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Sobre la Masonería (02). Del esoterismo a la subversión masónica. Julius Evola

Sobre la Masonería (02). Del esoterismo a la subversión masónica. Julius Evola

Biblioteca Julius Evola.- El segundo artículo que traemos a continuación extraído de la recopiración "Escritos sobre la francmasonería", fue publicado, tal como se reseña en el texto, enla revista mensual Vita Italiana y seguía al que aun no hemos publicado en esta Biblioteca sobre "La Sociedad de Naciones como super-Estado masónico". Se trata de un artículo en la que Evola resume lo esencial de su posición sobre la masonería que ha había anticipado en los últimos capítulos de "El Misterio del Grial", unidos bajo el rótulo general de "La herencia del Grial" y uno de cuyos parágrafos estaba destinado a analizar las relaciones entre el Grial y la masonería.

 

DEL ESOTERISMO A LA SUBVERSIÓN MASÓNICA

Nuestro artículo sobre la Sociedad de Naciones como super-Estado masónico, aparecido en el nº de febrero de Vita Italiana, ha provocado en algunas reacciones de las que será bueno hablar, pues la respuesta que es preciso facilitar a este respecto puede interesar a los que se preocupan seriamente del problema masónico.

Para resaltar la importancia de esta pregunta y justificar a todos los efectos la actitud antimasónica, es preciso abordar algunos puntos que habitualmente suelen ignorar o minusvalorar los adversarios políticos y militantes de la masonería. Es cierto que para las tareas inmediatas de la acción, estos puntos no se imponen directamente, y no es tampoco necesario estudiar, histórica y doctrinalmente, la esencia de la masonería bajo su forma actual para tomar posición a este respecto. Sin embargo, nadie negará que una actitud tiene todo a ganar mostrándose sólida no sólo sobre el plano práctico, sino también sobre el plano doctrinal, especialmente si se piensa en los que les gusta insistir sobre el aspecto puramente político de algunas actitudes para poder encerrarlas en un dominio contingente e irracional, así como entregarse a reclamaciones en nombre de un ideal que se presume injustamente lesionado.

Precisamente, las precisiones que nos han sido hechas son útiles para profundizar el problema masónico en esta dirección. Son precisiones que muestran a la vez sorpresa y reproche, hasta el punto de que podrían casi resumirse en un: “Tu quoque?”. «Cuantos espíritus partisanos, naionalistas a ultranza y jesuitas se desencadenas contra la masonería», nos escribe textualmente la persona en cuestión, « no tiene nada extraño: sic sunt tempora. Pero es extraño que se alinee en el mismo campo una persona que, como usted, pretende siempre referirse a puntos de vista superiores; quien ha escritos cosas excelentes sobre el hermetismo, sobre las antiguas tradiciones iniciáticas y sobre el simbolismo; una persona, en fin, cuyas simpatías por la religión dominante no deben ser delirantes, ya que usted es el autor de un libro sobre un imperialismo no precisamente cristiano y el defensor de una interpretación de la Edad Media donde un alto valor es atribuida al gibelinismo, a los Templarios y a otras corrientes análogas».

Tras lo que nuestros corresponsal añade: «¿Debo verdaderamente admitir que usted ignora todo lo que la masonería posee y conserva de tradicionaes y símbolos iniciáticos, sobre todo en el Rito Escocés? Debo creer verdaderamente que los nombres de tantos grados masónicos se han elegido por azar: Chaballero Solar, Sublime Príncipe del Real Secreto, Soberano Príncipe Rosa Cruz, Dignatarios del Sacro Imperio Romano(1), le son desconocidas o no evocan para usted una a una las ideas espirituales y tradicionales que usted tanto aprecia? En el caso de una persona que se aprecia, una manifestación oportunista es siempre penosa. ¿Puede usteddecirme lo que debo pensar cuando usted exponga en las columnas de la Vita Italiana los lugares habituales comunes de la conspiración masónica y sobre la masonería como criatura demoníaca, liberal, judía, etc, etc, dejando todo lo demás al margen».

