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Biblioteca Evoliana

LA INFATUACION MAOISTA. Julius Evola

LA INFATUACION MAOISTA. Julius Evola

Biblioteca Julius Evola.- El siguiente texto fue publicado en 1968 por Evola en la revista Il Conciliatore y a partir de esa fecha, su contenido fue reproducido como apéndite a las sucesivas ediciones de "Los Hombres y las Reuinas". Lo hemos traducido de la edición francesa publicada por Pardes en 1984. El artículo demole algunos de los mitos que en aquel momento circulaban por Italia, según los cuales no existían "diferencias sustanciales" entre el maoismo y el fascismo. Evola presenta una perspectiva crítica sumamente interesante.

 

 

LA INFATUACIÓN MAOISTA

Un fenómeno curioso. que merece ser examinado, es la sugestión que ha ejercido el “maoísmo” en algunos ambientes europeos, incluso en grupos no marxistas. En Italia se pueden incluso mencionar algunos ambientes que reivindican una experiencia “legionaria” y una orientación “fascista", aun oponiéndose al Movimiento Social al que consideran como no "revolucionario", aburguesado, burocratizado, limitado por el atlantismo. En estos ambientes se habla de Mao como de un ejemplo.

Un fenómeno tal nos ha inducido a repasar el famoso librito de Mao‑Tse‑tung para tratar de ver claro y descubrir qué es lo que puede justificar tales sugestiones. El resultado ha sido negativo. Entre otras cosas, no se trata ni siquiera de una especie de breviario escrito con una cierta sistematicidad, sino un conjunto heteróclito de fragmentos de discursos y de diferentes escritos comprendidos en un largo período de tiempo. No se puede hablar en absoluto de una verdadera y específica doctrina maoísta. ¿Qué es lo que se puede pensar cuando desde la primera página del librito se leen frases categóricas como la siguiente: “El fundamento teórico sobre el cual se basa todo nuestro pensamiento es el marxismo‑leninismo"? Bastaría esto para poner a un lado el nuevo evangelio en donde, por los demás, los habituales y desgasta­dos slogans de la subversión mundial “lucha contra el imperialismo y sus la­cayos”, “liberación del pueblo de sus explotadores”, etc., se hallan a cada paso.

Encontrándose así las cosas, si es que existen contrastes entre rusos sovié­ticos y comunistas chinos, así como divergencias y tensiones, debe pensarse que se trata más bien de pugnas de familia, de cuestiones internas del comunis­mo (aparte de móviles realistas muy prosaicos como ser los vastos territorios de Rusia asiática, muy apetecidos por una China superpoblada), las cuales no nos tendrían que interesar para nada, a no ser por la esperanza de que los dos “socios”es terminen peleándose verdaderamente.

Lo que puede ejercer una sugestión es por lo tanto un puro mito del maoísmo, del cual emanan formulaciones ideológicas precisas, con interpretaciones irreflexivas y sobre todo con el relieve dado a la llamada “revolución cultu­ral”. Examinemos pues los principales componentes de tal mito.

El "nacionalismo" es considerado como base de la doctrina maoísta por algunos ambientes "filo‑chinos" antes mencionados. Pero, aparte del hecho de que el nacionalismo se había ya afirmado como la “herejía"de Tito y parece que se esté abriendo camino también entre los otros satélites de la URSS, se deja a un lado el punto esencial, es decir que el maoísmo se trata, inequívoca­mente, de un nacionalismo comunista; en el mismo la base es la concepción colectivista de masa, casi de horda, de la nación, no distinta en el fondo de la concepción jacobina. Cuando Mao quiere combatir el proceso de concreción de rígidas estructuras burocráticas de partido para alcanzar un vínculo directo con el “pueblo",cuando habla de un "ejército hecho uno con el pue­blo" retornando a la bien conocida fórmula de la "movilización tolal", mani­fiesta, más o menos, el mismo espíritu, o pathos, de masa de la Revolución Fran­cesa y de las “levées des enfants de la Patrie”, mientras que el binomio masa­-jefe (el “culto de la personalidad" combatido en la Rusia post‑staliniana, ha resurgido potenciado en la persona de Mao, ídolo de las masas chinas fanati­zadas) reproduce uno de los aspectos más problemáticos de los totalitarismos dictatoriales. Comunismo más nacionalismo es justo lo opuesto a la concep­ción superior, articulada y aristocrática, de la nación.

