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Biblioteca Evoliana

Citas de Julius Evola (IV) sobre AUTORIDAD - JERARQUÍA - ARISTOCRACIA

Citas de Julius Evola (IV) sobre AUTORIDAD - JERARQUÍA - ARISTOCRACIA

Biblioteca Evoliana.- La cuarta entrega de "Citazioni" se refiere a tres temas que el autor trata en profundidad en "Los hombres y las ruinas", los conceptos de autoridad, jerarquía y aristocracia. No es esa la única obra en la que Evola hace referencia a estos conceptos que, en el fondo, son para el pensamiento tradicional, las piedras angulares de su sistema de organización de la sociedad y el Estado. Como puede observarse, buena parte de las citas pertenecen a Imperialismo Pagano, elaborado antes que "Los hombres y las Ruinas", una de sus primeras síntesis clave.

 

IV

AUTORIDAD – JERARQUIA - ARISTOCRACIA

En todas sus obras, y en particular en las "políticas", Evola indica a los hombres "en pie entre las ruinas" cual es vía para defender la personalidad frente a la amenaza de lo colectivo, así como las bases sobre las que se deberá reconstruir una sociedad civil y práctica normal: exaltando los valores jerárquicos, aristocráticos, cualitativos (es decir, "tradicionales") inseparables de una visión general coherente de la vida que se ha dado en llamar "revolucionario-conservadora". Revolucionaria, en tanto que niega radical y positivamente las ideologías y los mitos que dominan la actual decadencia europea (y especialmente italiana), desde la democracia al izquierdismo. Conservadora, como reacción que surge para defender valores de virilidad espiritual, dignidad y libertad hoy olvidados y que es preciso recuperar.

Para el presente capítulo han sido consultados: Imperialismo Pagano, Revuelta contra el mundo moderno, Los hombres y las ruinas, Cabalgar el tigre y El fascismo, así como de varios periódicos.

"La antítesis verdadera frente a "Oriente" y a "Occidente" no es la idea social, sino, por el contrario, la idea jerárquica integral".

Orientaciones (1950)

La causa verdadera de la decadencia de la idea política en Occidente contemporáneo reside precisamente en el hecho de que los valores espirituales que una vez impregnaron el ordenamiento social han venido a menos, sin que se haya sabido sustituirlo por nada. El problema es que se ha descendido al nivel de factores económicos, industriales, militares, administrativas y, como máximo, sentimentales, sin darse cuenta que todo esto no es más que mera meteria, necesaria hasta donde se quiera, pero nunca suficiente, para producir una ordenación social sólida y racional, apoyada sobre sí misma, de la misma forma que el simple encuentro de fuerzas mecánicas no producirá jamás un ser viviente.

Imperialismo pagano (1928)

Se dice que la democracia es el autogobierno del pueblo. La voluntad soberana es la de la mayoría, que se expresa libremente a través del voto entregado a representantes que son tenidos como símbolos del interés general. Pero, a pesar de que se insista en la idea de "autogobierno" surgirá siempre una distinción entre gobernados y gobernantes, en la medida en que un ordenamiento estatal no se construye si la voluntad de la mayoría no se concreta en personas particulares, a las cuales se confía el gobierno. Resulta evidente que estas personas no serán elegidas por casualidad: serán aquellas en las que se cree reconocer una mayor capacidad, bon gré mal gré, una superioridad sobre los otros, de tal forma que no serán considerados como simples portavoces, sino que se supondrá un principio de autonomía, una iniciativa de legislación. Así aparecerá, en el seno del democratismo, un factor antidemocrático, que vanamente se busca reprimir con los principios del electoralismo y de la sanción popular.

Imperialismo pagano (1928)

La superioridad de los superiores se expresa entre otros, en el hecho, de que son capaces de discernir lo que es verdaderamente valor, y de jerarquizar los verdaderos valores, supraordenado los unos a los otros. Ahora bien, los llamados principios democráticos desmantelan íntegramente la situación, en tanto que remiten a la masa el juicio (sea en las relaciones de las elecciones, sea en la preocupación de las elecciones, o de las sanciones) y el decidir quien es superior; pero la masa es el conjunto de aquellos que, por hipotesis, son los menos aptos para juzgar, o cuyo juicio se restringe por la necesidad a los valores inferiores de la vida más inmediata. (...) Un error así -similar al que, tras haber concedido que los ciegos deban ser guiados por los que ven, exigiera que sean los ciegos quienes decidan quien ve más o menos, un error así es pues la causa principal de la denunciada degradación moderna de la realidad politica en realidad económico administrativa.

