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Revuelta contra el Mundo Moderno (I Parte) . 6. El carácter primordial del patriciado

Revuelta contra el Mundo Moderno (I Parte) . 6. El carácter primordial del patriciado

Biblioteca Julius Evola.- La institución del patriciado es común a todos los pueblos de origen indo-europeo. Evola pasarevista a las diferentes tradiciones utilizando un material muy avariado aportado por los historiadores de las religiones y los antropólogos y deduca que en toda civlización de este tronco el "pater familias", es, no solamente el "jefe de la familia", sino especialmente y, sobre todo, el sacerdote del culto doméstico que asegura la presencia de los antepasados y la continuidas del linaje.

 

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DEL CARACTER PRIMORDIAL DEL PATRICIADO

Fue en la civilización indo‑aria donde estos principios encontraron una de sus aplicaciones más completas. En ella la casta brahamana se situaba en la cúspide de la jerarquía, no gracias a la fuerza material, ni a la riqueza, ni incluso a una organización correspondiente a la de una Iglesia, organización en la que, a diferencia de Occidente, jamás confió y nunca conoció. Solo el rito sacrificial, que es su privilegio, determinó la distancia que separaba a la casta brahamana de todas las demás. El rito y el sacrificio, invistiendo a aquel que los realiza de una especie de carga psíquica, a la vez temible y benéfica, hacen participar a los brahmana en la naturaleza de las potencias invocadas y esta cualidad, no solo persistirá durante toda la vida, unida a la persona y volviéndola directamente, como tal, superior, venerada y temida, sino que se trasmitirá a su descendencia. Transmitida en la sangre como una herencia trascendente, se convertirá en propiedad de la raza, propiedad que el rito de la iniciación servirá luego para volverla de nuevo activa y eficaz en el individuo([1]). La dignidad de una casta se medía tanto por la dificultad como por la utilidad de las funciones que le eran propias. En virtud de premisas ya indicadas, nada era considerado como más útil, en el mundo de la Tradición, que las influencias espirituales susceptibles de ser activadas por la virtud necesaria del rito([2]), y nada aparecía más difícil que entrar en relación real y regia con las fuerzas invisibles, prontas para aterrorizar al imprudente que las afronta sin poseer el conocimiento y sin tener las cualificaciones requeridas. Por este único motivo, en tanto que representaba una unidad inmaterial de individuos que no eran solo humanos, fue como, a pesar de su dispersión, la casta brahamana pudo, desde los tiempos más antiguos, imponer el respeto a las masas de la India, y conocer un prestigio que ningún tirano, entre los mejor armados, haya poseido jamás([3]).

