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Cabalgar el Tigre. Disolución en el dominio del arte. 24.- Paréntesis sobre las drogas

Cabalgar el Tigre. Disolución en el dominio del arte. 24.- Paréntesis sobre las drogas

Puede comprenderse que esta vía lleva más allá de la música y de la danza, hacia un campo mucho más amplio y problemático, que abraza otros muchos medios, cada vez más ampliamente empleados por las nuevas generaciones. Cuando la beat generation norteamerica­na, a la que ya hemos hecho alusión y que tiene numerosas equivalen­cias en nuestro continente, utiliza conjuntamente el alcohol, el orgas­mo sexual y los estupefacientes, como otros tantos ingredientes esen­ciales de su concepción de la vida, asocia de forma radical técnicas que, en realidad, tienen un fondo común —el que acabamos de indi­car y que, por otra parte, aunque separadamente, tiene un contexto menos extremista, están ampliamente extendidos, con el régimen de sucedáneos y compensaciones que es propio a esta última.

No conviene perder mucho tiempo, aquí, en el estudio de esta cuestión. Fuera de lo que diremos en el capítulo siguiente sobre el se­xo, nos limitaremos, para precisar la alusión que acabamos de hacer aquí, a realizar algunas consideraciones sobre este medio que, entre todos los utilizados en algunos sectores del mundo moderno, es el que visiblemente tiene la finalidad de una mayor evasión extática, es decir, la droga.

La difusión creciente de las drogas entre la juventud de hoy es un fenómeno muy significativo. Es por ello por lo que la cruzada contra los estupefacientes, tras el fracaso del prohibicionismo, se ha convertido en la consigna de los legisladores del mundo burgués; este es también un curioso resultado del régimen de libertad que, preten­didamente, reina en este mundo en el seno de la democracia. Admi­tiendo, incluso —como es preciso admitirlo en regla general— que el uso de los estupefacientes lleva a muchos de sus adictos al trastorno, no se comprende con qué derecho la sociedad se opondría a ello, pues de lo único que debería ocuparse el legislador es de los efectos sobre terceros.

Con los estupefacientes se repite, en parte, la situación de la música sincopada, ya descrita precedentemente. Medios utilizados en el origen facilitadores de aberturas a lo suprasersible en el curso de iniciaciones o de experiencias similares, han sido traspuestos al plano "profano" y "físico". Al igual que las danzas modernas con música  sincopada derivan de las danzas extáticas, igualmente gran parte de los  estupefacientes utilizados de maneras variadas en farmacopea, corresponden a las drogas que las poblaciones primitivas empleaban frecuentemente con un fin "sagrado", conforme a las tradiciones. Esto, por lo demás, se aplica al tabaco empleado por los indios de América para preparar a los neófitos que debían retirarse un cierto tiempo de la vida profana a fin de tener "signos" y visiones. En cierta medida, puede decirse lo mismo del alcohol; se conoce la tradición de los "brebajes sagrados" y la utilización del alcohol en los cultos dionisíacos y en otras corrientes similares, el antiguo taoísmo no prohibía para nada las bebidas alcohólicas, que consideraba incluso como "extractos de vida" , que prodigaban una embriaguez suscep­tible de conducir, como la danza, a un "estado de gracia mágica" co­mo la de los "hombres reales" (22). Los extractos de coca, de mescali­na, de peyote y de otros estupefacientes integraban, aún a menudo hoy, gran parte del ritual de sociedades secretas de América Central o del Sur.

En la actualidad no existen ideas claras y precisas sobre todo es­to, pues no se tiene en cuenta el hecho de que los efectos de esas sus­tancias son muy diferentes según la constitución y la capacidad de reacción y —en los casos antes mencionados, en los que se les utilizaba para un fin no profano— de la preparación espiritual y de la intención del que lo empleaba. Se ha hablado con propiedad de una "ecuación tóxica", diferente para cada individuo (Lewin), pero no se ha dado a esta noción toda la extensión necesaria, en parte debido a los límites del campo de observación del que se dispone, pues la situación exis­tencial bloqueada de la gran mayoría de nuestros contemporáneos restringe muy notablemente el radio de acción que puedan tener las drogas.