Imperialismo pagano (1928)

El democratismo vive sobre un presupuesto optimista completamente gratuito. No se da cuenta del carácter absolutamente irracional de la psicología de las masas (...) Las masas son arrastradas, no por la razón, sino por el entusiasmo, la emoción o la sugestión. Al igual que una mujer, sigue a quien sepa fascinarlo mejor, atemorizándola o atrayéndola, con medios que en sí mismos no tienen nada de lógico. Como una mujer, es inconstante, y pasa de uno a otro, sin que tal traspaso puede ser uniformemente explicado mediante una ley racional o con un ritmo progresivo. Un "progreso" considerado justamente debería referirse, no al simple darse cuenta que las cosas desde el punto de vista material van mejor o peor, sino que consistiría en el traspaso de un criterio material a un criterio más alto de juicio; lo contrario constituye una mera superstición occidental, contra la que no nunca reaccionaremos con la suficiente energía. La concepción que prevalece hoy afirma que el autogobierno de las masas es posible, que puede abandonarse a la colectividad el derecho de elección y de sanción, en cuanto todo que el "pueblo" puede ser considerado como una sola inteligencia, como un solo gran ser viviente dotado de una vida propia y de conciencia racional. Pero esto es un puro mito optimista, que ninguna consideración social o histórica positiva confirma y que ha sido inventado únicamente por una raza de siervos que, faltos de verdaderos jefes, buscan una máscara a su anárquica presunción de poder hacer de sí una pequeña vida aburguesada. Así, el presupuesto del democratismo -este optimismo- lo es también, y eminentemente, de las doctrinas anarquistas. Y, llevado a una forma prosopopeyeizada y teologizada, reaparece aun en la base de las corrientes maziniana y de la misma teoría del considerado "Estado Absoluto".

Imperialismo pagano (1928)

La "nación", el "pueblo", la "humanidad", etc., lejos de ser seres reales, son simples metáforas, y su "unidad" por una parte es meramente verbal, y por otra no la de un organismo ya constituido según una racionalidad inmanente, sino aquella, por el contrario, de un sistema de muchas fuerzas individuales, oponiéndose y equilibrándose entre ellas, y por ello mismo, esencialmente dinámica e inestable. Queremos tener presente esto al utilizar el término "muchos", añadiendo al carácter ya dicho de irracionalidad de las "masas", el de su naturaleza. Desde tal punto de vista, también el concepto-base de la considerada "voluntad del pueblo" se demuestra inconsistente, y para sustituir con el equilibrio momentáneo de las múltiples voluntades, de los múltiples individuos más o menos asociados: como una cascada, que desde lejos puede parecer firme y entera, pero que al aproximarse resulta de una infinidad de elementos diversos en incesante movimiento. Todo democratismo no es má que un liberalismo travestido. Sobre estas consideraciones, concluyentes en la irrealidad del ente-pueblo, del ente-nación, etc. y en lo ilógico de la realidad plurima a la ue concretamente se reducen, no se podría nunca insistir demasiado. Lo importante es revelar que si se socavan aquello en lo que puede justificarse la doctrina democrática de la organización de lo bajo como autogobierno del "Pueblo" o de la "nación", socavan también una ficción más prohibida, de la que muchas concepciones que se dicen y se creen antidemocráticas son algo más que exento. Entendemos referirnos a la superstición y a la idolatría por el "Estado", entendemos referirnos al concepto hegeliano de "Estado Absoluto",donde se afirma que aquell que es real es el Estado, no los individuos, los cuales -cualquiera que sean, a partir de los jefes- deben desaparecer ante el Estado. Pocos fenómenos obsesivos nos aparecen de un carácter tan aberrando como ete, cuyo abstractismo es en verdad bastante peor que no el abstractismo democrático.

Imperialismo pagano (1928)

Al desplazar el problema del individuo a la sociedad, junto a aquel concepto de libertad se afirma otro principio "inmortal": el de la igualdad. ?Como olvidar que si existe igualdad no puede haber libertad? ?Qué la nivelación de las posibilidades, la identidad de los deberes, el reconocimiento recíproco vuelve imposible la libertad? Repitámoslo de nuevo: la libertad verdadera existe solamente en un cuadro jerárquico, en la diferencia, en la irreductibilidad de las cualidades individuales; existe solamente allí donde el problema social se resuelve favoreciendo en un pequeño grupo el más completo desarrollo de las posibilidades humanas, al precio de la mayor desigualdad entre los otros, o según el estilo clásico pagano.