Nos ha parecido oportuno citar textualmente los reproches que se nos ha formulado, caracterizados tanto por la sinceridad como por la ligereza de nuestro corresponsal. Sin esperar más le diremos lo siguiente: desearíamos que conociera también la realidad de la masonería tal como nosotros la conocemos, aun sin haber sido jamás miembro de la masonería, que conociera las superestructuras simbólicas y todo lo demás sobre lo que usted ha querido atraer nuestra atención. Pues en este caso podría darse perfectamente cuenta de la coherencia de nuestra actitud y comprender que nuestras actitudes políticas no son oportunistas, sino la consecuencia directa de lo que pensamos y profesamos, teórica y doctrinalmente hablando, fuera de toda contingencia ligada a la época.

Dirigiéndonos ahora a los lectores en general, debemos rogarles que nos sigan en una serie de consideraciones que quizás no les serán familiares, porque los elementos en cuestión se refieren esencialmente al aspecto subterráneo ‑si es que puede llamarse así‑ de la historia y porque por primera vez quizás estos lectores serán situados ante los ideales de una espiritualidad que no debe ser juzgada solamente desde el punto de vista de la religión occidental. Esto es necesario, pues no se puede profundizar una cuestión, como la que hemos suscitado, sin referirse a los inicios. Y estos son anteriores al mundo moderno y a las ideas que le son familiares.

No queremos ciertamente abordar el problema de los orígenes históricos de la masonería, problema, por lo demás, complicado, si no fuera necesario empezar precisando lo que se entiende por masonería: a saber, la asociación semisecreta y militantes aparecida en los tiempos modernos, o bien los antecedentes que esta organización ciertamente ha tenido y que presentan un carácter muy diferente. Nuestro objetivo nos obliga a detenernos ante todo en la masonería entendida en el primer sentido, la cual fue verosímilmente organizada (primero en Inglaterra, luego en Francia) entre fines del siglo XVII y la primera mitad del siglo XVIII, es decir en una época inmediatamente posterior a la que registró la aparición de un movimiento muy enigmático que dio mucho que hablar en Europa –el movimiento Rosa Cruz‑ cuando dejó de manifestarse sobre el plano sensible (2).

Bajo esta forma y en todas sus expresiones prácticas, la masonería ha estado estrechamente relacionada con la filosofía de las Luces, el enciclopedismo, el racionalismo y, en general, a todo el fermento ideológico que precede por poco a la Revolución Francesa. El hecho de que la masonería, política y doctrinalmente, haya permanecido fiel hasta hoy a esta ideología, es algo que nadie puede seriamente contestar; las declaraciones más más explícitas hechas por los representantes más autorizados y más oficiales de la masonería, no pueden confirmar más que esta opinión. Los «Inmortales Principios» permanecen, en lo esencial, como credo másónico. Estos principios son empleados para una acción revolucionaria global y para una lucha contra todo principio de autoridad, sea en el terreno político, sea en el político-espiritual (como la Iglesia). En nuestro artículo precedente que ha sido «incriminado», no hemos inventado nada, sino simplemente nos hemos limitado a resumir el informe oficial de un congreso internacional masónico, y la persistencia de la misma actitud, con la defensa tenaz y militantes de los principios de la democracia, del libre pensamiento y de la antijerarquía, han aparecido claramente.

