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Metafísica del Sexo. Capítulo II. Metafísica del Sexo. 14. El eros y las variedades de la embriaguez

Metafísica del Sexo. Capítulo II. Metafísica del Sexo. 14. El eros y las variedades de la embriaguez

Después de lo cual nos queda considerar la teoría del amor que Platón hace exponer a Diotima.. Pero antes vendrá bien aludir a cuanto dice Platón sobre la forma superior del eros como esta­do, esto es, considerado simplemente como contenido de la conciencia. Personificado, Eros es llamado, ya en el Banquete, un "potente demonio"; "intermediario entre la naturaleza de dios y la naturaleza mortal", él va a colmar la distancia entre la una y la otra (13). En el Fedro se habla extensamente de la manía. No es fácil traducir este término, cuya traducción literal, "manía", hace pensar hoy en algo negativo e insano, al igual que ocurre con la traducción de "furor", adoptada por los huma­nistas del Renacimiento (los "eroici furori", en Giordano Bruno). Se podría hablar de un estado de transporte, de "entusiasmo divino", de exaltación o lúcida embriaguez: con lo que precisamente nos lleva de nuevo a cuanto ya hemos dicho acerca de la materia prima de todo estado erótico. Platón, que subraya aquí un punto esencial al distinguir dos formas de "manía", "una que deriva de enfermedad humana y la otra de exaltación divina, por la cual nos sentimos extraños a las leyes y las normas habituales" (14). La segunda —dice Platón— "está muy lejos de causarnos miedo"; grandes beneficios pueden derivar de ella. Y, viniendo a una referencia específica del eros, dice que es "una ventura grandísima la manía que nos otorgan los dioses hacien­do nacer el amor en el alma del que ama y del que es amado" (15).

Lo que aquí importa más es que el eros como "manía" viene inserto en un contexto más vasto que hace resaltar su posi­ble dimensión metafísica. En efecto, Platón distingue cuatro géne­ros de manía positiva, no patológica, no sub-humana, refiriéndo­las respectivamente a cuatro divinidades: la manía del amor, ligada a Afrodita y a Eros; la manía profética de Apolo; la manía de los iniciados de Dionisos; la manía profética de las Musas (16). Marsilio Ficino (17) dirá que son "aquellas especies de furores que Dios nos inspira, elevando al hombre por encima del hombre y convirtiéndolo en Dios". Poniendo aparte la "manía poética", la cual pudo tener un carácter no profano sólo en otros tiempos, cuando el arte no era una cosa subjetiva, cuando el poeta era también un vate y la poesía, un carmen, persiste, como fondo común de tales formas, un estado de ebriedad apto para provocar un autotrascendimiento y la variedad de una experiencia supra­sensible: en el amante, pues, no menos que en el tiempo y que en el sujeto de la experiencia mágica (18). Es algo singular que ni Platón, ni ninguno de sus comentaristas hayan mencionado una variedad ulterior del mismo género lúcido y anagógico (que lleva a lo alto) de embriaguez: la heroica, que se podría situar bajo el signo de Marte, es singular, en cuanto que la antigüedad consi­deró casos en los cuales también la experiencia heroica pudo ofre­cer posibilidades iniciáticas (19). En fin, se podría recordar el tipo de embriaguez sagrada, propia de los Coribantes y los Curetes, con las correspondientes técnicas, no exentas de relaciones con la danza.

De todas formas, las referencias son precisas. Es consideradopues un tronco, del que el eros sexual es una rama, una especia­lización; la materia prima de él sigue siendo una embriaguez animadora (casi por injerto, en la vida humana, de una vida supe­rior —en la formulación mitológica: la posesión fecundado­ra e integradora de parte de un demonio o un dios) y libera­dora que, si obedeciese exclusivamente a su metafísica defi­nida por el mito del andrógino, tendría como posibilidad suprema una teleté (como precisamente dice Platón): a saber, un equivalente de la iniciación mistérica. Por lo demás, es signifi­cativo que el término "orgía", que ha terminado por asociarse únicamente al desencadenamiento de los sentidos y a la sexuali­dad, pudo originariamente unirse al atributo de "sagrado": las "orgías sagradas". En efecto, orgía designaba el estado de exalta­ción entusiástica que, en los antiguos Misterios, constituía el punto de partida de la realización iniciática. Pero cuando esta embriaguez del eros, afín en sí a las otras de orden suprasensible de que habla Platón, se especializa convirtiéndose en deseo, y después en deseo únicamente carnal; cuando, por así decir, de condicionante pasa a ser condicionada, porque se liga completa­mente a los determinismos biológicos y a las sensaciones turbado­ras de la naturaleza inferior, entonces se degrada y termina en síncope, en la forma constituída del "placer", de la voluptuosidad venérea.

