frecuentemente lo muestran entusiasmado, aunque sea de la manera más  pasajera y pueril por cualquier idea o autor. A propósito de Dostoievski,  escribió que después de él «el mundo había cambiado». «Descubre» a Spengler (¡!). Exalta a D. H. Lawrence y su sospechosa filosofía de la vida y de la  carne. Se dice fascinado por Joyce. Manifiesta una deuda profunda hacia el  swami Vivekananda, mediocre vulgarizador -fuertemente europeizado- de  algunas doctrinas orientales. Se extasía ante un historiador del arte como  Elie Faure. Se complace en hablar del homenaje que le rinde a H. von  Keyserling, narcisista filósofo de salón. Toma conciencia del dadaísmo  quince años mas tarde. Y después escribe frases como ésta: «Toma y espera  la venida del Señor, y despójate de la obsesiva admiración por los autores vivos o muertos cuyas palabras obstruyen tu vida». Lo mejor y lo peor (la fase maníaca y la fase depresiva, diría cualquier psiquiatra) se suceden en  el conjunto de este interminable monólogo narrativo, que lo único que hace  es adquirir una forma precisa.
Desde un punto de vista personal las cosas no son de otra manera. Miller confiesa: «Lo que desearía ardientemente, sería admirar y adorar». Pone de  manifiesto una desesperanza romántica porque «Mona» -una de sus mujeres- lo  ha abandonado. No evita sucumbir a las esperanzas utópicas a propósito de  una civilización futura o al «oscuro fundamento femenino» o «maternal» de  la existencia que desempeñará un papel esencial -algo que, mientras tanto,  constituirá su ataque en contra del «aspecto criminal del espíritu», es  decir, del Yo racional (véase a Klages y, en parte, a Bergson, Spengler,  etc.)- en el arte del futuro. Miller se muestra capaz de formas de admiración de lo más ingenuas y, para nosotros los europeos, demasiado provincianas (por ejemplo, en lo que respecta a todo lo que es la cultura  francesa). Acusa a los hombres de ignorar el amor «amor que no pide nada»,  y ve en ello una especie de remedio universal al que se sobreponen los  temas pacifistas y la condenación de todo lo que sea guerra y combate. 
Allí  están algunos pliegues que revelan, en el Miller nihilista, un temperamento profundo de «hombre valiente», ni siquiera «en llamas», sino simplemente  decepcionado.
Y aún más, Miller el hombre parece normalizarse poco a poco en la vida  práctica. Su anti-americanismo y su angustia existencial deben atenuarse si se piensa que acabó por establecerse en California y por fundar allí su ménage. Después de mucho tiempo, Miller pagó su cuota al conformismo: efectivamente se casó -cuatro veces, lo que acentúa el cariz puramente externo y frívolo del asunto. En una carta que envió a un tribunal de Oslo, en ocasión de un proceso que se le seguía a uno de sus libros, escribió:
¿Haría el favor de hacerle saber a la Corona que no he sido considerado  como un maniático ni como un perverso ni mucho menos como un energúmeno? Que como marido, padre y vecino he sido presentado como ejemplo por la  comunidad. Soy un poco ridículo ¿no le parece?. Y acaba por preguntarse si  el autor de libros escabrosos de inspiración autobiográfica y el hombre que se apellida Miller son la misma persona, a lo que responde afirmativamente. 
 Esto nos conduce a pensar en cierta senilidad debida a la edad y al éxito literario, o bien a considerar la presencia de una estructura  contradictoria que solamente se reduce al valor simbólico y representativo de la figura de Miller. Junto a los otros aspectos que ya hemos indicado,  hay una caída brusca de nivel, y es necesario admitir que sólo el Miller  «negativo» resulta interesante para quienes se erige como testimonio y  síntesis de las experiencias liminares de una época. 
Respecto de otros de sus libros aparecidos en italiano, como por ejemplo Nexus -que acabó de escribir en 1959- no hay gran cosa que decir. A primera vista, el libro nos presenta un simpático ménage à trois entre Miller, Mona y Stasia, amiga lesbiana de Mona (esta cohabitación y esta combinación 
son 
 explicadas así por Mona: «Mientras más lo amo [a Miller], más amo a  Stasia»). Es el período en el que Miller se moría de hambre, por decirlo de  alguna manera, y en que creía escritor aunque se limitaba tentativas de escritura. Era sobre todo Mona quien lo entretenía entonces y que, sin demasiados escrúpulos, con esa finalidad se mostraba «complaciente» en un bar de la villa de artistas en donde trabajaba con la impedancia típica de los eslavos. En una página del libro Miller nos la describe en rebelión contra el universo petrificado y vacío de los  rascacielos, «donde ya no hay hombres ni poetas» y donde «todo mundo salta  como loco», buscando la verdad de la naturaleza en la que «todo es perfecto, terriblemente real y auto-suficiente». Pero dos páginas después, nos damos cuenta que en una ocasión ella se había dejado montar por un perro, a lo que dice: «¡Era tan torpe! Al final, ¡sólo me mordió el muslo!». Después de estos alentadores inicios, el libro cae en un desfile de personajes, impresiones y reflexiones de acuerdo con una confusa alternancia de temas de la que ya hemos hablado.
Lo mejor de Miller: tal es el título de la traducción de fragmentos escogidos y «depurados» de los escritos y ensayos de Miller, selección  hecha por Lawrence Durrell. Allí se presentan los aspectos de la obra de Miller que son aceptables tanto para el público común como para el  puritano. Es un Miller considerado esencialmente como hombre de letras, 
 hábil en la descripción de tipos, hombre de sensibilidad peculiar, escritor poseedor de un excelente estilo. Alrededor de una tercera parte de la antología la integran ensayos y extractos de crítica literaria: aunque todo esto pueda interesar a algunas personas, en realidad nos parece secundario y de consumo corriente, pero no nos parece que forme parte precisamente de lo «mejor de Miller». Pero para juzgarlo, deberíamos ponernos a hacer crítica literaria, cuestión a la que somos ajenos. Aquí, hemos tratado sobre todo de atraer la atención sobre el «fenómeno Miller»: menos como artista que como expresión de una época.
[Tomado de: Julius Evola, Ricognizioni, uomini e problemi, Roma: Edizioni Mediterranee, 1974, capítulo XXIX.]

 

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