Imperialismo pagano (1928)

Tras el pueblo del que hablan los demócratas, encontramos a lo "individuos", los cuales (y aquí está la diferencia) son entendidos de manera igualitaria, en cuanto que el reconocimiento de los jefes se hace decidir no de la cualidad, sino de la cantidad (el mayor número, la mayoría del sistema electoral): pero la cantidad puede ser un criterio solamente en el supuesto de la igualdad de los individuos, que nivela el valor del voto de cada uno. Ahora bien, el "inmortal principio" de la igualdad es sin duda el que se presta a una mayor contestación. La desigualdad de los hombres es algo demasiado evidente para quien quiera ahorrar palabras: basta solamente abrir los ojos y mirar.

Imperialismo pagano (1928)

Toda forma tradicional de civilización se caracteriza por la presencia de seres que, por su "divinidad", es decir por una superioridad innata o adquirida respecto a las condiciones humanas y naturales, son capaces de representar la presencia viva y eficaz del principio metafísico en el seno del orden temporal. Tal es, según el sentido interior de su etimología y el valor originario de su función, el pontifex, el "hacedor de puentes" o "vías" -pons tenía también arcaicamente el sentido de vía- entre lo natural y lo sobrenatural. Por otra parte, el pontifex tradicionalmente se identificaba con el rex según el único concepto de una divinidad regia y de una realeza sacerdotal (...) El fundamento básico de la autoridad y del derecho del rey y del jefe -por lo que era venerado, temido y glorificado, en los marcos del mundo tradicional- era esencialmente esta cualidad sagrada y no-humana, considerada, no como una palabra vacía, sino como una realidad. Por ello lo invisible era sentido como un principio anterior y superior a lo visible y a lo temporal, así, se reconocía inmediatamente el primado de tales naturalezas sobre todos, con el correspondiente derecho natural y absoluto del soberano. En la civilización tradicional está completamente ausente la idea laica, profana, símplemente "política" de la realeza, que aparece en el período siguiente; el mundo de la tradición no conoció ni concedió preemnencia fundamental a la violencia y la ambición, o a las cualidades naturales y mundanas, inteligencia, fuerza, habilidad, valor, sabiduría, solicitud por el bien material colectivo, y demás. Absolutamente extraña a la tradición es la idea, de que los poderes del rey proceden de aquellos que gobierna; que sus leyes y su autoridad sean expresiones de la colectividad, sujetas a la sanción de ésta.

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

Es un absurdo creer que los verdaderos representantes de la autoridad espiritual, es decir de la tradición, se pusieran a correr tras los hombres para afirmar su poder o para obtener su obediencia; que "actúen", en suma, y tengan interés directo en crear y mantener relaciones jerárquicas, en virtud de las cuales visiblemente pueden aparecer como los Jefes. El reconocimiento por parte del inferior es la verdadera base de toda jerarquía tradicional. No es el superior quien tiene necesidad del inferior, sino el inferior el que tiene necesidad del superior: no es el Jefe quien tiene necesidad de los subordinados, sino el subordinado quien tiene necesidad de un Jefe. La esencia de la jerarquía está en el hecho de que en algunos seres superiores vive, en forma de presencia y de realidad actuada, aquello que en los otros existe solo como aspiración confusa, como presentimiento, como tendencia, por lo que estos son fatalmente atraídos por los primeros, a los que se subordinan de forma natural, y en tal subordinación hoy algo menos de exterior que de seguir a su verdadero "yo". Aquí está el secreto de toda disposición para el sacrificio, de todo heroismo, de toda viril integración en el mundo de las antiguas jerarquías; y, por otra parte, de un prestigio, de una autoridad, de una serena potencia y de una influencia, que ni siquiera el tirano mejor armado habría podido asegurarse.