Igualmente, tanto en China como en Grecia y Roma, el patriciado se definía esencialmente por la posesión y el ejercicio de los ritos ligados a la fuerza divina de los ancestros, ritos que el hombre vulgar no poseía. Solo los patricios, en China, practicaban los ritos vi‑li, los plebeyos no tenían más que costumbre, su. A la máxima extremo‑oriental: "los ritos no descienden hasta los vulgares"([4]) se corresponde con la máxima bien conocida de Appius Claudius: "Auspicia sunt patrum". Para caracterizar a los plebeyos se decía que no tenían ritos, que no poseían ancestros, gentem non habent. Es por ello que, a los ojos de los patricios romanos, su modo de vida y sus uniones eran consideradas como próximas a las de los animales, more ferarum. El elemento sobrenatural permanecía pues en la base del concepto del patriciado tradicional junto el de la realeza legítima: era en función de una tradición sagrada y no solo de una tradición de sangre y de una selección racial, que la aristocracia antigua existia en tanto que tal. En efecto, incluso un animal puede poseer una pureza biológico‑vital, una integridad de la sangre. En el régimen de las castas, la ley de la sangre, de la herencia y de la frontera endogámica no se aplicaba por otra parte solo al brahamana, sino también a las demás castas. En este sentido la plebe no se caracterizaba, en realidad, por la ausencia de ancestros; el verdadero principio de diferencia reposaba por el contrario en el hecho de que los ancestros del plebeyo y del siervo no eran "ancestros divinos" ‑divi parentes‑ como los de las familias patricias. La sangre no les transmitía ninguna cualidad de carácter trascendente, y ninguna "forma", confiada a una tradición ritual, rigurosa y secreta, sostenía su vida. Privados del "poder" gracias al cual la aristocracia podía celebrar directamente su culto particular, y ser así, al mismo tiempo, una clase sacerdotal (antiguo mundo clásico, antiguas razas nórdico‑germánicas, extremo‑orientales, etc...); extranjeros a esta iniciación o segundo nacimiento, que caracteriba al arya ‑el noble‑ y a propósito del cual el Manavadharmashastra([5]) no duda en afirmar que mientras no ha pasado por este renacimiento, el arya mismo no es superior al shudra; no purificados por uno de los tres fuegos celestes que eran, en Irán, como el alma oculta de las tres clases superiores del Imperio; desprovistos del elementos "solar" que, en el Perú antiguo, era la marca de la casta de los Incas, los plebeyos no se encontraban protegidos por ninguna barrera contra la promiscuidad. No tenían púes en propiedad ningún verdadero culto, al igual que en el sentido superior, no tenían padre patrem ciere non possunt([6]). Es por ello que su religión no podía tener más que un carácter colectivo y ctónico. En la India, el equivalente serán las formas frenético‑extáticas más o menos ligadas al sustrato de las fuerzas prearias. En las civilizaciones mediterráneas, será, tal como veremos, el "culto de las Madres" y de las fuerzas subterráneas, en oposición con las formas luminosas de la tradición heroica y olímpica. Los plebeyos eran llamados "hijos de la Tierra" en la Roma antigua, y tuvieron relaciones religiosas, sobre todo con las divinidades femeninas de la Tierra. En Extremo‑Oriente también, en la religión aristocrática oficial, se oponían las prácticas de aquellos que se llamaba a menudo "posesos" ‑ling‑pao‑ y los cultos populares del tipo mongolo‑chamanista.

La concepción sobrenatural de la aristocracia se encuentra igualmente en las antiguas tradiciones germánicas, no solo porque un jefe era, al mismo tiempo, el sacerdote de su gens y de su dominio, sino el hecho de poseer para el ancestro un ser divino; tal era la marca distintiva de las familias entre cuyos miembros, en el origen, se elegían los reyes. Es por ello que la dignidad real era de esencia diversa de la del jefe militar ‑dux, heretigo‑ elegido para empresas guerreras, en consideración a sus capacidades personales como individuo. Igualmente, los antiguos reyes noruegos se caracterizan por el hecho de que pueden, solo, sin la ayuda de una casta sacerdotal, celebrar los ritos([7]). Incluso entre las poblaciones llamadas primitivas, los no‑ iniciados han constituido los "bárbaros" de su sociedad, careciendo de todos los privilegios politicos y guerreros del clan. Antes de los ritos "destinados a cambiar íntimamente su naturaleza" y acompañándose a menudo de duras pruebas y de un período de aislamiento, los individuos no son siquiera considerados como hombres verdaderos, sino asimilados a las mujeres y a los niños, casi a los animales. Despierta a la nueva vida por medio de la iniciación, en un esquema ritual y máquico de muerte y renacimiento, y al cual corresponden un nuevo nombre, un nuevo lenguaje y nuevas atribuciones, una vida que "olvida la antigua", que se llega a formar parte del grupo de verdaderos hombres que dirigen a la comunidad, casi bajo la forma de participación en un "misterio" y de la pertenencia a una Orden([8]). Por ello, algunos autores como H. Schurtz, han querido ver en esto el germen de toda unidad propiamente política; punto de vista que concuerda efectivamente con lo que se ha dicho antes respecto al plano propio de todo Estado tradicional, diferente del correspondiente a cualquier unidad fundada sobre una base natural. Estos "grupos viriles" ‑Männerbünde‑ en los que se ingresa gracias a una regeneración verdadera que "vuelve verdaderamente hombre" y diferencia de todos los demás miembros de la comunidad, tienen en sus manos el poder, el imperium, y gozan de un prestigio incontestable([9]).

No ha sido sino en una época reciente cuando el concepto de aristocracia toma, como la realeza y todo lo demás, un carácter exclusivamente secular y "político". Se considera sobre todo la nobleza de la espada y de la corte, las cualidades de carácter y de raza, honor, valor y fidelidad. Luego aparecerá la concepción plebeya de la aristocracia, que niega incluso el derecho de la sangre y de la tradición.

