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El fascismo visto desde la derecha (VI) PARTIDO Y "ORDEN"

El fascismo visto desde la derecha (VI) PARTIDO Y "ORDEN"

Biblioteca Evoliana.- El capítulo VI de "El Fascismo visto desde la Derecha" aborda la principal contradicción entre la doctrina fascista y el concepto tradicional del Estado: la existencia de un partido. El pensamiento politico tradicional rechaza la idea de "partido" y mucho más la de "partido único" en el que ve una contradicción en sí mismo. A pesar de que en el fascismo italiano el partido se situaba por debajo del Estado (no así en el caso alemán), la idea que Evola contrapone a la de "partido único" es la de "Orden", élite encuadrada que agrupa a hombres diferenciados.

 

CAPITULO VI

PARTIDO Y "ORDEN"

 

Tras este paréntesis concerniente a las contingencias históricas, volvemos al examen estructural del régimen fascista. Si no pensamos pues, desde nuestro punto de vista, que la "Diarquía" representase en principio un absurdo, es preciso subrayar por el contrario una situación dual más general en el conjunto de las estructuras y a este respecto nuestro juicio debe ser diferente. En efecto, por su naturaleza misma, un movimiento revolucionario de Derecha tras una primera fase, debe tender al restablecimiento de la normalidad y de la unidad sobre un plano nuevo, por medio de procedimientos de integración adaptados.

es preciso pues revelar en primer lugar el carácter híbrido de la idea del "partido único" en la medida en que toma en el nuevo Estado el carácter de una institución permanente. A este respecto, es preciso separar la exigencia positiva que se encontraba en el origen de esta idea e indicar en que marco más adecuado habría debido actuar, tras la conquista del poder.

El Estado auténtico ‑apenas es necesario decirlo‑ no admite el poder de los partidos propio de  los regímenes democráticos y la reforma parlamentaria, de la que hablaremos más adelante, representa sin ninguna duda uno de los aspectos más positivos del fascismo. Pero la concepción de un "partido único" es absurda; perteneciendo exclusivamente al mundo de la democracia parlamentaria, la idea de "partido" no podía ser conservada más que de manera irracional en un régimen opuesto a todo lo que es democrático. Decir "partido" de otro lado, quería decir "parte" y el concepto de partido implica el de una multiplicidad, si bien el partido único sería la parte deseosa de convertirse en todo, en otros términos, la facción que elimina a las otras sin por tanto cambiar de naturaleza y elevarsea un plano superior, precisamente por que continúa considerándose como partido. En la Italia de ayer el partido fascista en la medida en que se da un carácter institucional y permanece, representa en consecuencia una especie de Estado dentro del Estado, o un doble del Estado, con su milicia, sus responsables federales, el gran Consejo y todo lo demás en detrimento de un sistema verdaderamente orgánico y monolítico.

En la fase de conquista del poder, un partido puede tener una importancia fundamental como centro cristalizador de un movimiento, como organizador y guía de este movimiento. Tras esta fase su mantenimiento como tal más allá de un cierto período es absurda. Esto no debe ser comprendido bajo la forma de una "normalización", en el sentido inferior del término, con una caida de la tensión política y espiritual. La exigencia "revolucionaria" y renovadora del fascismo poseía incluso como tarea una acción global permanente, adaptada y, en un sentido, capilar en la sustancia de la nación. Pero entonces es bajo otra forma que las fuerzas válidas de un partido deben mantenerse, no dispersarse, permanecer activas: insertándose en las jerarquías normales y decisorias del Estado, remodelándolas eventualmente, ocupando los puestos clave y constituyendo, además una especie de guardia armada del Estado, una élite portadora de la Idea en un grado eminente. En este caso, será necesario hablar, más que de un "partido", de una especie de "Orden". Tal es  la función misma de la nobleza en tanto que clase política que ostentó el poder en otros tiempos, hasta un período relativamente reciente en los Estados de la Europa Central.