Pero existe también en la masonería un orden jerárquico interno, no menos que una tradición simbólica y ritual, que parecen abiertamente opuestos a tales actitudes y que parecen remitir a doctrinas o a corrientes anteriores a la forma actual de la masonería y de un carácter espiritual indiscutible. A este respecto, nuestra crítica es razonable. Precisar la naturaleza de estas corrientes bajo el ángulo de la exactitud histórica no es una tarea fácil ; puede decirse, por regla general, que lo que figura en esta parte extrapolítica de la masonería se refiere en primer lugar a elementos reosacrucianos e incluso quizás templarios; en segundo lugar a elementos paganos y herméticos (refiriéndose a los antiguos misterios egipcios y al simbolismo alquímico de las transmutaciones); en tercer lugar a elementos hebraicos. Pero esta última componente hebraica deriva de doctrinas metafísicas, como las de la Kabbale y del Zohar, y no tiene nada que ver con lo que debía ser más tarde la influencia judaica con ocasión de la convergencia internacional masónica y de la internacional judía. Se podría, eventualmente, conceder que el carácter sincrétido de este conjuntom no concierne mas que a las apariencias: en efecto, en razón de su naturaleza misma, las enseñanzas de escuelas de este género remiten siempre a una fundamental unidad de doctrina y de intención. Pero no se trata ahora de insistir en este punto.

La cuestión esencial es más bien esta: ¿existe una relación –y si existe cuál es‑ entre esta doctrina y la tendencia política y revolucionaria de la masonería moderna?

Algunos han abordado la cuestión y han incluso propuesto una solución que, en nuestra opinión, revela más, sin embargo, sobre la prevención que de una estudio correcto del sujeto y de un conocimiento directo de lo cual se trata. Asi puede hablarse de una especie de tradición perenne de naturaleza más o menos luciferina y anticristiana recorriendo a través de toda la historia: una tradición de eterna revuelta, de eterno «rebelismo», como diría nuestro amigo Cavallucci, que habría tomado tal o cual forma, manifestándose primeramente como herejía, revuelta espiritual, como el trabajo subterráneo y maldito de las sectas y de escuelas ocultas, luego como fermento revolucionario propiamente dicho, subversión política, conspiración internacional contra cualquier forma de autoridad y de tradición. De donde deriva la relación con la masonería contemporánea, con su acción desagregadota y su feroz anticatolicismo.

Tal presentación del problema, a primera vista atrayente en razón de su simplicidad, no se muestra sin embargo convincente, y esto por distintas razones. No señalaremos aquí más que dos. Primeramente, si se admite que los antecedentes de la masonería son los indicados antes, nos encontramos entonces que se remite a tradiciones efectivamente anteriores al cristianismo y que no pueden ser, por tanto, definidas como anticristianas o anticatólicas en lo que respecta a su contenido específico y positivo. En segundo lugar, estas tradiciones tuvieron siempre, en su origen, un carácter aristocrático: la iniciación y los misterios fueron originariamente un privilegio de las antiguas castas reales y sacerdotales; constituyeron en Egipto el fundamento mismo de la realeza solar, mientras que en la India definieron la esencia de las casta «arias» dominadoras, concebidas como divinas en oposición a las castas “demoníacas” de los pueblos sometidos, y así sucesivamente. Mas tarde, en fin, corrientes gibelinas presentando aspectos esotéricos lucharon contra la autoridad de la Iglesia, ciertamente, pero no en función de la negación revolucionaria de toda autoridad en general, sino que admitían y veneraban como autoridad suprema la del emperador de derecho divino, a menudo considerado como representante de la religión superior, real y sacerdotal, de Melkisedek. Y hasta los Rosa Cruces, que hasta el siglo XVIII, los mitos del Regnum y de un místico Imperator Romanus no dejaron a animar a estas corrientes. No se podría en consecuencia reunir todo esto bajo un común denominador revolucionario y antijerárquico; en cuanto a la tradición «luciferina» generadora de la masonería, se trata de algo completamente fantasmal.

¿Entonces? ¿Es preciso pensar que la relación entre los antecedentes indicados a los que la masonería ritual toma prestados muchas cosas y la organización masónica revolucionaria, no es una relación de continuidad o de filiación, sino más bien una forma de inversión corruptora y, podríamos añadir incluso, prevaricadora?