Tal concepto incluye esencialmente también lo que fue llamado "aristocracia de la cultura" o de los "intelectuales", nacida al margen de la civilización burguesa. Algunos han bromeado a propósito de la respuesta del jefe de una gran casa patricia alemana, durante un censo efectuado bajo Federico el Grande: Anaphabet wegen des hohen Adels, y a propósito de la antigua concepción de los lores ingleses, considerados, tal como se ha dicho como "sabios de derecho, doctos, incluso aunque no supieran leer". La verdad, es que en el marco de una concepción jerárquica normal, no es nunca la "intelectualidad", sino solo la "espiritualidad", entendida como principio creador de diferencias ontológicas y existenciales precisas, quien sirve de base al tipo aristocrático y establece su derecho. La tradición en cuestión castas superiores, sino también a la del padre en el interior de la antigua familia noble. Más particularmente en las sociedades arias occidentales, en Grecia y Roma, el pater familias revestía en el origen un carácter similar al del rey sacerdotal. La palabra pater era, por su raiz, sinónimo de rey, según las palabras, rex; implicaba pues no solo la idea de la paternidad material, sino también de una autoridad espiritual de potencia, de una dignidad magestuosa([10]), no están desprovistos de base, los puntos de vista según los cuales el Estado sería una aplicación extendida del principio mismo que estuvo en el origen de la familia patricia. Por otra parte, el pater, si era jefe militar y señor de justicia para los miembros de su familia y para sus servidores, era sin embargo in primis et ante omnia, aquel a quien corresponde celebrar los ritos y los sacrificios tradicionales, propios a cada familia patricia y que constituían, como hemos dicho, su herencia no humana.

Esta herencia del ancestro divino o héroe del linaje tenía igualmente como soporte el fuego (los treinta fuegos de las treinta gentes en torno al fuego central de Vesta en la Roma antigua), que, alimentado por sustancias especiales, alumbraba según algunas reglas rituales secretas, debía arder perpetuamente en cada familia, casi como forma, viviente y sensible, de su herencia divina. El padre era precisamente el sacerdote viril del fuego sagrado familiar, aquel que, por sus hijos, sus padres y servidores, debía pues aparecer como un "héroe", como el mediador natural de toda relación eficaz con lo supra‑sensible, como el "vivificador" por excelencia de la fuerza mística del rito en la sustancia del fuego, del fuego que, como en el caso de Agni, era por otra parte considerado entre los indo‑arios como una encarnación del "orden", como el principio que "conduce los dioses hasta nosotros", el "primer‑nacido del orden", el "hijo de la fuerza"([11]), aquel que "nos conduce mas alto que este mundo, en el mundo de la acción justa"([12]). Manifestación de la componente "real" de su familia, en tanto que "señor de la lanza y del sacrificio", era sobre todo al padre al que incumbía el deber de no dejar "apagarse el fuego", es decir, reproducir, continuar y alimentar la victoria mística del ancestro([13]).

Es por esta razón que constituía realmente el centro de la familia y el rigor del derecho paterno tradicional emanaba como una consecuencia natural: subsistió incluso en situaciones en que la conciencia de su fundamento original estaba practicamente perdida. Aquel que, como el pater, tiene el jus quiritium ‑es decir, el derecho de la lanza y del sacrificio‑ posee también en Roma, la tierra, y su derecho es imprescriptible. Habla en nombre de los dioses y de la fuerza. Como los dioses, se expresa através del signo, con el símbolo. Es intangible. Contra el patricio, ministro de las divinidades, no existía originariamente, ningún recurso jurídico posible, nulla auctoritas. Al igual que el rey, hasta una época más reciente, no podía ser jurídicamente perseguido; si cometía una falta en su mundium, la curia solamente declaraba que había hecho mal, improbe factum. Su derecho sobre su familia era absoluto: jus vitae necisque. Su carácter supra‑humano hacía concebir como una cosa tan natural como fuera posible, vender e incluso matar a sus hijos, según su arbitrio([14]). A este espíritu correspondían las estructuras de lo que Vico llama justamente el "derecho natural heroico" o el "derecho divino de las gentes heroicas".

