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Biblioteca Evoliana

LOS DOS ROSTROS DEL EPICUREISMO, por Julius Evola

LOS DOS ROSTROS DEL EPICUREISMO, por Julius Evola

Biblioteca Julius Evola.- Del 28 de julio de 1971 al 5 de diciembre de 1973, Julius Evola publicó treinta y un artículos en Roma, diario entonces dirigido por Piero Buscaroli, musicólogo y periodista de orientación fascista y antisemita. La temática de estos artículos es muy variada : de la crítica del cientifismo ("La libertà e l'atomo" - "La liberté et l'atome"; "La religione della scienza" - "La religion de la science") y del arte popular moderno ("Il flagello della canzone" - "Le fléau de la chanson") a la política ("La cultura di Destra" - "La culture de Droite"; "Essere di Destra" - "Être de Droite"), a las doctrinas tradicionales ("Dal Buddhismo fino allo Zen" - "Du bouddhisme au Zen"; "Il Tantrismo") y a figuras como Juliano Emperador, Nietzsche, Pareto, Gurdjieff, el barón von Ungern Sternberg, Gerard Gardner (el “padre” de Wicca, como lo han llamado algunos de sus "fans"), pasando por estudios sobre la Roma clásica, entre los que se encuentra éste: "Il doppio volto dell'epicurismo" ("Los dos rostros del epicureismo").

El juicio que puede leerse en el prefacio de la antología en la que han sido reunidos todos estos textos ("Ultimi Scritti", Controcorrente, Naples, 1977 - "Últimos escritos"), en amplia medida es justo: "Algunos de estos artículos son pequeños ensayos casi exhaustivos y perfectos, en su formulación ejemplar, tanto por lo que se refiere a la claridad del pensamiento como a la simplicidad del estilo”.

"Il doppio volto dell'epicurismo" ha aparecido igualmente en la antología "Ricognizioni: uomini e problemi", así como en la edifición francesa - "Explorations: hommes et problèmes", Pardès, Puiseaux, 1989 – bajo el título de "Les deux faces de l'épicurisme".

EL DOBLE ROSTRO DEL EPICUREISMO

El éxito que conocieron las doctrinas de Epicuro* y de sus discípulos en Roma se suele interpretar como una prueba de la poca altura del pensamiento romano. El epicureismo es considerado, en efecto, como sinónimo de materialismo, de ateismo y de glorificación del placer. Era precisamente a lo que aspiraban –se dice- la decadencia romana, los patricios desempleados y los soldados que eran incapaces de interesarse en algo más elevado que el oficio de las armas. Con Epicuro y su ferviente apóstol romano, Lucrecio, se confimaría la tendencia típicamente metafísica y antiespeculativa del romano antiguo. Este punto de vista, que se reencuentra en los textos, que sirve de base para la educación de la juventud, es en parte unilateral, en parte falso. Algunas breves notas sobre este tema no estarán carentes de interés.

Empecemos por mostrar el verdadero significado de la doctrina de Epicuro en sí misma. Se compone de una física y de una ética, estrechamente ligadas entre ambas. La “física”, para Epicuro, debía ser una introducción o una propedéutica a la ética. Esto puede parecer algo extraño, sobre todo si se considera que la física de Epicuro ofrece un contraste sorprendente con las precedentes interpretaciones metafísicas y religiosas de la naturaleza, mientras que tiene muchos rasgos comunes, en su orientación, con la física moderna. Intenta explicar los fenómenos físicos y psíquicos mediante causas puramente naturales. No deja lugar a ningún agente sobrenatural, considera el alma en sí misma, como se puede considerar cualquier otra cosa, sin ninguna componente mística ni romántica. Los dioses y la providencia son excluidos de la trama de las cosas. La supervivencia del alma es cuestionada. Algunos preguntarán pues: ¿cómo tal concepción puede tener un valor ético? Epicuro responde: por la liberación interior, por la purificación de la mirada que, en su realismo, produce.

Epicuro expresa sin reticencia su intención de destruir, a través de su física, todas las angustias de la muerte y del más allá, todo el pathos insano del deseo, de la esperanza y de la oración que, ya en Grecia, ha correspondido a un período de decadencia, a una alteración de la espiritualidad original heroica y olímpica y que, en Roma también, debía desgraciadamente revestir el significado una alteración de la antigua ética y del antiguo ritualismo. La física de Epicuro busca pues remitir al hombre a sí mismo, desviarlo de los pensamientos desordenados, habituarlo al realismo y crear en él una serenidad interior. Tras esto, puede presentarse como una disciplina de vida, cuyos detalles no pueden ser examinados aquí, pero que, en todo caso, no tiene gran cosa que ver con una búsqueda del “placer” tal como se entiende generalmente hoy, sobre todo cuando se califica a alguien de “epicúreo”.