Expliquémonos partiendo de una premisa muy precisa. Aquel que observa con una mirada aguda la historia de la civilización, llega a constatar la existencia de una tradición de espiritualidad que no puede ser desviada a la espiritualidad cristiana que ha existido antes de esta religión y que, luego, solamente en razón de circunstancias particulares, todo en ocasiones un aspecto anticatólico. Nos hemos contentado con decir « que no puede ser desviada», en tanto que es «diferente», y nos guardaremos mucho de abordar aquí la cuestión de saber si se trata de una relación de superioridad o de inferoridad. El principio de esta tradición, es que el hombre puede liberarse por sí mismo del lazo de la naturaleza mortal y elevarse hasta la iluminación espiritual (4); que puede acceder en el terreno del espíritu a la misma dignidad que la de un jefe y de un señor libre sobre esta tierra; que existe un Regnum invisible del que forman parte todos los portadores de esta espiritualidad, sea la nación donde han nacido y donde viven; que la suprema autoridad debe proceder de este Regnum y de sus eventuales y más o menos perfectas manifestaciones. En la medida en que la religión cristiana afirma esencialmente la condición de la gracia y de la redención; sitúa al hombre, incluso santo, en una relación infranqueable de subordinación en relación a un Dios personal; afirma, como suprema, la autoridad de la Iglesia, que es la autoridad del clero, no de los seres «divinos», sino de los mediadores de lo divino; en esta medida hay una diferencia efectiva entre las dos tradiciones, diferencia que, en ciertas circunstancias, puede fácilmente degenerar en un antagonismo brutal.

Mientras que el catolicismo permaneció en la historia más o menos idéntico a sí mismo tras el período de su formulación dogmática y jerárquica definitiva, la otra tradición, al menos en el plano exterior e histórico, ha terminado por dispersarse en diversos movimientos y sectas, mientras que los contenidos e ideales de esta tradición fueron completamente pervertidos y sus doctrinas, incomprendidas, terminaron transformándose en peligrosos intrumentos de fuerzas verdaderamente oscuras, que debían adaptarlas de manera falseada y, fundamentalmente, no para crear una réplica de la Iglesia, en el nombre de otro ideal igualmente espiritual, sino para atacar el principio mismo de la autoridad espiritual en el nombre de una revuelta de lo humano como simple individuo o como comunidad laica.

Habría mucho que decir sobre este tema pero debemos contentarnos aquí con una breve alusión. Subrayaremos pues que con la Reforma ya se está ante una situación de este tipo. Mientras que los emperadores gibelinos luchaban contra la Iglesia porque reivindicaban para su función una dignidad suprema y sobrenatural, en sus sucesores, los Príncipes alemanes, no permanece esta actitud más que en su aspecto negativo y polémico, a saber como “pasión antiromana”, que desde entonces procede únicamente de su voluntad de asegurarse una autonomía y una libertad que ningún príncipe superior justificaban. Es por ello que estos Principios no dudaron en sostener y abrazar la herejía de Lucero. Por lo demás, esta precisión no nos aleja ni un poco de nuestro tema: pues se sabe que, bajo su forma actual, la masonería esta igualmente ligada a la internacional protestante de origen calvinista y puritano y que extrae de esta conexión uno de los elementos de su actitud anticatólica.

En un estadio involufi más avanzado, no se dudará en utilizar instrumentos aún más bajos, y es así que el libre pensamiento, las Luces, el racionalismo y todo el bagaje de mitos de la ideología laica y “moderna” se convertirán en los caballos de baalla del combate contra la Iglesia.

En esta etapa tiene lugar la recuperación «inferiorizante», corruptora y casi demoníaca de algunos principios. El equívoco ligado al término « luces” es ya muy significativo. Originalmente, este término se refería de forma exclusiva a la iluminación espiritual suprarracional y a la doctrina que le corresponde, doctrina profesada por algunas escuelas no teniendo, inicialmente, verdadera finalidad politica. Pero luego, tras la interferencia de los «Illuminés de Baviera» con ciertas ramas de la masonería, el término se convirtió en sinónimo de racionalismo, es decir, precisamente de lo opuesto, y el racionalismo, a su vez, se hizo el órgano de una crítica corrosiva de toda enseñanza espiritual, de todo saber de origen trascendente, de toda fe.