Por lo demás, en sus aspectos particulares, el antiguo derecho greco‑romano testimonia la primacía de la que se beneficia el rito, en tanto que componente "urania" de una tradición aristocrática, en relación a los otros elementos de esta misma tradición ligados a la naturaleza. Se ha podido decir, con juticia, que "lo que une a los miembros de la familia antigua es algo más potente que el nacimiento, el sentimiento y la fuerza física: es la religión del hogar y de los antepasados. Hace que la familia forme un cuerpo en esta vida y en la otra. La familia antigua es una asociación religiosa más que una asociación de naturaleza"([15]). Así el rito común consituía el verdadero cimiento de la unidad familiar y a menudo también de la gens. Si un extranjero era admitido en este rito, se convertía en un hijo adoptivo, gozando de los privilegios aristocráticos de los que se encontraba privados el hijo ejectivo que hubiera abandonad la familia, lo que significaba evidentemente que, según la concepción tradicional, era el rito, más que la sangre, quien unía y separaba. Antes de ser unido a su esposo, en la India, en Grecia y en Roma, una mujer debía unirse místicamente a la familiaa o gens del hombre, en medio del rito([16]); la esposa, antes de ser la del hombre, era la esposa de Agni, del fuego místico([17]). Los "clientes" admitidos en el culto propio de un linaje patricio se beneficiaban por este mero hecho de una participación mística ennoblecedora, que, a los ojos de todos, les confería ciertos privilegios de este linage, pero, al mismo tiempo, los unía hereditariamente a él([18]). Por extensión, esto permite comprender el aspecto sagrado del principio feudal tal como se manifiesta ya en el antiguo Egipto, porque fue gracias al místico "don de vida" concedido por el rey, como se formó entorno suyo una clase de "fieles" educados en la dignidad sacerdotal([19]). Ideas análogas se aplicaron a la casta de los Incas, los "hijos del Sol", en el Perú antiguo, y en cierta medida, en la nobleza japonesa.

En la India, según una concepción que es preciso referir a la doctrina "sacrificial" en general, ‑más adelante ampliaremos esta explicación‑ existe la idea de un linaje familiar de descendencia masculina (primogenitura) que se relaciona con el problema de la inmortalidad. El primer‑nacido ‑el único que tiene el derecho de invocar a Indra, el dios guerrero del cielo‑ es considerado como aquel cuyo nacimiento permite al padre cancelar su deuda hacia los ancestros pues se dice que el primer nacido "libera" o "salva" a los ancestros en el otro mundo: de este puesto de combate que es la existencia terrestre, confirma y continúa la línea de esta influencia que constituye su substancia, y que actúa por y en las vías de la sangre como un fuego purificador. Muy significativo es la idea según la cual el primer‑nacido es engendrado en vistas de la realización del "deber", es decir de esta obligación ritual, pura de toda mezcla con los sentimientos y los lazos terrestres, "mientras que los sabios consideran que los demás hijos no son engendrados más que por el amor"([20]).