A este respecto, bastaría señalar la similitud que tiene en numerosos puntos, y en la terminología misma, la ética de Epicuro con la ética estoica, que, como se sabe, es una de las más severas. En Epicuro como en los estoicos, uno de los fines de la disciplina interior es la «autarquía», es decir, la autosuficiencia, el dominio del alma, que se trata de sustraer a la contingencia de las impresiones, impulsos y movimientos irracionales. Es en este estadio que Epicuro, contrariamente a los estoicos, habla de “placer”. No cree, como los estoicos, en una «virtud» árida, en un renuncia fría de las pasiones humanas. Piensa que un alma que ha llegado a dominarse a sí misma conoce una felicidad interior, un gozo inalterable, por así decirlo, una luz serena, que vuelve feliz, que nada puede enturbiar y en relación a la cual cualquier inclinación vulgar por una felicidad o una voluptuosidad pasajera se muestra como despreciable. Tal es el placer “positivo” que Epicuro fija como fin, distinguiéndola del placer «negativo», es decir del placer que se trata de alcanzar evitando cualquier causa de agitación o de sufrimiento en el cuerpo o en el alma: Epicuro considera a esto como un medio de no entrever la manifestación de aquella. Y llega incluso a decir que aquel que conoce el «placer» tal como lo entiende, permanece él mismo en los más atroces tormentos, incluso si está en el «todo de Phalaris», es decir en la prisión de bronce en forma de todo en la cual se hace morir al condenado a fuego lento: se ve en esto lo que puede haber en común del epicureismo auténtico con la idea habitual que se tiene de él. Epicuro niega a los dioses la posibilidad de intervenir a voluntad en los acontecimientos del mundo, que se invoca en los pequeños asuntos del alma humana o que no sirven más que de espantajo para los espíritus débiles, pero los admite sobre el terreno ético, en perfecta conformidad con la antigua concepción olímpica helénica: como esencias distanciadas, perfectas, sin pasión, que deben servir de supremo ideal al Sabio.

Si, en sus mejores aspectos, en sus aspectos esenciales, el epicureismo reúne estos significados, su aceptación por los romanos se presenta evidentemente a todos nosotros bajo un aspecto diferente del que se suele imaginar. A decir verdad, se podía decir otro tanto de la espiritualidad, a causa del hecho de que la mayoría tiene una idea preconcebida y unilateral de lo que debería ser “espiritual”, que pretende medirlo todo con su patrón y que no alcanza a ver nada más. Es preciso no olvidar que, si, primitivamente, el romano fue anti-especulativo, y anti-mítico, no hay que ver en ello un síntoma de inferioridad, sino, por el contrario, un signo de su superioridad. El hecho es que tenía un estilo de vida orgánico, alérgico a los misticismos puros y a las efusiones sentimentales; tenía una intuición supra-racional de lo sagrado, estrechamente ligados a reglas de acción, a ritos y a símbolos precisos, a un mos y a un fas y a un realismo particular. No huía de la realidad. No temía a la muerte. Tenía un sentido inmanente de la vida. No temía miedo a morir. Para él, solamente existían sus jefes y sus héroes divinizados que sobrevivían al sueño eterno del Hades.

Las formas especulativas, seudo-religiosas y estetizantes que, por medio de elementos exóticos o pre-romanos, aparecieron en Roma no tienen más que un significado de degeneración en relación a todo esto. Es por ello que se trataba de una reacción instintiva de la antigua alma romana que el epicureismo contenía los gérmenes de una simplificación, de una liberación de lo superfluo : de una física como visión clara y realista del mundo, una ética como disciplina inmanente de vida, gracias a la cual, de la medida, de la autarquía, de la serenidad del alma, nade la felicidad inalterable y omnipresente, como un carisma de perfección que, según una máxima de Epicuro, “vuelve igual a los Olímpicos”.

Que estos gérmenes, para algunos, fructifican y remiten a la antigua alma romana en sí misma, y que, para otros, degeneraron a causa de un suelo ya alterado, es completamente secundario. Lo que queríamos solamente resaltar aquí, como verdadera causa del éxito del epicureismo en Roma, es una correspondencia de motivos, que se refieren a alguna cosa superior a todo hedonismo o materialismo vulgar, tanto como a todo misticismo informe, agitado y divagante.

Julius EVOLA

* "(...) En efecto, es preciso saber distinguir la enseñanza de un maestro con la desviación sufrida por su pensamiento al ser asumido por la masa, pues esta adopta lo que responde mejor a su pereza mental o a sus apetitos. Así la vida misma de Epicuro no tiene nada de común con lo que será el “epicureismo”.

Epicuro (342-270) vivió, en efecto, conforme a lo que enseñanza a sus discípulos. Su virtud fue marcada por su reconocimiento y su piedad hacia sus padres, su benevolencia hacia todos, su honestidad y su frugalidad. Un poco de pan y agua le bastaban; cuando, hacia el final de su vida, fue atormentado por crueles dolores, soportó valientemente –haciendo gala de una perfecta felicidad- la enfermedad que entrañó su muerte, exhortando a sus amigos a seguir sus preceptos, es decir, la frugalidad y la serenidad de espíritu, rechazando todo exceso y toda agitación (cf. "Lettres à Ménécée")". Schwaller de Lubicz, "Le Roi de la théocratie pharaonique", Flammarion, 1961.

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