Lo mismo, exactamente, se verifica con el individualismo, el liberalismo y la democracia. Mientras que en la India aria y en la Grecia antigua, «libre» implicaba esencialmente al «ser que había despertado», el hombre que ha superado su naturaleza humana mortal; mientras que en el hermetismo la «raza inmortal y autónoma de los sin-rey» designaba a los que, según la enselanza de la tradición, habían «realizado» la eternidad; mientras que hasta la Edad Media –y es preciso ver aquí la última forma de una concepción original espiritual‑ solo era «libre» el noble, «libre señor», Freiherr, el antiguo patriciado, la alta nobleza podían solo aspirar a la igualdad de los «pares»; vemos claramente mediante qué verdadera profanación, realizada mediante el desplazamiento a un lano bajamente humano, laico y temporal todo esto se encuentra deformado en los «Immortales principios» del liberalismo y de la democracia, y como esta perversión debía estar en el principio de toda revuelta. Como también el derecho aristocrático se invirtió en la usurparación democrática, formando el rechazo, en individuos tanto como en las masas, de toda especie de autoridad y de diferencia. Paralelamente a todo esto, incluso el viejo ideal supranacional del Regnum debía secularizarse y corromperse, para terminar al nivel de la  Internationale democrática, y aparecer hasta en las perspectivs últimas de los planes de la subversión mundial, tal como se expresaon en la arte de verdad que poseen escritos del género, por ejemplo, de los famosos Protocolos de los Ancianos Sabios de Sión.

Es así que puede llegar a comprenderse sin duda la forma actual y militante de la masonería, y cada cual podrá extraer, del conjunto de nuestras breves consideraciones, las deducciones particulares que más le interesen. Es precisamente por ello por lo que consideraciones que la masonería posee aún una herencia tradicional –que revela, en ella misma, otro nivel completamente diferente – que permite suponer que es uno de los «cuerpos» en los cuales influencias mucho más subterráneas de lo que imagina la política política, han actuado de una forma siniestramente destructora y, digamos, demoníaca. Esto, naturalmente, si se admite la existencia de tal continuidad entre las antiguas tradiciones iniciáticas o histéricas y la masonería moderna. La otra hipótesis enuncia que la masonería ha utilizado, más o menos abusivamente, mitos y símbolos procedentes de las fuentes más dispares, sin la menor filiación regular y legítima. No vamos ahora a aclarar este último punto: pero es cierto que, si desde el principio, la organización masónica hubiera sido dirigida por jefes tradicionalmente cualificados (en el sentido de las doctrinas mencionadas antes), jamás hubiera podido terminar como terminó, y no desde hace poco, sino desde poco antes de la misma Revolución Francesa. Parece pues verosímil que se pueda hablar de decadencia en el caso de la masonería y cual fue siempre, más o menos, lo que debería convertirse de forma cada vez más explícita luego. Parece también que no haya existido ninguna relación con los “superiores desconocidos» de los que se hablaba tanto en las logias, antes de caer, esto también en una ridícula engañifa (las tradiciones quieren que estos «superiores», como los últimos Rosa Cruces desde un siglo y medio antes, ya habían abandonado definitivamente Europa para retirarse, según cierto simbolismo, allí donde también, según otras leyendas, se retiraron los últimos caballeros del Grial ... ).

Algo es seguro: lo «invisible» juega en la masonería como en la revolución mundial, un papel importante, pero es un «invisible» en el sentido propiamente «infernal» del término, que tenemos el deber de combatir sin tregua en el nombre del espíritu, antes mismo de hacerlo, también, en nombre de una adhesión política, de una confesión religiosa o de un juramento de partido.

 

 

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