Sobre esta base, no se excluye que, en algunos casos, la familia desciende, por adaptación, de un tipo superior de unidad, puramente espiritual, propia de tiempos mas antiguos. Se dice, por ejemplo, en Lao‑Tsé([21]) que la familia nació al producirse la extinción de una relación de participación directa, a través de la sangre, con el principio espiritual original. La misma idea se encuentra por otra parte, de forma residual en la prioridad, reconocida por más de una tradición, de la paternidad espiritual sobre la paternidad natural, del "segundo nacimiento" en relación al nacimiento mortal. En el mundo romano, se podría también aludir al aspecto interior de la dignidad conferida a la adopción, comprendida en tanto que filiación inmaterial y sobrenatural, situada bajo el signo de divinidades netamente olímpicas, y que, a partir de un cierto período, es igualmente elegida como un medio para asegurar la continuidad de la función imperial([22]). Para nosotros considerando al texto indicado antes, citaremos este fragmento: "Cuando un padre y una madre, se unen por amor y dan vida a un hijo, no deben considerar este nacimiento como algo más que un hecho humano, porque el hijo se forma en la matriz. Pero la vida que le comunica el maestro espiritual (...) es la verdadera vida, que no está sujera ni a la vejez, ni a la muerte"([23]). De esta forma, no solo las relaciones naturales pasan al segundo plano, sino que pueden incluso invertirse: se reconoce, en efecto, que el brahmana, autor del nacimiento espiritual, "es, según la ley, incluso si no es más que un niño, el verdadero padre del hombre adulto" y que el iniciado puede considerar a sus padres como niños, "por que la sabiduría le da sobre ellos la autoridad de un padre"([24]). Allí donde, sobre el plano jurídico‑social, la ley de la patria potestas fue absoluta y casi no humana, debe pensarse que tuvo este carácter por poseer o haber poseido, precisamente una justificación de este tipo en el orden de una paternidad espiritual, igualmente vinculada a relaciones de sangre, casi como aspecto "alma" y aspecto "cuerpo" en el conjunto del ámbito familiar. No nos detendremos sobre este punto: conviene sin embargo indicar que un conjunto de creencias antiguas, concerniendo, por ejemplo, a una especie de contagio psíquico en virtud del cual la falta de un miembro de la familia cae sobre la familia entera, o bien a la posibilidad de rescatar a un miembro por otro, o de ajustar una venganza por otra, etc., evidencia, igualmente, la idea de una unidad que no es simplemente la de la sangre, sino también de orden psico‑espiritual.

A través de estos múltiples aspectos, se confirma siempre la idea según la cual las instituciones tradicionales eran instituciones "de lo alto", fundadas, no sobre la naturaleza, sino sobre una herencia sagrada y sobre acciones espirituales que ligan, liberan y "forman" la naturaleza. En lo divino la sangre, en lo divino la familia. Estado, comunidad, familia, afecciones burguesas, deberes en el sentido moderno ‑es decir exlclusivamente laico, humano y social‑ son "construcciones", cosas que no existen, que se encuentran fuera de la realidad tradicional, en el mundo de las sombras. La luz de la Tradición no conoce nada de todo esto.

 



([1])El brâhamana, comparado al sol, está frecuentemente concebido como susbstanciado por una energía o esplendor radiante ‑tejas‑ que atrae "como una llama", por medio del "conocimiento espiritual" de su fuerza vital. Cf. Shapathabrâhmana, XIII, ii, 6; Pârikohita, II, 4.

([2])En la tradición extremo‑oriental, el tipo de verdadero jefe se relaciona siempre con aquel al cual "nada es más evidente que las cosas ocultas en el secreto del conocimiento, nada es más manifiesto que las causas más sutiles de las acciones", pero también las "vastas y profundas potencias del cielo y de la tierra" aunque "sutiles e imperceptibles, se manifiestan en las formas corporales de los seres" (cf. Tshung‑yung, I, 3; XVI, I, 5).

([3])Cf. C. BOUGLE, Essai sur le régime des castes, París, 1908, pag. 48‑50, 80‑81, 173, 191. Sobre el fundamento de la autoridad de los brâhamana, cf. Mânavadharmashastra, IX, 314‑317.

([4])Li‑ki, I, 53. Cf. MASPERO, Chine ant., pag. 108: "En China, la religión pertenece a los patricios, más que cualquier cosa es un bien propio para ellos; solamente ellos tienen derecho al culto, incluso de forma más amplia, a los sacra, gracias a la virtud ‑‑ de sus ancestros, mientras que la plebe sin ancestros carece de derecha: solo ellos estaban en relación personal con los dioses".

([5])Mânavadharmashastra, II, 172; cf. II, 157‑8; II, 103; II, 39.

([6])En el génesis mítico de las castas, dado por los Brâhmana, mientras que ninguna de las tres castas superiores corresponde a una clase determinada de divinidades, no ocurre lo mismo con la casta de los shudra, que no tienen en propiedad a ningún dios a quien referirse y sacrificar (cf. A. WEBER, Indische Studien, Leipzig, 1868, v. X, pag. 8) como tampoco podían emplear fórmulas de consagración ‑mantra‑ para sus bodas (ibid., pag. 21).

([7])Cf. GOLTHER, gERMAN. mYTHOL., OP. CIT., PAG. 610‑619.