Lo Stato (mayo 1938)

El verdadero espíritu aristocrático no puede tener rasgos comunes con las formas de dominio maquiavelista o demagógico como sucedió en las antiguas tiranías populares o entre los tribunos de la plebe. Ni siquiera puede tener por base una teoría del "superhombre", si en el conjunto se debiera pensar solamente en un poder apoyado sobre calidades puramente individuales y naturalistas de figuras violentas y temibles. En su más íntimo principio, la sustancia del espíritu aristocrático es, por el contrario, "olímpica", ya hemos dicho que se extrae de un orden metafísico. La base del tipo aristocrático es ante todo espiritual. El significado de la espiritualidad tiene poco que ver con la noción que hoy se tiene de ella: se conecta con un sentido innato de soberanía, con un desprecio por las cosas profanas, comunes, nacidas de la habilidad, el ingenio, la erudición e incluso de genialidad; desprecio, que se aproxima al que profesa el asceta, diferenciándose sin embargo por una ausencia completa de pathos y de sentimiento. Se podría añadir en esta fórmula la esencia de la verdadera naturaleza noble: una superioridad deraza, respecto a la vida convertida naturaleza.

Lo Stato (octubre 1941)

La desigualdad es verdadera por el mero hecho de que es verdadera de derecho, es real por que es necesaria. Aquello que la ideología igualitaria querría pintar como un estado de "justicia" sería sin embargo, desde un punto de vista más alto y fuera de la retórica humanitaria, un estado de injusticia... algo que ya un Cicerón y un Aristóteles habían reconocido. Plantear la desigualdad quiere decir superar el concepto de cantidad, admitir la cualidad. En este punto se diferencian los dos conceptos de individuo y persona (...). La persona es el individuo diferenciado mediante la cualidad, mediante su rostro, una naturaleza propia, mediante una serie de atributos que lo hacen sí mismo y lo distinguen de cualquier otro; que lo vuelven fundamentalmente desigual. Es el hombre en el cual las características generales (partiendo de aquella generalísima de ser humano y así sucesivamente la de ser de una raza dada, de una nación dada, de un estado dado, de un sexo dado, de un grupo dado) asumen una forma diferenciada de expresión, articulándose variadamente, individuándose. Es ascendente cualquier proceso vital, individual, social o moral que transcurre en tal sentido, que lleva hacia la perfección de la persona según su naturaleza propia.

Los hombres y las ruinas (1953)

El principio considera "por naturaleza" que los hombres son todos libres y poseen iguales derechos, es un verdadero absurdo, por la sencilla razón de que "por naturaleza" los hombres no son iguales y que, cuando se ha pasado a un orden no simplemente naturalista, el ser "persona" no es una cualidad uniforme o uniformemente distribuida, no es una dignidad igual en todos y derivada automáticamente de la simple pertenencia de un individuo a la especie biológica "hombre". La "dignidad de la persona humana", con todo lo que implica y en torno a la cual los iusnaturalistas y los liberales hacen tantas alharacas, se reconoce donde verdaderamente existe, no en cualquiera. Donde existe verdaderamente tal dignidad -repitámoslo- tampoco se juzga igual en cada caso. Admite diversos grados, y es de justicia reconocer para cada uno de estos grados un diverso derecho, una diversa libertad.

Los hombres y las ruinas (1953)

No puede existir paridad más que entre pares, es decir entre los que se encuentran objetivamente a un mismo nivel, que encarnan un grado análogo de "ser persona" y la libertad, el derecho de los cuales no pueden ser la misma que en los otros grados, superiores o inferiores al suyo. Es evidente que para la "fraternidad", incluida como complemento sentimental y pietista en los "inmortales principios", puede aplicarse la misma restricción; resulta una insolencia hacer de ella una norma y un deber universal en términos promiscuos. Por lo demás, la idea de "fraternidad", cuando fue considerada dentro de un marco jerárquico propio de los "pares" y de los "iguales" tuvo en el pasado un concepto aristocrático.

Los hombres y las ruinas (1953)

Sobre la libertad -primer término de la terna revolucionaria- debe reafirmarse la misma idea. La libertad se entiende y defiente en modo cualitativo y diferenciado en cada persona; a cada uno le viene dada la libertad que merece, medida por la estatura y la dignidad de su persona y no por el hecho abstracto y elemental de su ser simplemente hombre o "ciudadano" (la famosa proclamación de los droits de l'homme et du citoyen). La máxima clásica libertad summis infimisque aequanda, expresaba que la libertad es equitativamente distribuida de lo alto a lo bajo. "No existe una única libertad sino que existen muchas libertades" se ha escrito igualmente. No existe una libertad abstracta general sino que existen libertades articuladas conforme a la propia naturaleza; es la idea no de una libertad homogénea sino del complejo de estas libertades diferenciadas y cualificadas que el hombre debe hacer surgir en sí" (Spann). En cuanto a la otra libertad, la liberal y jusnaturalista, es una ficción del mismo estilo que la "igualdad".