Aquí hay que distinguir, a su vez, distintos grados: el placer tiene un carácter difuso todavía estático cuando el momento "magnético" del amor, con la consiguiente fusión fluídica de los dos seres es bastante intensa. Aminorando esta intensidad, o bien con la costumbre del acto físico con una misma persona, el placer tiende cada vez más a localizarse corporalmente en determinada zona u órgano, esencialmente en los órganos sexuales. El hombre está notoriamente predispuesto más que la mujer a esta ulterior degeneración. En fin, está el placer disociado de cada experiencia o colapso, del estado de manía de la pura embriaguez exaltada y lúcida, transportada por un elemento suprasensible. Constituye la contrapartida del malogro del conato del eros, cual impulso hacia el ser absoluto e inmortal, en el círculo de la generación física; al que corresponderá la segunda teoría del amor: la expuesta por Diotima.

No resultará inútil, en el presente contexto, volver todavía un momento sobre la oposición platónica entre dos especies de manía, para desarrollar su contenido. En general, desde que inter­viene el estado de que hemos hablado, las facultades del individuo común quedan suspendidas, su "mental" (en términos hindúes: el manas) queda excluído, o bien transportado, sometido a una fuerza diferente. Esta fuerza puede ser una fuerza ontológicamen­te superior o inferior al principio de la personalidad humana. De ahí la posibilidad y el concepto de una embriaguez estática que tiene, también, un carácter decididamente regresivo. Sobre este sutilísimo límite fronterizo se encuentra particularmente la magia sexual.

A título de ejempificación teórica, se puede aludir aquí a la interpretación desviada de un autor moderno ya citado: Lud­wig Klages. Klages ha retomado en parte los puntos de vista plató­nicos, ha puesto de relieve la elementalidad del hecho constituí-do, en el eros, por la ebriedad, o manía, frente a las diferentes interpretaciones psicológicas o fisiológicas, reconociéndole la dimensión no física y la posibilidad estática. Pero el punto central de su interpretación es éste: "No es el espíritu del hombre el que se libera [en el éxtasis], sino el alma; y ella no se libera del cuerpo, sino del espíritu" (20). Pese a que en este autor el espíritu no sea enteramente el espíritu, sino, en el fondo, un sinónimo de lo "mental", queda siempre que el "alma" de la que habla corres­ponde a los estratos inferiores, casi inconscientes, cercanos al bios, del ser humano: a su parte yin (o femenina, oscu­ra, nocturna) y no yang (masculina, luminosa, diurna). Así, muy bien podemos llamar, al éxtasis que considera Klages, un éxtasis telúrico, quizá inclusive demoníaco. Su conteni­do emotivo había sido ya designado, en la tradición hindú, como rasásvádana.

Existe pues una fenomenología bien diferenciada de la "manía" y del eros, cuya importancia, desde el punto de vista práctico, nunca será lo suficientemente subrayada. Es necesario sin embargo tener por cierto que, sea la posibi­lidad negativa ahora señalada, sea la opuesta, positiva, de una manía "divina", están igualmente alejadas tanto de ca­da manía de origen patológico como del impulso brutal y ciego del eros animalizado. Ni los etnólogos, ni los histo­riadores de las religiones ni los psicólogos de hoy se preocu­pan casi nada de estas importantes distinciones.

 

(9)       Banquete, 193 c-a.

(10)    Ibid., 202 d-e.

(11)    Fedro, 265 a.

(12)    Ibid., 245 b.

(13)    Ibid., 265 b.

(14)    Sopra lo Amore, VII, 13, 14.

(15)    Refiriéndose al Eros en general, PLATON (Banquete, 202 e, 203 a) dice: "Por obra suya aparece tanto la adivinación en cada una de sus formas como el arte de los sacerdotes adeptos a los sacrificios y a las iniciaciones, así como a los encantamientos y a toda suerte de predicciones y a la magia." Sobre esto, cfr. EVOLA, Rivolta contro il mondo moderno, cit. 1, § 19.

(16)     Vom kosmogonischen Eros, cit. pág. 63.

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