Pero si es una fórmula de tal tipo la que atrae a los grupos “filo‑chinos" que querrían no ser marxistas, no se ve por qué ellos no se remiten más bien a la doctrina del nacionalsocialismo de ayer, en donde aquel binomio estaba ya presente en la formula: "FüIn‑er‑VoIk‑sgemeinshafi" (= guía+comunidad nacio­nal). Decimos "a la doctrina", porque en la práctica en el Tercer Reich siem­pre hicieron sentir su fuerza rectificadora elementos diferentes derivados del prusianismo y de la tradición del Segundo Reich. Y también allí se habría ha­llado muchísimo del "voluntarismo", otro elemento que definiría al maoísmo. No habría habido necesidad de esperar a Mao para la "concepción activa de la guerra” como "medio para afirmar y hacer triunfar la propia verdad", como si antes del advenimiento de los objetores de conciencia, de un hipócrita pacifis­mo y del crepúsculo del espíritu guerrero, y del honor militar, se hubiese pensa­do distinto en todas la grandes naciones occidentales. Pero habría que ver las cosas más de cerca y escuchar lo que dice el gran Mao textualmente: "Noso­tros luchamos contra las guerras injustas que obstaculizan el progreso, pero nosotros no estamos en contra de las guerras justas, es decir en contra de las guerras progresistas". No es necesario aclarar lo que signifique el "progreso" en tal contexto, es decir facilitar el advenimiento en cada país del marxismo y del comunismo. Por lo demás no se ve qué impida que también nosotros no sostengamos la “concepción activa de la guerra", de nuestra "guerra justa”, el que es hasta las últimas consecuencias contra la subversión mundial, dejando que los demás se desahoguen denunciando al “imperialismo", exaltando al “heroico Vietcong, al generoso castrismo y así sucesivamente: todas estupi­deces buenas sólo para cerebros que han padecido un "lavado" que les ha priva­do de cualquier capacidad de discernimiento.

He aquí otros elementos del mito maoista. El maoísmo consideraría al hom­bre como el artífice de la historia, se encuadraría en contra de la tecnocracia en la cual convergen tanto la URSS como los EEUU. La "revolución cultu­ral” sería positivamente nihilista, apuntaría a una renovación que parte del punto cero. Todas éstas no son sino palabras. En primer lugar no es al hombre que Mao se dirige propiamente, sino al "pueblo": "el pueblo, sólo el pueblo es la fuerza motriz, el creador de la historia universal" . El desprecio por la persona, por el sujeto, en el maoísmo no es menos violento que en la primera ideología soviética. Se sabe que en China Roja la esfera privada, la educación familiar, toda forma de vida en sí, los afectos y el mismo sexo (si es que no es reducido a su mínima expresión y a sus formas más primitivas) son puestos en el ostra­cismo. La integración (es decir la desintegración) del sujeto en lo "colectivo" fanatizado es la palabra de orden. La famosa revolución cultural es, propiamen­te, una revolución anticultural. La cultura en el sentido occidental y tradicional (pero también china tradicional: se recuerde el ideal confuciano del jen, que se podría bien traducir con humanitas, y del kiu‑tseun, u "hombre integral", opuesto al siaojen, u "hombre vulgar”), es decir corno una formación de sí que no sea una función colectiva, es rechazada.