Los hombres y las ruinas (1953)

Ningún Dios ha ligado nunca al hombre; el despotismo divino solo es una fantasía de las interpretaciones iluministas; el mundo de la Tradición tenía orientado de lo alto hacia lo alto, el sistema de sus jerarquías, la variedad de la autoridad legítima y de la potestad sacra. De todo este sistema el verdadero, esencial mendamiento eran sin embargo la particular conformación interna, la capacidad de reconocimiento y los diversos intereses congénitos en un tipo de hombre ahora casi completamente degradado. El hombre, en un momento dado, ha querido "ser libre". Se le ha dejado hacer, se ha dejado que se desligara de los vínculos que lo sostenían; se ha dejado que su liberación acarrease todas las consecuencias derivadas de una concatenación rigurosa, hasta el estado actual, en el que el "Dios ha muerto" (Bernanos dice "Dios se ha retirado") y la existencia se convierte en el campo de lo absurdo donde todo es posible y todo es lícito.

Cabalgar el tigre (1961)

Hoy apenas se advierte la antítesis existente entre la autoridad natural de un verdadero jefe y la autoridad basada sobre un poder informe o sobre la capacidad o arte de mover las fuerzas emotivas e irracionales de las masas, puesta en marcha por una individualidad excepcional. Para precisar, diremos que en un sistema tradicional se obedece y se es súbdito en base a lo que Nietzsche llamó el "pathos de la distancia", es decir por que se experimenta la sensación de estar ante alguien, casi, de otra naturaleza. En el mundo de hoy, con la transformación del pueblo en plebe y en masa, se obedece, como máximo, en base a un "pathos de la proximidad", es decir, de la igualdad; se tolera solo a aquel jefe que, en esencia, es "uno de nosotros", que es "popular", que expresa "la voluntad del pueblo", que es el "gran compañero". Un "ducismo" en sentido deteriorado, se ha afirmado con el hitlerismo y el mismo stalinismo ("el culto a la personalidad" que remite al confuso concepto de Carlyle de los "héroes"), corresponde a esta segunda orientación, a la vez antitradicional e incompatible con los ideales y con el ethos de la verdadera Derecha.

El fascismo (1964)

El comportamiento "popular" de los últimos papas es significativo de la caida de nivel y del considerado "seguir los tiempos"; el "volverse populares", el renunciar al prestigio de la distancia, que se da también en el caso de los soberanos aun existentes y de la nobleza, es constatable también en el mismo dominio religioso.

El fascismo (1964)

Se hace como si a la dictadura (solución transitoria plausible solamente frente a un estado de emergencia y a la incapacidad de un gobierno regular) y el "fascismo" tal como lo presentan facciosamente y en forma distorsionada del antifascismo militantes y el comunismo, no fuera concebible nada más. Lo verdaderamente insoportable, en realidad, no es la "dictadura", sino todo lo que sea autoridad. Es cómodo olvidar que la historia la dictadura o la democracia absoluta, necesariamente demagógica, no son más que excepciones, y que lo normal fueron los regímenes, preexistentes monárquicos, basados sobre un principio legítimo y reconocido de autoridad. Y precisamente tal principio que hoy es contestado, y no solamente en el campo estríctamente político, sino también en la familia, en la escuela, en la educación, en las costumbres, en toda estructura, e incluso en el seno de la Iglesia cuyo clero "progresista" quisiera ver una reforma en el sentido "conciliar" y "antipontifical". Esto es el verdadero fondo de la "libertad" fetichizada la cual refleja una insuficiencia de período infantil o de período de crisis de la pubertad, con la incapacidad y el rechazo de reconocer cualquier cosa superior, valores objetivos a los que se puede subordinar sin sentirse mínimamente humillado. La exclusión por principio de estos valores, en nombre de la "libertad", como el agnosticismo y el relativismo, son los presupuestos básicos de la polémica contra toda autoridad.

Il Conciliatore (15 de marzo de 1969).

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