El fascismo, por el contrario, quiso mantenerse en tanto que "partido" si bien lo que se tuvo, como  hemos dicho, fue una especie de desdoblamiento de las articulaciones estáticas y políticas en superestructuras que sostuvieron y controlaron un edificio privado de estabilidad, en lugar de una síntesis orgánica y de una simbiosis: por que el foso no estaba funcionalmente superado por el simple hecho que se declaraba, por ejemplo, que el "partido" y la milicia fascista deberían estar "al servicio de la nación". Esto no puede ser considerado como elemento válido del sistema fascista, ni siquiera es permisible imaginar el porvenir en función de los desarrollos ulteriores que el régimen habría podido tener si fuerzas más importantes no hubieran provocado el hundimiento final, e incluso si se debe reconocer el valor de la objeción según la cual la existencia de fuerzas que no siguieron el nuevo curso, o bien que lo seguían pasivamente, volvió peligrosa toda evolución prematura en el sentido normalizados y anti‑dual mencionado anteriormente. Y lo que sucedió tras una veintena de años de régimen es elocuente a este respecto.

Pero precisamente, en relación con este último punto es preciso recordar que la concepción fascista del "partido" se resiente desde los orígenes de este último fenómeno, es decir de la solidaridad intrínseca entre el concepto de partido y la idea democrática, a causa de la ausencia de un criterio rigurosamente cualitativo y selectivo. Incluso después de la conquista del poder, el partido fascista persistió en ser un partido de masas; se abrió en lugar de purificarse. En lugar de hacer aparecer la pertenencia al partido como un privilegio difícil de obtener, el régimen lo impuso prácticamente a cada uno. ¿Quién es el que ayer no tenía "carnet"? Aún más: ¿Quien podía permitirse el lujo de no tenerlo si quería dedicarse a ciertas actividades? De aquí la consecuencia fatal de innumerables adhesiones, conformistas u oportunistas, con efectos que, inmediatamente, se manifestaron en el momento de la crisis; crisis, sin mencionar la prueba suplementaria y retrospectiva representada por numerosos "fascistas" de ayer, no siempre simples ciudadanos, sino escritores e intelectuales, que han cambiado de bandera tras los acontecimientos, intentando hacer olvidar su pasado, renegado de él, o bien declarando cínicamente que habían actuado, en la época, de mala fe. En su origen, en el comunismo soviético y en el nacional‑socialismo, la concepción del "partido" (mantenida también en estos movimientos) tuvo por el contrario rasgos mucho más exclusivistas y selectivos. Pero,en el fascismo prevaleció   la idea de un "partido de masas", comprometiendo incluso la función positiva que el partido, eventualmente, podía continuar teniendo.

Desde nuestro punto de vista, la finalización positiva de coyunturas de este género, contrapartida positiva del concepto revolucionario de "partido único" en un marco institucional normalizado e integrado, debe ser pensada en términos de una especie de Orden, espina dorsal del Estado, que participa, en cierta medida, de la autoridad y de la dignidad concentradas en la cúspide indivisible del Estado.

A esto debía conducir la exigencia del paso de la fase de conquista del poder por un movimiento de renacimiento nacional y político a la fase en que la misma energía se manifestará como fuerza natural motriz formadora y diferenciadora del elemento humano. En general, los residuos "partidistas" fueron precisamente un obstáculo al desarrollo completo y feliz del régimen fascista en el sentido de una verdadera Derecha y  sobre el plano práctico se le deben diversas interferencias endiabladas: como cuando, de una parte, los méritos de partido, en relación sobre todo con la fase activista e insurreccional (el haber sido "squadristi", por ejemplo) fueron considerados como válidos para la atribución de cargos y funciones que reclamaban cualificaciones y competencias específicas, incluso aunque se tuviera una formación mental "fascista"; o igualmente, cuando, por el contrario, se acogieron en el partido a hombres de un cierto renombre, sin preocuparse de saber si esta adhesión era puramente formal, si no eran en el interior agnósticos o simplemente antifascistas (tal fue el caso de numerosos miembros de la Academia de Italia instituida por el fascismo).

 

 

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