Mao ha declarado que como punto de apoyo ha tomado la indigencia, la po­breza de las grandes masas, que es, dice, un factor positivo “porque la po­breza genera el deseo del cambio, el deseo de acción, el deseo de revolución"; es decir, se tiene como "una hoja de papel en blanco" en donde es posible es­cribir todo. También esto es banal, y nadie querrá confundir esta situación con un “punto cero" en sentido espiritual y positivo. Puede impactar al ingenuo lo que es propio de la faz inicial, activista, eufórica que el maoísmo como movi­miento revolucionario ha podido presentar, aunque en una no mayor medida de cualquier otro. Pero tal aspecto no constituye una solución positiva, no puede ser eternizada. Lo interesante no es el punto de partida, sino el fin, la direc­ción, el terminus ad quem. Ahora bien, son innumerables como precisas las declaraciones de Mao, el cual en la "construcción del socialismo" indica tal fin. Así pues, lejos de poder visualizar una revolución regeneradora, que contemplase sólo al "hombre", y que partiese del punto cero anticultural, en­contramos un movimiento sobre el cual desde el principio grava una pesada hipoteca, justamente la del marxismo. Ningún juego de magia puede cambiar esta situación de hecho, y corresponde luego a Mao decirnos cómo él concilie la idea de que el hombre (lo hemos ya visto: el sea el sujeto activo de la historia. determinante de la misma economía) con el dogma básico del marxismo, el materialismo histórico, exactamente lo opuesto.

Quien se sienta atraído por una revolución que parta verdaderamente de un punto cero, de un nihilismo respecto de todos los valores de la sociedad y de la cultura burguesa, demuestra ser un despistado si no conoce a otros en quienes inspirarse, fuera del gran Mao. ¡Cuando más válidos puntos de referencia po­dría ofrecerle, por ejemplo, las ideas sobre el "realismo heroico", formuladas por fuera de toda instrumentalización y desviación marxista. por Ernst Jünger ya en el período posterior a la Gran Guerra!

En cuanto al otro elemento del mito de los “filo‑chinos” a la postura antitecnocrática que se querría valorizar partiendo en forma aproximada de los conocidos análisis de Marcuse sobre las formas industriales más avanzadas, se trata de una ilusión. ¿Acaso Mao no tiende a industrializar a su País hasta asegurarse la bomba atómica y a imaginar todos lo medios necesarios para su “guerra justa” en el mundo, siguiendo la misma ruta por la cual Rusia comunista se ha encontrado fatalmente obligada a crear estructuras tecnológicas y tecnocráticas burguesas avanzadas? Aparte de una fanatización que no podrá ser mantenida como un estado permanente, haría falta saber si Mao, pudiese asegurar a la masa de sus secuaces y de su pueblo, la superación de sus miserables condiciones de vida e imitar las condicio­nes de vida propias de una “civilización del bienestar”, se produciría en China, un repudio de la “pútrida felicidad de las sociedades imperialistas”. Y si, herméticamente una especie de ascetismo pudiese ser sus­citado en toda una nación por valores del nivel de los que son propios del mar­xismo. La única conclusión a recabar es que nos hallaríamos frente a un grado casi inimaginable, pero peligrosísimo, de regresión y de bastardización de una porción de la humanidad. La completa incapacidad de concebir verdaderos valores en contra de los de la “civilización del bienestar" y de la “socie­dad del consumo” es, por lo demás, la característica de todos los llamados movimientos de “protesta” de nuestros días.

Sería fácil proseguir con observaciones de este tipo. Pero las desarrolladas hasta aquí indican que la infatuación filo‑china se basa en límites que, para quien sabe pensar hasta el fondo y para quien se remite justa­mente al librito‑evangelio de Mao, parecen privadas de fundamento. Aquellos que, aún no siendo marxistas o comunistas, están infatuados de maoísmo,

Demuestran, en verdad, algo muy distinto de una madurez intelectual, la natura­leza de su "contestación total” y de sus ostentosas vocaciones revolucionarias es más que sospechosa, si ellos no saben tomar sino tales puntos de referencia.

 

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