De hecho, la "ecuación personal" debería ser tenida en cuenta por los que, debido a motivos de higiene social, combaten los estupe­facientes con celo, viendo en ellos una causa de ruina moral. Estos deberían recordar lo que generalmente han reconocido los patólogos y neurólogos, a saber, que, en la mayor parte de los casos graves, el uso de la droga es menos una causa que el síntoma de una profunda alte­ración, de un estado de crisis, de neurosis o de algo parecido en el su­jeto (23). En otros términos, es una situación psíquica o existencial negativa, "encubierta" o patente, preexistente, la que empuja al uso de drogas como una solución efímera. Así se explica la ineficacia, en este género de casos, de terapias de desintoxicación simplistas, es decir, ex­teriores, que olvidan el hecho psíquico primario; así se explica tam­bién el carácter primitivo de las legislaciones represivas, más o menos, draconianas. Privado de la droga, el enfermo que no ha superado por ello su problema, recurrirá a otros medios para obtener más o menos el mismo resultado o se hundirá. Por otra parte, si la ley debiera prohibir todo lo que juega el papel de "estupefaciente" , en el sentido más ge­neral del término, al hombre y a la mujer modernos, y a lo que sirve también de una manera más o menos brutal para obtener una evasión presentada como una "diversión" o algo semejante (se puede a este propósito referirse a todo lo dicho ya en el primer capítulo), haría falta suprimir una gran parte de lo que compone la existencia moderna y alimenta una industria particularmente desarrollada y agresiva.

Para retornar a lo que decíamos, son la "ecuación personal" y la zona específica sobre la que van a actuar las drogas y los estupefa­cientes (entre los que podemos incluir también el alcohol), los que conducen al individuo a una alienación, a una abertura pasiva a esta­dos que le dan la ilusión de una libertad superior, de una embriaguez y una intensidad desconocida de las sensaciones, pero que en realidad tienen un carácter disolvente y que de ninguna manera le "llevan a otro lugar" . Para esperar de experiencias similares un resultado dife­rente haría falta disponer de un grado excepcional de actividad espiri­tual y tener una actitud contraria a la de hombre que las busca y las necesita para escapar a tensiones, traumatismos, neurosis, al senti­miento del vacío y de lo absurdo.

Hemos hablado de la técnica de la polimetría rítmica africana: una fuerza es detenida de una manera repetida en un paroxismo desti­nado a liberar una fuerza de otro tipo. En el extatismo inferior de los primitivos ello abre la vía a una posesión ejercida por potencias oscu­ras. Decimos que en nuestro caso, esta fuerza debería ser producida por la respuesta del "Ser" (del Sí) al estímulo. La situación creada por la acción de las drogas e incluso del alcohol es idéntica. Pero una reac­ción de este género no se produce casi nunca: la acción de la sustancia es demasiado fuerte, brusca, imprevista y externa, lo que dificulta un control y una reacción del "ser". Es como si una corriente poderosa se introdujera en la conciencia y que la persona pudiera solamente darse cuenta del cambio de estado que ya se ha producido sin poder dar su consentimiento; y en este nuevo estado uno queda sumergido, se es "arrastrado" . Es así que el efecto verdadero, aún cuando permanezca inadvertido, es un desfallecimiento, una lesión del Sí, a pesar de la impresión que pueda haberse tenido de una vida exaltada, de beatitu­des y de voluptuosidades trascendentes.

Para que el proceso siga otro curso sería necesario que, expre­sándolo de una manera alegórica y muy esquemática, en el momento en que la acción de la droga libera una cierta energía X de forma exte­rior, un acto del Sí, del "ser", introdujera en la corriente una energía doble, que le perteneciera, X + X, y la mantuviera hasta el final. De manera análoga la ola, incluso imprevista, que golpea al nadador há­bil, puede ser utilizada por él también para tomar impulso y supe­rarla. Entonces ya no habría hundimiento, lo negativo sería transfor­mado en positivo, no se haría el papel de súcubo en relación al medio, la experiencia estaría en cierta medida "descondicionada" y no se desembocaría en una disolución extática, desprovista de toda verdade­ra abertura más allá del individuo, y que solo se alimenta de sensa­ciones. Sería, al contrario, posible, en ciertos casos, llegar a contactos con una dimensión superior de la realidad, a los cuales correspondían, como ya hemos dicho el antiguo uso, no profano, de las drogas. La ac­ción nociva de estas quedaría .entonces ampliamente eliminada.

Estas indicaciones parecerán seguramente muy singulares al lector ordinario que no puede referirse a ninguna experiencia personal para presentir de lo que se trata. Pero, una vez más, es el desarrollo mismo del tema lo que nos ha impuesto esta breve digresión. En efec­to, no es más que teniendo en cuenta estas posibilidades, por inhabi­tuales que sean, como puede llegarse a precisar convenientemente las antítesis necesarias, reconocer el punto en donde quedan neutraliza­das ciertas "valencias" positivas que podrían presentar, en el mundo actual, los procesos de disolución y la evocación de lo elemental: las verdaderas soluciones sólo se ofrecen a un cipo de hombre diferen­ciado, según las modalidades que ya hemos indicado aquí, de una ma­nera muy general.

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