([8])Cf. H. WEBSTER, Primitive Secret Societies, trad. ital. Bolonia, 1921, passim y pag. 22‑24, 51.

([9])Cf. A. VAN GENNEP, Les rites de passage, París, 1909. A propósito de la virilidad en sentido eminente, no naturalista, se puede aludir a la palabra latina vir opuesta a homo. G. B. VICO (Principi di una scienza nuova, 1725, III, 41) había ya señalado que esta palabra implicaba una dignidad especial por al designar no solo al hombre frente a la mujer en las uniones patricias y los nobles, sino también a los magistrados (duumviri, decemviri), los sacerdotes (quindicemviri, vigintiviri) ,los jueces (centemviri), "aunque con esta palabra vir se expresase la sabiduría, el sacerdocio, y el reino, así como se ha mostrado anteriormente, no fueron más que una sola y misma cosa en la persona de los primeros padres en el estado de las familias".

([10])Cf. F. FUNCK‑BRENTANO, La famiglia fa lo stato, trad. ital. Roma, 1909, pag. 4‑5.

([11])Cf. Rg‑Veda, I, 7‑8; I, 13, 1; X, 5, 7; VII, 3, 8.

([12])Atharva‑Veda, VI, 120. La expresión se refiere al Agni gârhapatya que, de los tres fuegos sagrados, es precisamente el del pater o dueño de la casa.

([13])Cf. Mânavadharmashastra, II, 231. "El padre es el fuego sagrado perpetuamente conservado por el Dueño de la casa". Alimentar sin cesar el fuego sagrado es el deber de los dvija, es decir de los "re‑nacidos" que constituyen las castas superiores (ibid, II, 108). No es posible desarrollar ahora estas notas relativas al culto tradicional del fuego del cual consideramos aquí uno de los aspectos. Las consideraciones que serán desarrolladas más adelante harán comprender la parte que el hombre y la mujer tenían respectivamente en el culto del fuego, tanto en la familia como en la ciudad.

([14])Algunas de estas frmulaciones se deben a M. MICHELET, Histoire de la République Romaine, París, 1843, vol. I, pag. 138, 144‑146. Por lo demás, incluso en las tradiciones más recientes de origen ario, se encuentran elementos parecidos. Los Lores ingleses eran originariamente considerados casi como semi‑dioses y como iguales al rey. Según una ley de Eduardo VI tienen incluso el privilegio del simple homicidio.

([15])Fustel de COULANGES, Cit. Ant., pag. 40; cf. pag. 105.

([16])En Roma existían dos tipos de matrimonio, no sin relación con la componente ctónica y uránica de esta civilización: el primer es un casamiento profano, por usus, a título de simple propiedad de la mujer que pasa in manum viri; el segundo es ritual y sagrado, por confrarreatio, considerado como un sacramento, como una unión sagrada, ieros gamos (DIONISIO DE HALICARNASO, II, 25, 4‑5). A ete respecto, cf. A. PIGANIOL, Essai sur les origines de Rome, París, 1917, pag. 164, quien sostiene, sin embargo, la idea errónea, según la cual el matrimonio de tipo ritual sería de carácter más sacerdotal que aristocrático, idea debida a su interpretación más bien materialista y exclusivamente guerrera del patriciado tradicional. El equivalente helénico de la conferreatio es el eggineois (Cf. ISAIOS, Pyrrh., pag. 76, 79) y el elemento sagrado consistente en el ágape, fue considerado como en tal medida fundamental que en su ausencia, la validez del matrimonio podía ser cuestionada. (17) Cf. Rg‑Veda, X, 85, 40.

([17])Cf. Tg-Veda, X, 85, 40

([18])Cf. Fustel de COULANGES, Cit. Anmt., pag. 41.

([19])Cf. A. MORET, Royaut. Phar., pag. 206.

([20])Mânavadharmashastra, Ix, 166‑7, 126, 138‑9.

([21])LAO‑TSE, Tao‑te‑king, XVIII.

([22])Cf. J. J. BACHOFFEN, Die sage von Tanaquil, Basilea, 1870,; introd.

([23])Mânavadharmashastra, II, 147‑148.

([24])Ibid., II, 150‑153.

 

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